La agricultura implica el establecimiento de un sistema de subsistencia humana en el que la producción y el consumo de plantas cultivadas, principalmente las domesticadas, son fundamentales. Representa la culminación de una serie de procesos interrelacionados, ya sean de carácter socioeconómico o biológico y ecológico.
Como es sabido, el territorio mesoamericano fue uno de varios centros prehistóricos del cultivo y domesticación de plantas. La producción de los alimentos proporcionó la base para el desarrollo posterior de sociedades que dependían de una serie de plantas cuyas modificaciones y subsecuentes adaptataciones a diversas condicionales ambientales las hacían adecuadas para el consumo humano.
Algunas de las especies más importantes son maíz (Zea mays L.), frijol (Phaseolus spp.), calabaza (Cucurbita spp.), chile (Capsicum spp.), tomate (Physalis spp.) y aguacate (Persea americana), además de un gran número de especies secundarias, propias de las diversas regiones y áreas culturales.
A diferencia de otras regiones del mundo prehistórico, en Mesoamérica, por la ausencia de especies apropiadas, no se domesticaron animales aptos para tira y carga; los principales animales adaptados a la producción para fines alimenticios fueron los perros autóctonos (Canis familiaris), guajolotes (Meleagris gallopavo) y, posiblemente, conejos (Sylvilagus floridanus).
Antecedentes
Los primeros estudios en torno al inicio de la producción de plantas alimenticias tomaron en cuenta restos botánicos macroscópicos provenientes de abrigos rocosos y cuevas excavados por R.S. MacNeish en la Sierra de Tamaulipas y la Sierra Madre (Tamaulipas), así como en el Valle de Tehuacán (Puebla) durante los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Posteriormente se dieron a conocer evidencias adicionales provenientes de los sitios de Guilá Naquitz (Oaxaca) y Tlapacoya en la Cuenca de México. Este periodo se distingue por una especie de efervescencia en torno al tema de la domesticación de las plantas, y sin embargo, después hubo poca continuidad en los estudios, hasta finales de los noventa.
Durante el presente siglo, las contribuciones sobre el tema se han enfocado hacia los restos microbotánicos, en particular polen, fotolitos y, más recientemente, gránulos de almidón, especialmente a partir de los descubrimientos en San Andrés, Tabasco (Pohl et al., 2007), en el abrigo rocoso de Xihuatoxtla, Guerrero (Piperno et al., 2009) y en Veracruz (Sluyter y Domínguez, 2006). Guillermo Acosta-Ochoa (2008) reportó restos tanto macrobotánicos como microbotánicos, indicadores de una transición –a partir de la recolección de una amplia gama de plantas silvestres– hacia la incorporación de especies domesticadas en la Cueva de Santa Marta, Ocozocuatla, Chiapas. Esos restos incluyen polen de Zea del final del Pleistoceno y gránulos de almidón correspondientes a Zea en asociación con piedras de molienda del Holoceno. La evidencia más reciente obtenida en México sugiere que la domesticación de las plantas fue un proceso complejo, con diferentes manifestaciones en distintas partes del territorio.
McClung de Tapia, Emily, “El origen de la agricultura”, Arqueología Mexicana núm. 120, pp. 36-41.
• Emily McClung de Tapia. Doctora en antropología por la Brandeis University, Massachusetts, E.U.A. Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Responsable del Laboratorio de Paleoetnobotánica y Paleoambiente.
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