Los estereotipos son ideas persistentes sobre una realidad específica, comúnmente aceptadas por un grupo social. En muchos casos, se trata de concepciones que simplifican, reducen e incluso caricaturizan fenómenos que por esencia son complejos. Cuando se aplican a sociedades o culturas pueden incluir juicios valorativos, verdaderos o falsos, precisos o ambiguos. Si el estereotipo alude a la propia tradición, generalmente resalta lo positivo, las virtudes y tiende al elogio: los griegos son evocados como filósofos y los romanos como grandes constructores. En cambio, si la apreciación se refiere al otro, es común que enfatice lo negativo, los defectos y denigre: para muchos, los sicilianos son mafiosos por naturaleza, los pigmeos son caníbales y los mexicas fueron crueles sacrificadores.
Como se verá en este texto, existe toda suerte de testimonios que corroboran que los mexicas tenían al sacrificio humano como una de sus costumbres religiosas más arraigadas. Sin embargo, es evidente que no es ésta la única civilización de la antigüedad que realizaba holocaustos en honor a sus dioses y que no hay parámetros suficientes para evaluar si los mexicas fueron el pueblo que practicó más occisiones. En efecto, a partir del estudio de textos sagrados, obras literarias, documentos históricos y, sobre todo, testimonios aportados por la arqueología y la antropología física, los historiadores de la religión han corroborado que la práctica del sacrificio humano fue común en la antigüedad y que se extendió prácticamente por todo el planeta. En muy diversos puntos del continente europeo, por ejemplo, han aparecido evidencias de sacrificio y canibalismo que se remontan al Neolítico y a la Edad de Bronce. Además, está bien documentado que la primera de estas prácticas se prolonga hasta los tiempos de esplendor de las civilizaciones griega y romana. En el caso de África y Asia, el sacrificio también surgió hace varios milenios: sabemos que los faraones egipcios solían inmolar prisioneros de guerra y que los máximos gobernantes de Ur eran enterrados con sus familiares y su séquito. Otros muchos ejemplos de violencia ritual han sido registrados en la historia de la India, China, Japón y las islas Fidji. Obviamente, el continente americano no fue la excepción. Existen numerosas evidencias arqueológicas e iconográficas de los cruentos holocaustos realizados por la civilización moche de Perú, por muchos pueblos mesoamericanos del área maya, Oaxaca, la Costa del Golfo y Teotihuacan, y por sociedades que habitaron mucho más al norte, incluidos los nativos del Suroeste de los Estados Unidos.
Hubo en el mundo antiguo toda suerte de occisiones rituales. En el reino nubio de Kerma, compartían la misma fosa sacrificial los cadáveres de hombres, mujeres y niños; en la India, una mujer era decapitada anualmente en honor de la diosa terrestre Kâli; en Cartago, se dedicaban niños al dios Baal cuando había una amenaza militar... Algunos pueblos destacaban por su crueldad, como los japoneses que enterraban vivas a las víctimas que darían fuerza a castillos y puentes; los celtas que las enjaulaban y les prendían fuego, o los dayaks de Borneo que las ejecutaban con agujas de bambú. En fin, muchos pueblos –incluidos los habitantes de Bengala y Dahomey– son célebres por sus inmolaciones multitudinarias, algunas de las cuales se llevaban a cabo todavía en el siglo XIX.
Tomado de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, “El sacrificio humano entre los mexicas”, Arqueología Mexicana núm. 103, pp. 24 - 33.