Si la práctica del sacrificio humano estuvo tan difundida en el mundo antiguo –incluida Mesoamérica–, cabría preguntarse por qué el estereotipo se aplica casi exclusivamente a los mexicas. Parte de la respuesta se encuentra en los fundamentos ideológicos de este juicio valorativo, el cual fue acuñado desde el momento mismo de la llegada de los españoles al continente americano. Como es sabido, España y Portugal debían justificar ante las demás monarquías europeas el privilegio otorgado por el papa Alejandro VI en 1493 para adueñarse del Nuevo Mundo, con la obligación de “adoctrinar a los indígenas y habitantes dichos en la fe católica e imponerlos en las buenas costumbres”. Como consecuencia, los españoles se arrogaron el papel de defensores de la cristiandad. Uno de los argumentos centrales que esgrimieron para legitimar sus conquistas fue el hallazgo de una religión autóctona que tenía entre sus prácticas más reprobables el sacrificio humano y el canibalismo. Alegaron que su misión incluía la erradicación por la fuerza de dichas costumbres con el propósito de salvar vidas y almas inocentes.
Desde su arribo a las costas mesoamericanas hasta su ascenso al Altiplano Central de México, los españoles presenciaron múltiples sacrificios humanos realizados por pueblos enemigos, sujetos o aliados de los mexicas. Más adelante, su prolongada estancia en la isla de Tenochtitlan les permitió observar en toda su complejidad las muy variadas ceremonias que tenían como clímax la occisión ritual. Esta experiencia y la trascendencia de la derrota de Tenochtitlan en todo el proceso de conquista, cristalizó el estereotipo que en forma reductiva condenaba a los mexicas como los sacrificadores por excelencia. No resulta extraño que, aprovechando esta imputación de los españoles, los demás pueblos indígenas que fueron conquistados sucesivamente negaran su propia tradición y acusaran a los mexicas como los introductores de estos rituales sangrientos en sus territorios.
Con el paso de los siglos, el estereotipo sobre la crueldad de los mexicas se extendió, adquiriendo nuevos matices tanto en las esferas dominantes como en las populares. En forma paralela, sin embargo, surgieron corrientes ideológicas nacionalistas –primero en la Nueva España del final del periodo colonial y más tarde en el México independiente– que revaloraron el pasado prehispánico, algunas ocasiones en forma objetiva y en otras cayendo en un estereotipo opuesto.
No es de extrañar que en la actualidad, tanto en México como en el resto del mundo, haya toda una gama de visiones populares sobre este multifacético asunto. En un extremo se encuentran quienes conciben a los mexicas como los máximos sacrificadores de la historia universal. Tal perspectiva se constata con frecuencia en la literatura, las publicaciones de difusión y los documentales de la televisión, donde el tema suele abordarse de manera sensacionalista, como si el sacrificio humano fuera el único aspecto de la cultura mexica digno de atención. De manera sorprendente, esta visión sigue sirviendo para justificar el brutal proceso de invasión, genocidio, dominio y marginación de los pueblos indígenas mexicanos que ha tenido lugar durante cinco largos siglos. En el extremo contrario y también en forma simplista y maniquea, hay quienes niegan que los mexicas y sus contemporáneos ofrecieran vidas humanas a los dioses. Alegan la invalidez de las fuentes documentales de los siglos XVI y XVII, esgrimiendo que los textos e imágenes que describen los sacrificios humanos y el canibalismo ritual son obras tergiversadas de los mismos conquistadores y evangelizadores, o de los indígenas conversos y sometidos. Algunos grupos fundamentalistas llegan al punto de idealizar el pasado prehispánico, imaginando sociedades pacíficas, entregadas a la astronomía, las matemáticas, la filosofía y la poesía, y proponiendo la revitalización artificial de sus valores.
Tomado de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, “El sacrificio humano entre los mexicas”, Arqueología Mexicana núm. 103, pp. 24 - 33.