El xoloitzcuintli y el sacrificio

Mercedes de la Garza

Aunque es lugar común afirmar que los nahuas y los mayas engordaban a estos perros para comerlos, las fuentes revelan que el xoloitzcuintli no era alimento común que se vendiera en los mercados. Este perro era comida sagrada para los ritos, al igual que el pavo e incluso como los hombres que en las ceremonias religiosas eran sacralizados para encarnar a una deidad, y que luego eran sacrificados e ingeridos, en un acto de comunión con el dios. El pavo tenía en común con el xoloitzcuintli un carácter distintivo: que los brujos podían transmutarse en él, y se les llamaba huaxólotl (guajolote).

Los mayas tampoco ingerían perros pelones como comida cotidiana, sino como comida ritual, y en los códices aparece en contextos rituales, al lado del signo kan, maíz, y del pavo, lo que muestra que ambos animales eran los que sacrificaban en las ceremonias.

La falsa idea de que la carne humana y la del xoloitzcuintli eran alimentos comunes surgió en la época colonial, tal vez porque los españoles despojaron al rito de antropofagia de su significado religioso, renuentes, por supuesto, a asociarlo con la comunión cristiana, que simboliza también comer la carne y la sangre de Dios encarnado.

Entre los mayas, el perro pelón se representó asociado con el sacrificio humano. En una imagen del Códice Madrid (p. 36b) sobre las fiestas de año nuevo, se muestra un perro de cola flamígera, al lado de un pie humano, que expresa la antropofagia ritual, y en la Relación de Mama y Kantemó se afirma que había: “…perros que los indios crían que llamamos perros de la tierra, que no tienen ningún pelo y cómenlos los indios en sus fiestas, que la tienen por muy principal comida, y dicen que tiene el sabor de un lechón muy gordo”. Fray Diego de Landa confirma el carácter de comida excepcional y sagrada que tuvieron esos perros: “Son pequeños y comíanlos los indios por fiesta y yo creo se afrentan y tienen (hoy) por poquedad comerlos”.

Imagen: Xólotl –a la derecha– lleva un pectoral hecho con un caracol cortado, que era el símbolo de Quetzalcóatl, para mostrar que era el aspecto nocturno de Tlahuizcalpantecuhtli y que su función era conducir a Tlachitonatiuh, el dios solar –quien se ve a la izquierda–, a las profundidades del inframundo. El Sol es un disco a punto de ser tragado por las fauces de la deidad de la tierra y el símbolo de Quetzalcóatl, que está en el pecho de Xólotl, significa que renacerá y entonces Xólotl –ya transformado en su hermano gemelo– lo conducirá desde la superficie de la tierra al cielo. Códice Borbónico, p. 16. Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces. El xoloiztzcuintli actual es considerado un supuesto descendiente de los perros sin pelo prehispánicos. Ejemplar del Criadero Magaldi. Ciudad de México. Foto: Oliver Santana / Raíces.

 

Mercedes de la Garza. Doctora en historia, investigadora emérita de la UNAM e investigadora emérita del Sistema Nacional de Investigadores. Especializada en historia de las religiones náhuatl y maya. Ha publicado 23 libros y más de 170 artículos y capítulos de libros. Libros más recientes (2012): Sueño y éxtasis. Visión chamánica de los nahuas y los mayas y Palenque-Lakamhá. Una presencia inmortal del pasado indígena (en colaboración con Guillermo Bernal y Martha Cuevas).

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

De la Garza, Mercedes. “El carácter sagrado del xoloitzcuintli entre los nahuas y los mayas”, Arqueología Mexicana, núm. 125, pp. 58-63.

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