Se analizan aquí dos aspectos que guardan estrecha relación con la agricultura como son el calendario –las temporadas de secas y de lluvia permitían programar la preparación de la tierra para el cultivo, el momento propicio para la siembra, el cuidado y crecimiento de las plantas, etc.– y la propiedad de la tierra –tema sobre el que hay pocos datos.
El descubrimiento de la agricultura por el hombre hace ya varios miles de años dio paso a un cambio cualitativo en el proceso de desarrollo de las sociedades, ya que trajo nuevas formas de asentamiento como el sedentarismo, surgimiento de las primeras aldeas, y una organización social específica en la que tanto el chamán como el líder del grupo cobraron importancia. Se crearon nuevos instrumentos y técnicas para el cultivo y surgió algo muy importante: la deificación del agua y la tierra como elementos fecundadores que permitían el nacimiento de las plantas. La observación cotidiana del hombre campesino lo llevó a conocer la naturaleza circundante y a establecer un calendario basado en las temporadas de secas y de lluvias y también en el movimiento solar.
Debieron de pasar algunos milenios para que se produjera un nuevo cambio al conformarse Mesoamérica y darse la aparición de sociedades complejas cuyos albores los vemos con la sociedad olmeca. Esto trajo aparejado el surgimiento del Estado, caracterizado por poseer un territorio y por la concentración de habitantes en ciudades, con toda su complejidad social, económica, política y religiosa. Estos centros podían variar entre grandes urbes como Teotihuacan, en las que la gran mayoría de la población –menos la campesina– estaba concentrada en su interior, o sitios parcialmente concentrados con moradores dispersos a su alrededor, como fue el caso de muchos sitios mayas. Lo importante de esto es que el poder económico, político, social y religioso residía en estos centros. Todos ellos se sustentaban económicamente gracias a varios factores: la producción agrícola, por un lado, y la guerra, por el otro, que podía darse por distintas causas, aunque aquí nos interesan aquellas que permitían requerir un tributo al pueblo vencido, a la vez que se hacían de tierras y de mano de obra enemiga. En estos casos, estamos ante estados imperialistas que rebasaban los límites de sus propios territorios para apropiarse de los de otros estados.
Un componente más, el comercio, se establecía tanto al interior de las ciudades, con mercados locales y regionales para la distribución de los productos, como a larga distancia, para intercambiar productos con otros Estados.
Matos Moctezuma, Eduardo, “La agricultura en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, núm. 120, pp. 28-35.
• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH
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