La Costa Oriental de Quintana Roo

Luis Alberto Martos L.

En 1518, siguiendo la costa frente a Cozumel, Juan de Grijalva encontró tres pueblos que, según su capellán mayor, Juan Díaz,  “estaban separados cerca de dos millas uno de otro ... en ellos [había] muchas casas de piedra y torres muy grandes, y muchas casas de paja”. Más adelante, navegando hacia Bahía de la Asunción, habrían dado con un sitio “... tan grande que la ciudad de Sevilla no podría parecer mayor y mejor”. Finalmente, ese mismo día llegaron “hasta una playa que estaba junto a una torre, la más alta que habíamos visto, y se divisaba un pueblo muy grande [seguramente Tulum)”.

No era la primera vez que se consignaba la aparente monumentalidad y el tamaño inusual de los asentamientos de la Costa Oriental de Yucatán. Un año antes, Hernández de Córdoba, impresionado por el tamaño del primer pueblo que encontró -posiblemente Ecab, en el área de Cabo Catoche- , le dio el nombre de Gran Cairo. En algunos de los templos de ese mismo pueblo, Hernández de Córdoba encontró, por cierto, artefactos que creyó eran de oro.

Estas primeras noticias hicieron de Yucatán –y en especial de la región de la costa del Caribe– el destino deseado por muchos expedicionarios. La idea de que era una región muy poblada, de grandes ciudades, y en la que abundaba el oro, fue la que motivó a Francisco Montejo a emprender la conquista de Yucatán y a emplazar en la Costa Oriental su primer centro de operaciones. El poblado fundado por él, Salamanca de Xelhá, resultó ser, sin embargo, un lugar inhóspito; además, la región alrededor de él no sólo era de recursos escasos, sino también hostil a la presencia de extraños. Ni siquiera los centros de población mayores que visitó en esa primera entrada, Ecab y Loché, llegaron a impresionarlo. Peor aún, Montejo encontró que la abundancia de objetos de oro estaba lejos de ser una realidad; ni era oro lo que había recuperado Hernández de Córdoba, ni era un metal propio de la región; era en su mayoría tumbaga –una aleación de cobre y oro–, traída a la península en pequeñas cantidades desde lugares remotos en Centroamérica. Por ello, no es de extrañar que haya emprendido incursiones posteriores desde la costa del Golfo y que haya dirigido sus esfuerzos a someter Campeche y el norte de Yucatán.

Arquitectura y decoración

Lo que en verdad habrían visto los conquistadores a lo largo de la Costa Oriental de Yucatán fue un “rosario” de pueblos con casas –algunas de mampostería, otras de muros de bajareque y techo de palma– dispersas al rededor de pequeños conjuntos de arquitectura monumental. Algunos de ellos, como El Meco, Tulum e Ichpaatún, eran en efecto notables por el tamaño de sus construcciones. Sin embargo, Cobá, el de mayores dimensiones, era ya un sitio en ruinas –como Chichén ltzá– y se encontraba tierra adentro, a buena distancia de la costa.

Menos notoria a los ojos de los españoles habría sido la extensa red de albarradas o muros de piedra apilada y consolidada en seco, levantada por los mayas de la región para delimitar solares o predios utilizados tanto para habitar o para el culto como para la producción de alimentos en huertas y milpas. Dentro de esa red de albarradas se encuentran numerosos adoratorios, templos aislados o integrados a centros ceremoniales junto a santuarios y edificios tipo palacio, así como plataformas que sirvieron de sustento a estructuras habitacionales de materiales perecederos. Esta red de “solar-conjunto habitacional-centro Ceremonial” se extiende de manera continua a lo largo de la costa, haciendo prácticamente imposible definir dónde comienza y termina un centro de población. Lo cierto es que esto induce a pensar en la existencia de un sistema relativamente complejo de asignación de recursos y, en especial, de distribución de tierras.

Tampoco se consigna en los relatos que hubiera murallas que, en el caso de Tulum e Ichpaatún, rodeaban el centro cívico-religioso del sitio por tres de sus lados, dejando abierto únicamente el que da al mar. Sobre esto debe hacerse notar que si bien este tipo de amurallamiento sugiere una preocupación por defenderse de posibles ataques externos, otras murallas de la región, concretamente las del Grupo C de Playa del Carmen y las de Xcaret, Paamul y Xelhá, no tienen ese carácter defensivo. Se trata, en realidad, de tramos que corren a lo largo de ciertos grupos arquitectónicos, por lo que parecen haber funcionado más como barreras que restringían el acceso a ciertas áreas de importancia ritual que como indicadores de un ambiente militarista generalizado.

 

Luis Alberto Martos L. Arqueólogo, investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos. Ha investigado la Costa Oriental de Quintana Roo desde 1985 y publicado varios trabajos sobre la región en diversas revistas especializadas. Fue director del Proyecto Arqueológico Calica, Quintana Roo.

 

 

Martos L., Luis Alberto, “La Costa Oriental de Quintana Roo”,  Arqueología Mexicana, núm. 54, pp. 26-33.

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