La compleja cosmovisión mesoamericana encierra una serie de mitos y relatos con los que las diversas culturas trataron de entender su historia, los fenómenos naturales que los rodeaban y, en general, todo su universo. Una consecuencia de esto fue el desarrollo de ritos en los que toda la población tenía que participar, ya que eran una manera de comunicación y de expresión para integrar a los miembros de un grupo en una acción coordinada, de tal forma que pudieran desempeñar una función de control social dirigido principalmente al mantenimiento de las instituciones y de la jerarquía del estatus.
La existencia de una sociedad depende de la presencia de un determinado sistema de valores aceptado por sus miembros y capaz de regular su conducta. Era mediante los actos rituales que se lograba mantener dicho sistema vigente, ya que proporcionaban una expresión colectiva, lograban obtener un control sobre las fuerzas naturales, así como el favor de las deidades, fundiendo en un mismo corpus las creencias cosmológicas y las pautas del ordenamiento social.
Los rituales de sangre
De toda la diversidad de actos rituales tomaron relevancia el sacrificio y el autosacrificio para la obtención de la sangre preciosa que debía ser ofrendada. Una manera de hacer una ofrenda-sacrificio del cuerpo de un individuo, sin llegar a la destrucción de la vida, era donar la propia sangre extraída de alguna parte del cuerpo, es decir, las punciones voluntarias en las que el hombre da su propia sangre, torturando su cuerpo de diferentes maneras, lo que se denomina autosacrificio.
Mediante la sangre derramada de esta práctica se perseguían varios objetivos, como obtener el favor de los dioses o agradecerles algún bien recibido, ser purificado y entrar en estados alterados de conciencia (éxtasis o trances) para comunicarse con lo sobrenatural, hacer penitencia, para expiar pecados, etc.
Las partes punzadas del cuerpo eran varias, pero donde más se practicaban era en aquéllas donde se podía obtener sangre en abundancia, es decir, donde podía fluir más fácilmente, como las orejas, la lengua, las yemas de los dedos, los brazos y las pantorrillas.
Imagen: Autosacrificio. Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España..., cap. LXXXIII. Foto: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.
Alejandra Aguirre Molina. Doctora en estudios mesoamericanos por la UNAM. Miembro del Proyecto Templo Mayor del INAH. Especialista en el registro y análisis de los depósitos rituales mexicas.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Aguirre Molina, Alejandra, “La sangre preciosa del sacrificio en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana, núm. 185, p. 54-59.