Eduardo Matos Moctezuma
Muchas son las calamidades naturales que los pueblos padecen. Pero cuando el hombre ayuda a que la naturaleza muestre su lado destructor, entonces se crea un binomio difícil de superar. Tal es el caso de lo que a continuación relataremos en relación con una catastrófica inundación que provocó muchos males y causó estragos irreparables a la ciudad mexica de Tenochtitlan y a otros parajes cercanos.
El lago de Texcoco, lugar en el que se asentaba la ciudad lacustre de los tenochcas, desde el momento de su ocupación por este pueblo fue motivo, por un lado, de aspectos benéficos, como eran los productos que se aprovechaban del lugar: peces, camaroncillos, ranas, etc., además de las aves migratorias que llegaban periódicamente. Las espadañas, tules y carrizales que crecían en las riveras del lago proporcionaban plantas para la construcción y otros menesteres. En el sentido positivo debemos añadir la manera en que se ganaba espacio al lago en la parte sur, para adecuar el terreno para la siembra con el sistema de chinampas. Sin embargo, también se sabe de problemas, ya que las aguas del lago no eran mansas y en ocasiones sus embates ocasionaban daños a las obras efectuadas. Era la otra cara de la moneda. A esto nos referiremos a continuación.
Historia de las inundaciones
Desde que los mexicas llegaron a fundar su ciudad de Tenochtitlan, y poco después la de Tlatelolco, se encontraron con un medio lacustre que fue necesario controlar. Relata fray Diego Durán la manera en que empezaron a hacer “poco á poco plancha y sitio de ciudad, haciendo cimiento encima del agua con tierra y piedra que entre aquellas estacas echaban, para después fundar sobre aquella plancha y trazar su ciudad…” (Durán, 1951, p. 42). Rellenar las partes del lago en donde se pensaba construir edificaciones, para darles solidez, fue una técnica importante que utilizó mucha mano de obra. Un caso que nos habla de las marejadas que se creaban la tenemos cuando, aún bajo la tiranía de Azcapotzalco, los mexicas solicitaron permiso para hacer un acueducto para traer agua potable desde Chapultepec. Éste se hizo con carrizos y otros materiales, lo que no fue suficiente para contener los embates de las olas. Así lo relata Durán: “…trujeron el agua a México, aunque con trabajo, por estar todo fundado sobre agua y desvaratáseles por momentos, por ser el golpe de agua que venía grande y el caño ser todo de barro…”(Durán, 1951, p. 63).
Las inundaciones de la ciudad también eran constantes, lo que obligaba a los tenochcas a rellenar el terreno para elevar el nivel de las construcciones. Esto ocurría principalmente por el hundimiento que sufrían los edificios de grandes dimensiones asentados sobre un subsuelo lodoso en medio de un lago. El geólogo Manuel Reyes Cortés, del entonces Departamento de Prehistoria del INAH, realizó trabajos de correlación estratigráfica en varios puntos del área del Templo Mayor y la Catedral Metropolitana, y obtuvo datos de enorme interés. Señala que por lo menos pudieron ocurrir cuatro grandes inundaciones en Tenochtitlan, sin contar las de menores dimensiones. Así lo relata el geólogo: “De las columnas estratigráficas obtenidas en la zona del Templo Mayor podemos concluir que, además de las dos inundaciones que se analizaron en la zona de la Catedral Metropolitana, hubo una tercera inundación, más antigua, para la cual se tiene localizado el sedimento correspondiente, y existe la posibilidad de una cuarta inundación anterior a la más reciente… (Reyes, 1978, p. 72).
Más adelante agrega: “…hubo más de tres etapas de inundación en tiempos prehispánicos, ya que se tienen registradas otras más en las fuentes históricas. Pero sí es claro que estas tres resultaron las mayores y que su magnitud fue tal que provocaron el abandono de las construcciones por parte de sus habitantes…” (Reyes, 1978, p. 62).
Un dato significativo acerca de esto es que se ha calculado que el desplante de la etapa II del Templo Mayor (ca. 1390 d.C.) se encontraba alrededor de nueve metros por debajo del nivel que pisaron los españoles al momento de la conquista en 1521. Habría que imaginar la enorme cantidad de material de relleno de tierra y tezontle que se necesitó para subir el nivel del recinto ceremonial en tan sólo un siglo o un poco más.
Algo que resulta interesante en relación con las inundaciones lo tenemos en relatos míticos como la Leyenda de los Soles, en la que se señala que uno de esos soles fue el “Sol 4-Agua”, que destruyó y arrasó todo lo existente y las gentes se convirtieron en peces. También en los presagios que corrían por Tenochtitlan antes de la llegada de los españoles está aquel que nos habla de que las aguas del lago se agitaron. Dice así el relato: “Fue su impulso muy lejos, se levantó muy alto. Llegó al fundamento de las casas; y derruí- das las casas, se anegaron en agua. Eso fue en la laguna que está junto a nosotros” (Sahagún, 1956, I, p. 82) .
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Las inundaciones de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana núm. 149, pp. 46-51.
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