Las partes del aparato cósmico

Alfredo López Austin

En el centro del mundo se levanta una enorme montaña hueca cuya base descansa en las aguas aún ocultas. Bajo las aguas subterráneas se recogen las almas esenciales de las criaturas extintas: es la helada Región de la Muerte. En la cúspide de la montaña, brotado de la boca superior del monte, está un árbol, el del tronco de los dos ramales que se tuercen helicoidalmente en perpetua lucha: el ramal azul-verde del agua y el ramal amarillo del fuego. Los dos ramales son parte del malinalli, gran torzal que atraviesa verticalmente todo el Eje. El torzal se encuentra en continuo movimiento, formando dos vías: por una asciende el frío del Inframundo, por otra desciende el calor del Cielo. El torzal lanza a lo alto los astros en sus ortos y los recibe de lo alto en sus ocasos. Otro torzal, horizontal, sale por la boca inferior de la montaña. Éste vierte bienes y males sobre la superficie de la tierra y recibe de regreso oraciones y ofrendas de los hombres. Toda la superficie exterior de la montaña pertenece al tiempo-espacio mundano; su interior, por el contrario, mira al tiempo-espacio de los dioses de la muerte.

El enorme hueco de la montaña es el vientre que sirve de bodega cósmica. En él se guardan las “semillas-corazones”, que son las almas de las criaturas aún no surgidas al mundo. La montaña las va pariendo paulatinamente. Las “semillas-corazones” forman el interior sagrado de astros, meteoros, aguas, fuegos, hombres, animales, plantas; son las almas de bienes y males que los dioses envían a la tierra... El vientre hueco recibe, en retorno, las almas de las criaturas que fallecen o se destruyen; es el portal de la Región de la Muerte.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

López Austin, Alfredo, “Las partes del aparato cósmico”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 92, pp. 29-33.