Los reyes mayas o ajawo’ob fundamentaron su autoridad política superior a través de un estatus que les aseguraba una cercanía especial con los dioses. Los reyes se tornaban así en mediadores indispensables entre el mundo humano y el divino. Ya desde su origen, los reyes reclamaban un estatus especial dentro de la sociedad. El cargo de ajaw era transmitido normalmente por descendencia patrilineal.
Los reyes divinos fueron propensos a enfatizar, o en ocasiones a imponer abiertamente, sus propias versiones sobre el origen de su linaje, sustentando las bases de su poder en narrativas mitológicas que ubicaban a los fundadores de sus dinastías entre los propios dioses. Así, los reyes de Tikal se refieren a un antepasado divino que debió haber vivido más de 5 000 años antes del origen de su dinastía, mientras que el linaje real de Naranjo evoca a un fundador divino que habría subido al trono, según ciertas fuentes, hace 22 000 años, y según otras, incluso hace 896 000 años. Otras dinastías reales proclamaron tener orígenes en lugares exóticos y distantes, desde los cuales sus antepasados habrían llegado a través de migraciones.
Mitos y narrativas fundacionales de este tipo fueron conocidas también por otras culturas mesoamericanas. Mediante ellas, los reyes mayas eran presentados como “reyes extranjeros”, poseedores de otra identidad, otro estilo de vida y otra historia, distinta de la de los demás grupos sociales. La referencia a un origen exótico ayudaba también a las dinastías reales a cimentar las diferencias socioeconómicas y a establecer la pretensión de liderazgo. De esta exaltación se deriva también el estilo cortesano de vida, cuyo gran lujo contrasta agudamente con la vida de la gente ordinaria. Investigaciones bioarqueológicas recientes muestran que los reyes gozaban de una alimentación privilegiada, lo cual se traducía en que fueran más saludables y vivieran bastante más tiempo que el promedio de la población. Mientras que la esperanza de vida de individuos de la población “normal” oscilaba entre los 25 y los 35 años, los reyes generalmente ascendían al trono a esta edad, es decir, se entronizaban a una edad considerada entonces como avanzada, con lo cual dejaban constancia de que no pertenecían a la población común.
Imagen: Izquierda: Con la entronización, el rey trascendía su condición de simple ser humano para transformarse en una institución política. La entrega del tocado era el acto culminante de la ceremonia. Piedra Esculpida 1, Bonampak, Chiapas. Dibujo: Alfonso Arellano, tomado de De la Fuente, La Pintura Mural Prehispánica en México II. Bonampak, 1998, p. 269. Derecha: Una de las vías para exaltar la figura del gobernante era que éste llevara un estilo cortesano de vida, caracterizado por un lujo que contrastaba notablemente con las condiciones de la gente común. Escena dentro de un palacio real en un vaso cilíndrico. Foto: © Justin Kerr, K1728
Nikolai Grube. Director del Departamento de la Antropología de las Américas de la Universidad de Bonn, Alemania. Sus investigaciones recientes tratan sobre la historia dinástica de los reinos mayas y el desarrollo de la escritura en Mesoamérica. Desde 2009 dirige el proyecto arqueológico Uxul, Campeche. Sus libros recientes incluyen: Maya: Reyes divinos de la selva (2002) y Crónica de los reyes y reinas mayas (junto con Simon Martin, 2002).
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Grube, Nikolai, “La figura del gobernante entre los mayas”, Arqueología Mexicana, núm. 110, pp. 24-29.
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