Maquetas prehispánicas de Calipan

Eduardo Merlo

Al sureste del estado de Puebla, justo en el extremo meridional de la cañada de Tehuacán, se encuentra el municipio de Calipan, famoso por su ingenio azucarero; clima caluroso seco, vegetación pobre con predominancia de xerófitas, salvo en las riberas de los arroyos, donde se nota un poco más de plantas y árboles. Abarca prácticamente la misma área de Coxcatlán, sitio en el cual se localizaron las muestras más antiguas de maíz.

Aunque nunca se han realizado exploraciones arqueológicas formales, el arado, la erosión e incluso el saqueo proporcionan datos de gran importancia, como sería el hallazgo de una figurilla en barro de buenas proporciones, del periodo Preclásico Medio, y de abundante material cerámico cuya datación nos permite deducir la presencia humana en el lugar desde etapas muy remotas.

Avatares de unas maquetas prehispánicas

En las inmediaciones de la cabecera municipal, justo en una parcela agrícola, fue encontrada accidentalmente una tumba. Los campesinos dieron parte al INAH, entregando a la persona comisionada los materiales que en ella hallaron; lamentablemente, no hubo ningún reporte que nos detalle las características del enterramiento, ni la existencia de otras evidencias. Incluso, esos materiales fueron llevados a Puebla y trataron de hacerlos pasar como encontrados en la zona arqueológica de Tehuacán Viejo para conseguir mayores fondos presupuestales.

No obstante esos avatares, las piezas arqueológicas recuperadas son de gran importancia, puesto que pocas veces se tienen a la mano materiales que aporten en sí tantos datos. Por una parte, se trata de un grupo de figurillas de barro, policromadas y en buen estado de conservación, las cuales merecen una nota aparte; por otra - y este es el motivo principal del artículo-, tres maquetas de barro de excelente manufactura, que conservan casi intacta la decoración de sus elementos.

Como un moderno estudiante de arquitectura

Por sus características generales, dichas maquetas son un claro ejemplo de la arquitectura predominante en el Posclásico Tardío, pues parecen sacadas de alguno de los códices más elaborados.

Las tres tienen la misma técnica de elaboración, a base de placas de barro muy delgadas y planas-unos tres milímetros de espesor-, perfectamente recortadas para unirse formando un cuerpo troncocónico o de pirámide truncada, prácticamente igual a como lo haría algún estudiante de arquitectura moderno, con la diferencia de que éste lo realizaría con cartón y el constructor prehispánico echó mano de la arcilla.

La técnica debió ser siguiente: elaborar placas delgadas, recortarlas a la medida necesaria; secarlas al sol; luego, unirlas a base de barro fresco y ponerlas al horno, previa colocación diminuto recinto superior que hace las veces de teocalli, para conformar una sola pieza y, ya cocida decorarla.

Maqueta A

La primera maqueta, a la que llamamos “A”, tiene una elaboración  muy cuidadosa. La base es de un solo cuerpo, casi paralelepípedo, con 25 por 14 cm en su base mayor y 23 por 12 cm de base menor, con una altura –sólo la base- de 14cm. Al frente, se le aplicaron unas acanaladuras al pastillaje para simular escalones, que son nueve. La escalinata se delimita por alfardas que rematan en dados. La pieza se alisó cuidadosamente para luego pintarse de blanco y aplicarle adornos rojos, tanto en los dados como en el centro superior de la escalinata, quizá simulando la sangre de los sacrificados. En los muros laterales se dejaron unos agujeros de 1.5 cm, probablemente para acomodar ornamentaciones de algún  otro material (tal vez plumas).

El teocalli es formidable; sólo tiene tres muros, pues al frente muestra unas columnas circulares que fingen soportar un pesado dintel con un elemento decorativo difícil de identificar. El interior del edificio y las columnas se pintaron de rojo con algunos motivos. Viene luego un tablero moldurado e inmediatamente almenado, el cual está conformado por merlones o parapetos triangulares que parten de círculos con el centro perforado, para dar la apariencia de chalchihuites. El teocalli tiene una planta rectangular de 20 por 8 cm, y su altura es de 25 cm. En sus detalles se nota una elaboración muy cuidadosa.

Maqueta B

En la Maqueta B se aprecia la misma técnica de elaboración, aunque La diferencia en el diseño es que ésta sí tiene un cubo por base, aunque pretende dar la apariencia de una pirámide truncada. Dicha base es de 14 por 10 cm y su altura de 11 cm. Como la anterior, tiene una escalinata que cubre todo el frente, con molduras que dan la apariencia de escalones. Está limitada con alfardas que rematan en dados. El cuerpo presenta una moldura medial para dar la idea de que son dos masas. Se pintó de blanco para resaltar las líneas muy finas en rojo que decoran las alfardas, y en negro en la moldura. El teocalli o recinto superior es también muy elaborado y ligeramente más corto en su base, para dejar un “pasillo” entre el templo y el basamento.

Tiene l3 por 6.5 cm de base y una altura de 16 cm. Consta de tres muros que dejan abierto el frente, con una moldura medial para aparentar que las paredes fueran también de dos cuerpos. Unas columnas de planta circular están a cada lado, decoradas a base de colores verde y blanco perfilados en negro. El dintel simula ser de madera y tiene un recuadro con cinco manchas, quizás un símbolo del jaguar. Exteriormente, los muros del teocalli muestran una hilera de plantas; cada una consta de un tallo que se divide en tres ramas, las cuales rematan en flores blancas muy perfiladas en negro. Dan la apariencia de algodón, por lo cual estaríamos hablando de un teocalli dedicado a la deidad Toci, la Abuela, patrona de las tejedoras.

El cuarto sagrado está rematado por un tablero decorado con una cuadrícula muy fina, la cual se repite en los cuatro lados, a diferencia de las otras maquetas. Viene luego una hilera de merlones y almenas, los primeros triangulares, a los que se les pintó un triángulo concéntrico, tal vez para indicar que estarían horadados y así dar una agradable apariencia a toda la pieza. Como en la maqueta anterior, también aparecen los agujeros laterales que debieron complementar la decoración.

 

Eduardo Merlo. Arqueólogo. Doctor en arquitectura y urbanismo. Director de Museos, Ferias y Tradiciones de la Secretaría de Cultura, Puebla. Investigador en el Centro INAH, Puebla.

 

Merlo, Eduardo, “Maquetas prehispánicas de Calipan”, Arqueología Mexicana, núm. 13, pp. 60-62.

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