Mito texcocano de la creación del hombre

Lo que guardan los antiguos libros

Manuel A. Hermann Lejarazu

 

Fray Gerónimo de Mendieta, en el libro segundo de su Historia eclesiástica indiana, registra un curioso e interesante relato de la región de Texcoco acerca de la creación del hombre. Al parecer, este mito originalmente provenía de un códice que le fue mostrado a fray Andrés de Olmos, uno de los misioneros y evangelizadores más destacados durante el periodo colonial temprano. Dice Mendieta:

Los de Tezcuco dieron después por pintura otra manera de la creación del primer hombre, muy a la contra de lo que antes por palabra habían dicho a un discípulo del padre Fr. Andrés de Olmos, llamado D. Lorenzo, refiriendo que sus pasados habían venido de aquella tierra donde cayeron los dioses (según arriba se dijo) y de aquella cueva de Chicomoztoc. Y lo que después en pintura mostraron y declararon al sobredicho Fr. Andrés de Olmos, fue que el primer hombre de quien ellos procedían había nacido en tierra de Aculma, que está en término de Tezcuco dos leguas, y de México cinco, poco más, en esta manera. Dicen que estando el sol a la hora de las nueve, echó una flecha en el dicho término e hizo un hoyo, del cual salió un hombre, que fue el primero, no teniendo más cuerpo que de los sobacos arriba, y que después salió de allí la mujer entera; y preguntados cómo había engendrado aquel hombre, pues él no tenía cuerpo entero, dijeron un desatino y suciedad que no es para aquí, y que aquel hombre se decía Aculmaitl, y que de aquí tomó nombre el pueblo que se dice Aculma, porque aculli quiere decir hombro, y maitl mano o brazo, como cosa que no tenía más que hombros y brazos... (Mendieta, 1997, I, pp. 186-187).

La censura del padre Mendieta nos deja de momento con la duda sobre la manera en que pudo procrear este primer hombre, que casi era todo hombros y brazos, con la primera mujer que sí tenía cuerpo entero. Afortunadamente, un pasaje muy semejante se encuentra en un manuscrito conocido como Histoire du Mechique, escrito en lengua francesa a partir de la traducción de un documento original en español y cuya autoría ha planteado diversas opiniones a favor o en contra en torno al mismo fray Andrés de Olmos.

La versión al español dice así (citamos la edición de Rafael Tena, 2002, p. 125):

Tetzcoco es una ciudad principal situada a ocho leguas de la de México tanto por agua como por tierra, de la cual, los que al presente la tienen, afirman haber sido ellos y sus antepasados los primeros fundadores de la manera siguiente. Un día, muy de mañana, fue lanzada una flecha desde el cielo, la cual cayó en un lugar llamado Tezcalco, que al presente es un pueblo, y del hoyo [hecho por] la flecha salió un hombre y una mujer. El nombre del hombre era Tzontecómatl, es decir, “Cabeza”, y [también] Tlotli, es decir “Gavilán”; y el nombre de la mujer era Tzonpachtli, “Cabellos de cierta hierba”. Ahora bien, el dicho hombre no tenía más cuerpo que de los sobacos arriba, y tampoco la mujer; y él engendraba metiendo su lengua en la boca de la mujer. No caminaban sino a saltos, como las urracas y los gorriones. El hombre hizo, pues, un arco y flechas, con los que tiraba a las aves que volaban, y si acaso no abatía el ave a la que tiraba, la flecha caía sobre algún conejo u otra pieza, la cual ellos comían cruda, porque todavía no tenían el uso del fuego y con las pieles se vestían ...

Comparando ambos mitos se pueden advertir algunas diferencias, pues la Histoire du Mechique dice que la mujer no tenía cuerpo al igual que el hombre, y no se especifica que haya sido el Sol quien arrojó la flecha en Texcoco. Es probable que la primera versión que presentamos haya sido resumida por el propio Mendieta del texto original que posteriormente fue traducido al francés y que hoy se conoce con el título ya comentado. Una prueba de ello sería la parte censurada por el fraile al omitir el uso de la lengua como vehículo para la procreación. Pero llama la atención la diferencia entre ambos textos como los nombres de la primera pareja o que del cielo simplemente cayó una flecha para hacer el hoyo, como dice la Histoire. Desde luego, no es nuestra intención realizar un análisis de los dos relatos, pero sí es de particular interés la referencia de Mendieta sobre un códice o pintura que le fue mostrada a Olmos junto con el mito ya señalado.

Desafortunadamente, no existe ningún códice que recoja alguna de las dos versiones registradas por los frailes en el siglo XVI. Pero hay una imagen muy sugerente en el Códice Vaticano A-Ríos que podría ser un breve eco de estos relatos. En el f. 13v del citado códice, se encuentra una pareja colocada debajo de una cobija o manta con las piernas entrecruzadas representando una relación sexual. Si bien esta imagen constituye una convención común en otros códices como el Borgia o el Nuttall, la presencia de un pedernal entre el hombre y la mujer ha llevado a algunos autores a pensar que se trata de un elemento de fertilidad o procreación (Mikulska, 2010, p. 136). El texto en italiano que acompaña al Códice Vaticano A-Ríos menciona: “Este hombre y mujer son los dos primeros que existieron en el mundo y les llamaban huehue [ancianos]. Tienen en medio de ellos un cuchillo o navaja y flechas sobre cada uno, figurando la muerte que en ellos ha tenido principio” (Vaticano A, f. 13v). También es necesario señalar que a la izquierda de la pareja se encuentra el dios Tonacatecuhtli, señor de los mantenimientos, dios creador y patrono del calendario y el tiempo.

Por lo tanto, aunque no hay códices que representen de manera pictográfica el mito de Texcoco de manera puntual, sí es posible recoger algunos elementos que formaron parte de esta tradición en otros documentos nahuas de la Cuenca de México.

 

Manuel A. Hermann Lejarazu. Doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigador en el CIESAS-D.F. Se especializa en el análisis de códices y documentos de la Mixteca, así como en historia prehispánica y colonial de la región. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 

Hermann Lejarazu, Manuel A., “Mito texcocano de la creación del hombre”, Arqueología Mexicana núm. 144, pp. 86-87.

 

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