Dos siglos después, impulsados por los designios de Huitzilopochtli, los mexicas, que partieron del “lugar de las garzas”, arribaron al lago de Texcoco. Sobre una roca se levantaba un nopal, en él se posó un águila que destrozaba con su pico una serpiente, el caudillo Ténoch dio el nombre al poblado, lo llamó Tenochtitlan.
Hay un relato que nos es familiar a quienes desde los años iniciales de la primaria hemos aprendido la historia de los mexicas: el de su migración. Según este relato, los emigrantes iniciaron la marcha, desde el llamado “Lugar de las Garzas” –de remota e incierta ubicación, al norte– hacia el año 1111, en busca de la tierra prometida. Según la leyenda, la orden de partida la había dado el dios patrono, Huitzilopochtli, por medio del canto de un ave que parecía pronunciar tihui, tihui (“nos vamos, nos vamos”). El dios patrono guió a su pueblo. Cuatro sacerdotes se turnaban para cargar su imagen y oían en sueños sus mandatos. Los mexicas, con otros ocho pueblos, hicieron el penoso viaje generación tras generación. Dos siglos después de la partida, llegaron a unos islotes de la parte occidental del Lago de Texcoco, y allí, con otro milagro, el dios patrono les marcó el sitio del asentamiento definitivo: en una roca de los islotes se levantaba un nopal; en el nopal se posó un águila y destrozó con su pico una serpiente. Ténoch, el caudillo fundador, dio nombre al poblado a partir del suyo: Tenochtitlan.
Ésta es la versión más común de la migración. La historia, con sus fuertes tintes de leyenda, no deja de ser atractiva. En efecto, es una de las que marcan profunda huella en la mente del escolar. Pero el asunto de la migración mexica no es tan simple. Aquel prolongado viaje es uno de los hechos históricos más controvertidos y difíciles de entender de la historia mesoamericana, y esto lo sabe el historiador que consulta las fuentes documentales. Conforme se penetra en los documentos primarios, las interrogaciones se multiplican: ¿Cuáles fueron las causas históricas de la migración? ¿Qué nivel de desarrollo tenían los emigrantes? ¿Cuál era su lugar de origen? ¿Cómo se organizaban los distintos grupos durante el viaje? ¿Eran las migraciones hechos comunes en el Posclásico tardío?
Ante la complejidad de este hecho histórico, baste señalar por ahora dos problemas historiográficos de importancia: el primero, que en los relatos existe un estrecho vínculo entre lo mundano y lo divino; el segundo, que hay muy fuertes discrepancias entre las diversas versiones del viaje, tanto por lo que toca a los lineamientos generales de la historia como en lo referente a los detalles. Y hay una derivación de ambos problemas: las interpretaciones del hecho histórico han sido múltiples y contradictorias desde los inicios de la Colonia hasta nuestros días, pues al interés meramente histórico sobre tan enmarañado tema se ha sumado el político, sobre todo cuando el nacionalismo centralista tiende a hacer a los mexicas el pueblo mesoamericano por antonomasia, transformando la narración de su “origen” en el asunto de “la cuna de la mexicanidad”.
Un antropólogo especialista en mitología, Blas R. Castellón, dice, al tratar sobre la migración mexica y sus fuentes:
Este tipo de estudios plantean un problema serio, referido al tipo de análisis que se debe aplicar a las fuentes escritas, es decir, en qué momento debemos considerar a estas tradiciones como historia, y cuándo como mito.
En efecto, la distinción es difícil; pero la amalgama ofrece sus ventajas: al estudiar en los testimonios históricos esta fuerte liga entre el hecho vivido y su inclusión en lo sagrado, podremos descubrir el pensamiento de un pueblo que tuvo que fincar su realidad histórica en el ámbito de los dioses. Para los mexicas –y para los mesoamericanos en general– no había historia auténtica si no quedaba respaldada por el arquetipo cósmico. La parte visible y la parte invisible de la realidad debían explicarse recíprocamente, y la concepción de su dependencia mutua se reflejaba en el registro histórico.
Los relatos de las migraciones del Posclásico son particularmente ricos en temas en los que se da esta íntima fusión del mito y la historia. Veamos, como ejemplo, un par de ellos. El primero se refiere al lugar de partida de los mexicas: Chicomóztoc. Es éste uno de los nombres del lugar de origen, y cabe advertir que la nomenclatura del sitio es una de tantas discrepancias de las fuentes, pues se habla de Aztlán, Chicomóztoc, Culhuacan, Teoculhuacan, Hueiculhuacan, Quinehuayán, etcétera. En algunas de las fuentes el nombre puede ser compuesto. Por ejemplo, en la obra del historiador indígena Cristóbal del Castillo se dice que los mexicas salieron de Aztlán-Chicomóztoc. En otros documentos los diferentes nombres se dan a diversos sitios del itinerario, muy próximos todos ellos a la salida. Limitemos ahora la referencia a Chicomóztoc y su profundo significado: “En las Siete Cuevas”.
Chicomóztoc se muestra en las fuentes como la patria originaria de siete grupos humanos. Sus cuevas hacen referencia a ello. Pictográficamente, Chicomóztoc puede aparecer representada como una montaña provista de un conjunto de siete úteros que albergan sendos pueblos a punto de nacer, con lo que se descubre como la gran montaña madre, la paridora de los grupos humanos. Los relatos míticos corroboran esta representación. Por ejemplo, fray Gerónimo de Mendieta, en su Historia eclesiástica indiana, consigna en un mito que los dioses crearon a los hombres en Chicomóztoc. Los Anales de Cuauhtitlán, por su parte, dicen que los primeros chichimecas salieron de Chicomóztoc.
Lo anterior debe precavernos del vano intento de ubicar un Chicomóztoc histórico. No hay población alguna con capacidad suficiente para constituirse en el lugar de origen de todos los pueblos. Se repite en las fuentes que de Chicomóztoc salieron siete pueblos diferentes, pero no son siempre los mismos siete. En algunas narraciones de origen, por supuesto, los mexicas no aparecen en la lista. Así, en el bello códice llamado Historia tolteca-chichimeca, los pueblos chichimecas que ocupan los siete úteros de Chicomóztoc son los malpantlacas, los texcaltecas, los cuauhtlinchantlacas, los totomihuaques, los zacatecas, los acolchichimecas y los tzauctecas. Y como el arquetipo no perteneció sólo a los pueblos nahuas del Altiplano Central de México, muy lejos, en las tierras altas guatemaltecas, hubo quienes se dijeron originarios de Wukub Pec, Wukub Siwan. En lengua quiché estos nombres significan “Las Siete Cuevas”, “Las Siete Barrancas”.
Chicomóztoc, en conclusión, es un arquetipo de amplia distribución en Mesoamérica.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM) y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
López Austin, Alfredo, “Mitos de una migración”, Arqueología Mexicana, núm. 4, pp. 33-36.
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