El oro de las ofrendas y las sepulturas del recinto sagrado de Tenochtitlan
La función y el significado
La función y el significado de muchos de los artefactos de oro quedan patentes cuando examinamos los contextos arqueológicos en que fueron descubiertos. A este respecto, 95 piezas completas y 60 fragmentos formaban parte de ofrendas votivas, mientras que 142 piezas completas y 763 fragmentos estaban contenidos en ofrendas funerarias. Aclaremos que las ofrendas votivas son conjuntos de dones que fueron enterrados en honor a las divinidades del Templo Mayor dentro de cajas de sillares. Diez de ellas poseían piezas de oro. Algunas de dichas piezas sirvieron como insignias en miniatura que eran colgadas a cuchillos sacrificiales de pedernal. Tales insignias contribuían a vincular a los cuchillos con divinidades específicas. Por ejemplo, las piezas de oro en forma de hueso y de caracol cortado identificaban a dos cuchillos como Ehécatl. Por su parte, las rosetas plisadas fueron colgadas a dos cuchillos para convertirlos en imágenes de divinidades de la muerte o de sacerdotes ofrendadores del fuego. Y los pendientes bífidos se usaron para caracterizar a cuatro cuchillos como Huitzilopochtli.
Como vimos anteriormente, otras piezas de oro son representaciones en miniatura de insignias propias de los dioses del pulque. Estas piezas fueron colocadas en la ofrenda 125 para adjetivar una piel de mono araña que aún se conserva en perfecto estado. En la misma ofrenda, los sacerdotes pusieron ajorcas de cascabeles periformes en las patas de un águila real macho y de una loba mexicana de edad avanzada.
Por su parte, las ofrendas funerarias se depositaban, junto con los restos óseos cremados de dignatarios del más alto nivel, en el interior de cavidades excavadas bajo los pisos. Hasta el día de hoy se han descubierto seis, de las cuales cuatro incluían piezas de oro. Algunas de estas piezas son elementos de la indumentaria y alhajas de los difuntos, mientras que otras son joyas ofrecidas por los deudos durante las exequias. Predominan los cascabeles periformes, los oliváceos, las hemiesferas huecas y los pendientes discoidales que posiblemente estaban cosidos a las prendas de algodón que hallamos en el contexto. También había cuentas esféricas, aplicaciones de orejera y una cinta perforada. La mayor parte de estos objetos muestran deformaciones producto de una exposición prolongada al fuego, lo que significa que fueron arrojados a piras funerarias que alcanzaron más de 900-1010º C. Otros, en cambio, están bien conservados, lo cual nos indica que se depositaron en la sepultura una vez que las cenizas y los fragmentos óseos se habían enfriado.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris x-Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.
López Luján, Leonardo, “La colección arqueológica del Proyecto Templo Mayor”, Arqueología Mexicana, núm. 144, pp. 58-63.
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