Oro y plata en el viejo mundo
En Europa, con monedas de oro y plata todo podía obtenerse, hasta la remisión de los pecados en la eternidad, acudiendo al mercado de las indulgencias. Emperadores y reyes recibían tributos de oro y plata, pero, como casi nunca les bastaban para pagar sus lujos, sus guerras y sus deudas, acudían a prestamistas, dueños de las piezas de tan preciados metales
Los europeos conocían el relato bíblico sobre la adoración del becerro de oro y la consiguiente cólera de Moisés. Eso, sin embargo, no los apartó del oro. La iglesia misma lo buscaba para edificar sus catedrales y monasterios, hacer más suntuosos el culto divino y, con frecuencia, también para que sus dignatarios pasaran lo mejor posible su vida en la tierra.
Quien, sin saberlo, se encontró un día con el Nuevo Mundo, decía que buscaba el oro para cubrirlos inmensos gastos que exigía la conquista de Jerusalén. Oro es la palabra que más veces aparece en los escritos de Cristóbal Colón. El Nuevo Mundo, y en él de modo especial México, Perú y los que hoy son Bolivia y Colombia, fueron para sus dominadores, venidos de más allá de las aguas inmensas, la tierra de El Dorado. Allí estaban los manantiales que parecían inagotables y que debían satisfacer la sed de oro y plata siempre anhelante de más.
Oro y plata en Mesoamérica prehispánica
De los metales preciosos nos hablan algunos códices con pinturas y glifos, también varios cantares y otros testimonios en lengua indígena, sobre todo en náhuatl. Teocuítlatl, excrecencia divina o por excelencia, se llamaban esos metales: cóztic, amarilla, o sea el oro; íztac, blanca, la plata. Necio sería pretender que los mesoamericanos se comportaran frente al oro y la plata en forma desprendida o sin reconocer su valor. Sólo que el aprecio que por dichos metales tenían no era preferentemente crematístico.
El oro, y en menor proporción la plata, más difícil de obtener, eran buscados y recibidos como tributo, sobre todo por las creaciones que con ellos podían lograrse. Por eso el teocuítlatl, tenido como un don divino, era a la vez símbolo y metáfora con rico universo de significaciones. Patrono de los artífices del metal precioso era Xippe Tótec, Nuestro Señor dueño de la fertilidad, el que, como con un prepucio, se revestía con la piel de la víctima ofrecida para fomentar la vida del Sol.
Varios testimonios recogidos por fray Bernardino de Sahagún hablan de las técnicas de los teocuitlapitzque, “fundidores del metal precioso”, los teocuitlatzotzonque, “martilladores del metal”, los que lo trabajan en frío, lo repujaban, o de aquellos que engastaban en él piedras preciosas.
Otros testimonios hay que aquí interesan. Son los que hablan de las creaciones logradas por quienes así actuaban. Según refiere un texto, cual si fueran toltecas:
Aquí se dice cómo hacían algo los fundidores de metales preciosos. Con carbón, con cera diseñaban, creaban, dibujaban algo, para fundir el metal precioso, bien sea amarillo, bien sea blanco. Así daban principio a su obra de arte […].
Si comenzaban a hacer la figura de un ser vivo, si comenzaban la figura de un animal, grababan, sólo seguían su semejanza, imitaban lo vivo, para que saliera en el metal, lo que se quisiera hacer. Tal vez un huasteco, tal vez un vecino, que tiene su nariguera, su nariz perforada, su flecha en la cara, su cuerpo tatuado con navajillas de obsidiana. Así se preparaban el carbón, al irse raspando, al irlo labrando.
Se toma cualquier cosa, que se quiera ejecutar, tal como es su realidad y su apariencia, así se disponía. Por ejemplo una tortuga, así se dispone del carbón, su caparazón como que se irá moviendo, su cabeza que sale de dentro de él, que parece moverse, su pescuezo y sus manos, que las está como extendiendo.
Si tal vez un pájaro, el que va a salir del metal precioso, así se tallará, así se raspará el carbón, de suerte que adquiera sus plumas, sus alas, su cola, sus patas […].
O tal vez cualquier cosa que se trate de hacer, un animalillo, o un colar de oro, que se ha de hacer con cuentas como semillas, que se mueven al borde, obra maravillosa pintada, con flores.
(Códice Florentino, 1979, II, libro IX, f. 50r-v).
Además de todo esto, la arqueología nos muestra con cierta profusión las obras mismas que en diversas regiones de Mesoamérica se producían, a partir del siglo X d.C., cuando del sur llegó el arte de trabajar los metales. Figuras de dioses, escudos con incrustaciones, imágenes muy variadas de templos, de juegos de pelota, flores, animales, joyas, discos del Sol y la Luna, de oro y plata, como los que Motecuhzoma regaló a Hernán Cortés. Creaciones de inspiración divina eran las que con metales preciosos se producían.
Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de la National Academy of Sciences, E.U.A. y de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, así como del Colegio Nacional, entre otras instituciones. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
León-Portilla, Miguel, “Oro y plata de Mesoamérica vistos por indígenas y europeos”, Arqueología Mexicana, núm. 27, pp. 17-25.
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