En esencia, la pintura facial presenta las mismas características que la corporal en cuanto a su carácter efímero y a que los colores y diseños utilizados tenían significados específicos y debían utilizarse en ocasiones determinadas y por ciertos personajes. En este sentido, la división entre pintura corporal y facial que se presenta en esta edición especial de Arqueología Mexicana es más que nada ilustrativa, aunque hay algunos puntos en relación con el uso de pintura en el rostro que vale la pena señalar. En el caso de la pintura que cubría distintas partes del cuerpo, si no es que todo, ésta constituía el medio principal para transmitir un significado; cuando la pintura se limitaba a cubrir el rostro era un componente más de un complejo simbólico mayor en el que también confluían otros elementos del atuendo: ropajes, tocados, orejeras, pendientes, etc. Esto es válido tanto para el adorno de gobernantes y sacerdotes como respecto a las representaciones de los dioses, como lo muestra la acuciosa relación de los atributos y atavíos de los dioses mexicas recopilada por fray Bernardino de Sahagún, en la que cada deidad cuenta con una pintura facial de colores y diseños específicos.
En la medida que los distintos colores tenían significados concretos, las características últimas de la pintura facial se encontraban determinadas por el evento en el que se participaría. Un ejemplo de esta variedad de decoraciones se encuentra en las páginas del Códice Nuttall, en el cual 8 Venado, Garra de Jaguar y otros señores mixtecos ostentan diversas pinturas faciales de acuerdo a la actividad que realizan o la ceremonia en que participan.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique, “Tatuajes”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 37, pp. 34-45.