Enrique Vela
El Popol Vuh es sin lugar a dudas el más importante de los textos mayas que se conservan. Se distingue no sólo por su extraordinario contenido histórico y mitológico, sino por sus cualidades literarias, las que permiten que se le pueda colocar a la altura de grandes obras épicas como el Ramayana hindú o la Ilíada y la Odisea griegas. Como éstas, el Popol Vuh no es un simple registro histórico, es a final de cuentas –como bien ha dicho Alan J. Christenson, autor de un reciente estudio y una traducción del texto quiché– una declaración universal sobre la naturaleza del mundo y el papel del hombre en él.
Las distintas maneras en que los mayas quiché se referían al Popol Vuh dan una buena idea de la importancia y el papel que tenía para ellos. El nombre mismo de Popol Vuh (Libro del Consejo) hace referencia a su uso; los antiguos señores mayas consultaban manuscritos pictóricos durante las reuniones en que discutían asuntos de gobierno. Los quiché habrían obtenido el manuscrito pictórico –del que derivó la versión en el alfabeto latino del Popol Vuh que conocemos ahora– durante una peregrinación a la costa oriental de la península de Yucatán, por lo que también conocían al documento como Saq Petenaq ch’aqa Palo, “La luz que vino de junto al mar”. Además, lo llamaban Qa Mujib’al,“Nuestro lugar en las sombras”, ya que hablaba sobre una época en que el mundo se encontraba en la oscuridad, o Saq K’aslem,“El amanecer de la vida”, porque cuenta cómo la estrella de la mañana y el Sol y la Luna trajeron la luz al mundo, y cómo sus propios ancestros habrían surgido de un gran bosque para fundar el reino quiché.
Es muy posible que aquel manuscrito fuera similar a los códices mayas que se han conservado. Los códices, como el que inspiró el Popol Vuh, fueron considerados peligrosos por los evangelizadores, quienes buscaron con afán destruirlos y aun así algunos fueron conservados en secreto durante cientos de años. Posiblemente esto fue lo que llevó a los autores del Popol Vuh a tratar de conservarlo trasladándolo al alfabeto latino. Esos autores prefirieron permanecer en el anonimato –tal vez porque esos libros habían sido expresamente prohibidos– pero fueron enfáticos al señalar que la historia que presentan está basada en un antiguo manuscrito. En la introducción al Popol Vuh indican que transcribieron la ojer tzij,“antigua palabra”, mientras se encontraban en la uch’ab’al Dios, “plática sobre Dios”. Quienes compilaron el Popol Vuh lograron transmitir la historia y las creencias religiosas de los antiguos mayas de las Tierras Altas sin incluir elementos de los colonizadores europeos; el libro contiene muy poca influencia directa de la visión cristiana del mundo.
El lugar en que probablemente se elaboró el Popol Vuh fue Santa Cruz del Quiché, Guatemala, una ciudad fundada por los españoles en las cercanías de la antigua capital quiché: Cumarchac, también conocida como Utatlan. Al igual que los autores de las inscripciones en los monumentos de las antiguas ciudades en las Tierras Bajas mayas, los del Popol Vuh eran miembros de los linajes nobles. Escribieron las secciones históricas de ese libro desde la perspectiva de los linajes Kaweq, Nijayib’ y Ajaw K’iche, los que ostentaban los títulos de más alto rango entre los señores del reino quiché. Se trata de tres señores (uno por cada linaje gobernante) que llevan el título de nim chokoj, “maestro de ceremonias”. A estos tres personajes en conjunto se le conocía también como u chuch tzij u qajaw tzij, “madres de la palabra, padres de la palabra”, lo que arroja luz sobre las razones que hicieron de ellos los encargados de conservar la “antigua palabra”, por medio de la escritura alfabética. El nombre de uno de ellos, Cristóbal Velasco, se conoce por otras fuentes quiché. Era el maestro de ceremonias del linaje Kaweq, aunque poco más se sabe sobre él.
Los códices se utilizaban como guías para relatos míticos e históricos largos y complejos, cuya forma final se basaba en gran medida en una rica y antigua tradición oral. Los propios autores de la transcripción al alfabeto latino del Popol Vuh se referían al manuscrito pictórico en que se basaron como un ilb’al, “instrumento para ver”, término que aún se usa para referirse al cuarzo utilizado por los sacerdotes quichés en sus ritos de adivinación. Los gobernantes quichés consultaban el Popol Vuh en tiempos díficiles, para vislumbrar el futuro. Así, no es de extrañar que la posesión de esos libros fuera tan importante para los mayas de la época prehispánica y que para las comunidades de las Tierras Altas sea una cuestión de prestigio el preservar antiguos libros y manuscritos.
Los códices mayas conocidos, así como las inscripciones en estelas y otros monumentos, contienen textos breves y concisos, con referencias a fechas, personajes y eventos. Por lo general, estos textos estaban acompañados por imágenes que ayudaban a comprenderlos mejor. Ninguno de los textos que se conocen contiene los recursos retóricos, las detalladas descripciones, los comentarios y los diálogos que se encuentran en el Popol Vuh. Por ello, es probable que éste sea producto de tradiciones orales basadas en alguna medida en los detalles míticos e históricos esbozados en los textos glíficos y las ilustraciones asociadas que se encontraban en los códices.
Los autores del Popol Vuh en el alfabeto latino señalan que había dos maneras de leer esos libros: la adivinatoria y la narrativa. La lectura adivinatoria implicaba deliberaciones cuyo propósito era elaborar una declaración poética que arrojara luz sobre eventos futuros o zonas oscuras del pasado. Una lectura narrativa significaba contar las historias que subyacían tras las tablas astronómicas, las imágenes y los poemas, y que en parte se basaban en la tradición oral. La versión del Popol Vuh es producto de una lectura narrativa. Sus autores incluyeron referencias astronómicas, descripciones de imágenes y narraciones, pero las integraron en una historia más amplia.
Vela, Enrique, “Popol Vuh. El libro sagrado de los mayas”, Arqueología Mexicana núm. 88, pp. 42-50
• La información de este artículo fue tomada de dos ediciones del Popol Vuh: la de Dennis Tedlock, 1996, y la de Allen J. Christenson, 2007, y de las entradas correspondientes en The Oxford Encyclopedia of Mesoamerican Cultures, Oxford University Press, 2001.
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