La contracción hacia el sur de la frontera septentrional de Mesoamérica –es decir el despoblamiento general de los asentamientos norteños de índole mesoamericana (centros, pueblos y aldeas)– es un fenómeno que se empezó a estudiar arqueológicamente a partir de los setenta del siglo pasado. En la única región que los supuestos purépecha podrían haber contribuido a poblar (Guanajuato, noreste de Jalisco y sur de Zacatecas), el abandono de los sitios –fundados y ocupados en realidad pocos siglos antes– ha sido fechado hacia el siglo X. En la mucho más reducida zona que corresponde al centro-norte de Michoacán, se observa que el Posclásico Temprano (900-1250 d.C.) es el momento de más extendida ocupación, justo al sur del río Lerma. Hacia mediados del siglo XIII muchos de los sitios más próximos al río fueron abandonados, mientras que muy cerca de Zacapu –y en particular en lo que es conocido como el Malpaís de Zacapu– empezaron a desarrollarse núcleos de población que pronto adquirirán un carácter netamente urbano, al menos en términos de densidad, con hasta más de 20 residencias unifamiliares por hectárea. Es a los habitantes de esos sitios (Malpaís Prieto, Milpillas, Infiernillo, El Palacio) que resulta tentador relacionar con los uacúsechas de la Relación de Michoacán .
La cultura material de esos supuestos “purépecha repatriados” parece tener cierta continuidad con la de siete siglos antes. Esto explicaría la reaparición de la decoración cerámica con policromía al negativo, lo que hizo que muchos de los primeros arqueólogos del centro de Michoacán no distinguieran la producción de 100-500 d.C. de la de vísperas de la conquista. La práctica de la cremación, que en el Posclásico fue reservada a la elite y a los guerreros, también parece indicar la recuperación, bajo modalidades distintas, de antiguas prácticas de la fase Loma Alta. Pero los recién llegados trajeron consigo o adoptaron de otros muchos elementos inéditos, cuyo origen apunta hacia rumbos variados. Su llegada coincide con la introducción en la región de tecnologías nuevas como la metalurgia y la producción de navajillas prismáticas de obsidiana obtenidas por presión, dos técnicas introducidas en el Occidente de México por los grupos de la tradición Aztatlán del Posclásico Temprano. Otro elemento nuevo es la drástica disminución de la deformación craneana, que fue, sin embargo, una práctica profundamente arraigada en la región desde el Preclásico. A diferencia de las áreas más norteñas del sur de Zacatecas, donde las modificaciones cefálicas han sido frecuentes en el Epiclásico, los contextos funerarios del Cerro Barajas sugieren que, para ese mismo periodo, dicha práctica ya había sido abandonada por ciertas poblaciones del Bajío guanajuatense. Este fenómeno (de abandono de las deformaciones) podría ser un antecedente de lo que se observa en la cuenca de Zacapu pocos siglos después.
Otro punto fundamental tiene que ver con la organización social y política de los nuevos grupos. Si bien el Estado tarasco de principios del siglo XVI fue una monarquía centralizada, esta estructura era el fruto de un proceso tardío y lo que sabemos de los sitios contemporáneos a la llegada de los uacúsechas muestra que la sociedad de esos chichimecas no era tan piramidal. De hecho, en los sitios del Malpaís de Zacapu aparece en esta época un tipo nuevo de edificio que ocupa un lugar esencial en los centros ceremoniales. Se trata de salones de planta cuadrada provistos de un amplio espacio techado, que podían alcanzar más de 250 m2 y que, sin duda, fueron sede de celebraciones comunitarias de índole religiosa y política. Estas estructuras arqueológicas se asemejan a los edificios mencionados en la Relación como “casa de los papas” (de los sacerdotes) y “casa de las águilas” (de los guerreros). Dichos recintos cívico-ceremoniales de carácter comunitario son otro rasgo importante que vincula a los uacúsecha con las sociedades anteriores del noroeste y sus conocidas salas hipóstilas (con columnas), presentes desde Alta Vista y La Quemada hasta los asentamientos del Bajío como el Cerro Barajas (Guanajuato) o San Antonio Carupo (norte de Michoacán), pasando por el Cóporo (noroeste de Guanajuato) y El Cuarenta (Altos de Jalisco). Esta peculiar arquitectura no fue solamente un prototipo de los famosos ejemplos toltecas sino que muestra una filiación con la arquitectura tarasca del Posclásico, en la cual la madera debió de haber sido más utilizada. Seguramente, este indicio arquitectónico nos habla de una herencia ideológica compartida por los diferentes grupos chichimecas, cualquiera que fuera su afiliación etnolingüística.
Tomado de Dominique Michelet Pereira y Grégory, Gérald Migeon, “La migración de los purépecha hacia el norte y su regreso a los lagos”, Arqueología Mexicana núm. 123, pp. 55-60.