Quetzalcóatl y la trompeta de caracol

Julio Estrada

Identidad y mitología en la música prehispánica

Quetzalcóatl: mito e historia

Entre las divinidades prehispánicas mexicanas, Quetzalcóatl está asociado a la música de manera particularmente reveladora. En una escena del Códice Vindobonensis, el dios tañe un omechicahuaztli, raspador de hueso empleado en las ceremonias funerarias, apoyándolo en un cráneo que funciona como caja de resonancia, al tiempo que entona el miccacuícatl, tristísimo “canto de muerte”.

Quetzalcóatl es también el personaje legendario que compite con los dioses al aspirar a la creación de un hombre nuevo en Mesoamérica. En la Leyenda de los Soles se dice que emprendió un viaje hacia el Mictlan, el mundo de los muertos, en busca de “los huesos preciosos para crear de nuevo a los hombres” (Krickeberg, 1985).

Para entorpecer ese deseo, Mictlantecuhtli impone una condición, que liga para siempre a Quetzalcóatl con la música: “Y respondió Mictlantecuhtli: Está bien, haz sonar mi caracol y da vueltas cuatro veces alrededor de mi círculo precioso” (Krickeberg, 1985).

No es Quetzalcóatl quien hace sonar el caracol, instrumento sagrado del señor de los muertos, que al igual que la ostra “expresan el simbolismo del nacimiento y de la reencarnación” (en Estrada, 1984), sino los insectos músicos de una fábula del inframundo, que dan vida al tecciztli (trompeta de caracol) del Mictlan:

Pero su caracol no tiene agujeros;

llama entonces

(Quetzalcóatl) a los gusanos;

éstos le hicieron los

agujeros y luego entran allí

los abejones y las abejas

y lo hacen sonar.

Al oírlo Mictlantecuhtli dice de nuevo:

Está bien, tómalos.

(León-Portilla, 1983a)

El nacimiento del nuevo hombre creado por Quetzalcóatl se da bajo el signo sonoro del caracol, con una música que surge del inframundo para brotar a la superficie (Krickeberg, 1985). La concepción mitológica del caracol se refiere al cultivo de la tierra: al tocar el caracol, el dios del viento, junto con las abejas, esparce el germen de una nueva cultura; los huesos son abono y el caracol horadado es símbolo de la semilla y del viento que se encarga de diseminarla. El Quetzalcóatl hombre, bajo la designación de QuetzalehécatI, “aire precioso” (Garibay, 1940), cobra así uno de sus sentidos más originales: aquel cuyo aliento da vida a otros.

 

Julio Estrada. Doctor en música y musicología por la universidad de Estrasburgo, Francia. Titular del Laboratorio de Creación Musical de la Escuela Nacional de Música. Miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias.

Estrada, Julio, “Identidad y mitología en la música prehispánica”, Arqueología Mexicana, núm. 43, pp. 64-69.

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