La muerte también buscaba la soledad de las cuevas. No solamente los niños sacrificados al dios de la lluvia encontraban su fin en las cámaras pequeñas de la cueva; en otras ocasiones, apunta Durán, al ser desollados algunos de los cuerpos de las víctimas el tlacaxipehualiztli, según el rito mexica, se guardaban sus pieles en una cueva, lo que sugiere un rito de fertilidad de la tierra, ya que las semillas empiezan su vida en la oscuridad. Durán señala también que los cadáveres de dos mozas sacrificadas a Xochiquétzal, diosa de las plantas y el amor, se guardaban en un ayauhcalli, “casa de niebla”, debajo de la tierra.
Tomado de Doris Heyden, “Las cuevas de Teotihuacán”, Arqueología Mexicana núm. 34, pp. 18-27.
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