Un hallazgo sorprendente

Francisco Alonso Solís-Marín et al.

El lugar del hallazgo

Los pepinos de mar recién identificados proceden del extremo occidental de la zona arqueológica del Templo Mayor, exactamente del predio del Mayorazgo de Nava Chávez, ubicado en la intersección de las calles de Argentina y Guatemala. Formaban parte de la Ofrenda 126, depósito ritual de consagración encontrado 2 m abajo del monolito de la diosa terrestre Tlaltecuhtli (1486-1502 d.C.). Para alcanzar ese lugar fueron necesarios seis meses de labores ininterrumpidas y la remoción de 38 metros cúbicos correspondientes a seis rellenos constructivos. Este esfuerzo se coronó en mayo de 2008 con el hallazgo de las cuatro pesadas losas de andesita de lamprobolita que, por más de cinco siglos, habían cubierto la ofrenda. Al levantarlas quedó visible una caja cuadrangular de 1.94 x 0.94 x 0.92 m, cuyos muros de sillares de andesita y aplanado de estuco encerraban nada menos que 12 992 objetos arqueológicos. Era, sin discusión, el depósito ritual más rico y diverso jamás descubierto en la historia de la arqueología mexica.

En poco más de dos años, un experimentado equipo de especialistas –encabezado por la restauradora Alejandra Alonso y los arqueólogos José María García y Ángel González– logró documentar el conjunto y definir cuatro niveles verticales de colocación de objetos. El análisis espacial dejó en claro que los sacerdotes mexicas distribuyeron los dones de manera pautada para crear un cosmograma, es decir, un modelo en miniatura de una gran sección del universo según las concepciones religiosas imperantes.

En el fondo de la caja depositaron primeramente miles de huesos desarticulados y segmentos anatómicos descarnados pertenecientes a mamíferos, aves y reptiles, de acuerdo con el detallado estudio de la bioarqueóloga Ximena Chávez. A continuación, cubrieron por completo ese primer nivel –que podríamos calificar de “esquelético”– con un segundo nivel de simbolismo “acuático”, integrado por muy numerosos y variados animales oceánicos. Enseguida conformaron un tercer nivel con cuchillos de pedernal ensartados en bases de copal. Según la arqueóloga Alejandra Aguirre, éstos figuran –por medio de máscaras, atavíos y ornamentos– un contingente de guerreros muertos, una divinidad de la lluvia y otra más del viento. Por último, en el cuarto y más superficial de los niveles, los sacerdotes representaron la superficie terrestre con un rostro de pez sierra (símbolo del monstruo telúrico primigenio) y con siete imágenes de basalto del dios del fuego, marcando con ellas los tres tenamaztin centrales (piedras del fogón sobre las que descansa el comal) del ombligo del mundo y los cuatro rumbos cardinales. En ese mismo nivel dispusieron dones de copal, además de un cajete y una olla de cerámica pintada de azul, esta última repleta de semillas- mantenimientos.

 

Francisco Alonso Solís-Marín. Curador de la Colección Nacional de Equinodermos del ICML-UNAM.

Andrea Alejandra Caballero-Ochoa, Tayra Parada-Zárate y Carlos Andrés Conejeros- Vargas. Miembros del Laboratorio de Sistemática y Ecología de Equinodermos del ICML-UNAM.

Belem Zúñiga-Arellano y Leonardo López Luján. Investigadores del PTM-INAH.

Solís-Marín,  Francisco Alonso et al., “Tesoros oceánicos del pasado. Los pepinos de mar en las ofrendas de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana, núm. 166, pp. 20-26.