Una nueva perspectiva de la antigua América (Parte I)

Esther Pasztory

La antigua América ha sido menospreciada durante siglos por sus herramientas de piedra, así como por carencias como las de una metalurgia relevante, animales domésticos, la rueda, una escritura verdadera y la mayor parte de los rasgos que caracterizaron a la civilización euroasiática “avanzada”. Además de estas “ausencias” en las culturas del Nuevo Mundo, se les ha satanizado por practicar el sacrificio humano. Éstas son apenas parte de las justificaciones para la conquista.

Los estudiosos que excavaron en América durante los siglos XX y XXI e investigaron en los archivos, han reunido un acervo increíble de datos que demuestra, sin lugar a dudas, que las antiguas civilizaciones americanas fueron, en realidad, notablemente complejas e interesantes artística y hasta filosóficamente. Me cuento entre los especialistas que trabajaron sobre los aztecas y Teotihuacan. En libros como 1491, crónica de Charles C. Mann publicada en 2005, se reúne nueva información y se pone a disposición del público no especializado, que ahora puede sorprenderse de los logros antiguos. Bajo esta luz, la América antigua es más compleja y admirable que lo que alguna vez creímos. Se comprenden sus debilidades, naturalmente, que a la larga serían compensadas por nuestra cultura, más avanzada.

Hemos llegado a un punto donde podemos imaginar que la antigua América bien pudo haber sido en algunos aspectos, realmente, tan buena como la cultura conquistadora europea. Sus habitantes tuvieron un modo de vida y una organización sociopolítica tal vez más ventajosa para la gente común que la que ofrecía la cultura que finalmente los destruyó. Estamos a punto de llegar a esta conclusión: tal vez la antigua América fuera, realmente, un buen lugar donde vivir.

Un análisis reciente con láser (LIDAR ) de la zona tropical norte maya muestra 60 000 probables estructuras, incluyendo canales de riego y terrazas a gran escala. Se calcula que hubo, solamente en la región maya, diez millones de habitantes. Debido a las exageraciones de la prensa, no son claros ni la fecha ni otros detalles proporcionados por este análisis, pero sugieren, al menos, que la población fue mayor que lo que creíamos y que lo fue gracias a recursos alimenticios mayores y mejores que los europeos. Conocemos los parcos recursos europeos del siglo XVI  y jamás se pondrá énfasis suficiente en el enorme incremento que representó en sus dietas la importación de las plantas domesticadas del Nuevo Mundo. Los nuevos productos americanos fueron la base para avances históricos de Europa como la Revolución Industrial (estos productos nutren actualmente a gran parte del planeta). Hoy en día lo sabemos de manera más certera que hace 20 años: los habitantes de la antigua América estuvieron mucho mejor nutridos.

Retorno a Teotihuacan

La ciudad más grande y la cultura más poderosa de la historia mesoamericana existió entre 100 a.C. y 600 d.C., aproximadamente, apenas a una hora de donde se encuentra la actual Ciudad de México. Ignoramos qué nombre recibió. Los aztecas, que llegaron a esa zona 600 años después, le llamaron Teotihuacan o “lugar de los dioses” porque su dimensión les pareció desmedida, comparada con las posibilidades humanas, y creyeron que debió ser construida por los dioses. Aún no se han logrado determinar ni la lengua ni la etnia de quienes habitaron Teotihuacan y, aunque existen algunos glifos, no hay ni textos escritos ni inscripciones. No hay retratos de sus gobernantes y apenas sobreviven unas cuantas imágenes de sus dioses. Su papel en la historia antigua de América ha sido entendido solamente dentro de los límites que impone la ausencia de información; las preguntas son muchas.

Teotihuacan es un emplazamiento arquitectónico colosal. Hay dos pirámides; una de ellas, la Pirámide del Sol, puede compararse, por su masa, con la pirámide egipcia de Gizá; la otra, menor, es la Pirámide de la Luna (los nombres les fueron dados por los aztecas). Hay un emplazamiento enorme con una pirámide menor, conocida como la Ciudadela, con una plaza donde cabrían todos los pobladores adultos de Teotihuacan; en ella se ocuparon casi dos tercios del material usado en la Pirámide del Sol. La Calle de los Muertos, de casi dos kilómetros de largo, es aún más sorprendente que las estructuras mayores; divide en dos la ciudad, al desembocar en la Pirámide de la Luna. En algunas partes, la calle tiene 40 metros de ancho. Al menos un millón de turistas al año llegan a estas ruinas espectaculares y caminan entre ellas sin saber bien a bien dónde lo hacen y considerándolas, “genéricamente”, como antigüedades americanas. ¿Cómo y por qué se construyó? Es el gran misterio a dilucidar, pero las piezas se han acomodado recientemente, como se ve en algunas publicaciones y exposiciones (Matthew H. Robb, ed., Teotihuacan. City of Water, City of Fire, De Young Museum/University of California Press, San Francisco, 2017). Mientras Teotihuacan emerge de la oscuridad, algunos aspectos de la América antigua, como conjunto, emergen junto a ella.

Esther Pasztory. Profesora emérita de la Universidad de Columbia.

Pasztory, Esther, “Una nueva perspectiva de la antigua América”, Arqueología Mexicana, núm. 157, pp. 78-83.

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