La llamada Noche Triste
La noche del 30 de junio de 1520, Hernán Cortés tomó la decisión de salir de Tenochtitlan, ya que la situación se había vuelto insostenible. Una semana antes, el 24 de junio, día de San Juan, había regresado de Cempoala, Veracruz, tras enfrentar y capturar a Pánfilo de Narváez, enviado a su vez por Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, para removerlo del mando y castigarlo, entre otras cosas, por haberlo hecho a un lado en el desarrollo de su expedición. Todo se empezó a complicar precisamente por la llegada de Narváez y luego la terrible matanza que Pedro de Alvarado –a quien Cortés dejó al mando en Tenochtitlan cuando partió para Cempoala– perpetró en el recinto sagrado el 22 o 23 de mayo, con motivo de la celebración de tóxcatl, la fiesta de Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, para la cual los mexicas habían solicitado autorización
La reacción no se hizo esperar. Los tenochcas, de hecho, sitiaron a Alvarado y los españoles en el Palacio de Axayácatl o Casas Viejas, donde fueron alojados desde su llegada, en noviembre del año anterior, e incluso le prendieron fuego, como hicieron con los cuatro bergantines que Cortés había mandado hacer unos meses atrás. Algunos días después, al enterarse de la derrota de Narváez, Moctezuma ordenó cesar las hostilidades, si bien persistió el sitio sobre el cuartel español; tal vez por esa razón, cuando regresó de Cempoala, Cortés entró con tranquilidad a Tenochtitlan, aunque encontró varios puentes o compuertas de las calzadas quitadas, lo que le produjo mala impresión.
Como el conquistador en jefe estaba al tanto de que Moctezuma había tenido un “coqueteo” con Narváez a través de mensajeros, a su regreso desairó al huei tlatoani cuando éste lo buscó para darle una bienvenida cordial, e incluso se refirió a él de manera despectiva e insultante cuando, al cabo de un rato, el soberano envió a unos dignatarios para solicitarle que lo fuera a ver. Esto, probablemente, influyó en lo que estaba por venir.
En la mañana del lunes 25 de junio, creyendo que la calma se había recobrado, Cortés envió un mensajero con destino a Veracruz para comunicar las buenas noticias, entre ellas que la ciudad estaba segura, pero tras media hora el enviado regresó descalabrado, herido y dando voces de alarma. A partir de ese momento se iniciarían seis días de acoso y ataque continuo a las Casas Viejas, con sus ocupantes resistiendo y saliendo ocasionalmente para tratar de ganar posiciones. Dada la cantidad y magnitud de las piedras que les arrojaban desde las azoteas, los sitiados fabricaron tres máquinas de guerra, llamadas “ingenios” por Cortés y “torres” por Bernal Díaz. Ante la falta de buenas descripciones o ilustraciones (las únicas que conocemos son las muy esquemáticas del Lienzo de Tlaxcala), debemos imaginar que se trataba de armazones de madera cubiertas de tablas, con tamaño suficiente para alojar veinte hombres, entre ballesteros y escopeteros. Sin embargo, no resultaron suficientes y los tenochcas lograron averiarlas.
Carlos Javier González González. Arqueólogo por la ENAH y doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Profesor investigador del Museo del Templo Mayor.
González González, Carlos Javier, “La llamada Noche Triste”, Arqueología Mexicana, núm. 163, pp. 48-55.