En la imagen, la sangre del sacrificado se sublima y se alza, no se vierte, se levanta como una serpiente. Se trata de una metáfora frecuente en sitios en los que el juego de pelota fue fundamental. El relieve, magníficamente conservado, muestra un personaje sentado en lo alto de una escalinata, de cuyo cuello cercenado surgen siete serpientes entrelazadas, en alusión a Chicomecóatl, “siete serpiente”. Las serpientes remplazan los chorros que brotan luego del sacrificio, ennobleciendo el acto y convirtiéndolo en un ritual de fertilidad.
En este caso se trata sin duda de un jugador de pelota, pues su indumentaria está formada por todos los implementos del juego: lleva en la cintura una protección de caucho, brazaletes, collares y tobilleras; a la derecha se ve una palma y en una mano lleva una manopla, lo que indica una de las variedades del juego. Según Michel Graulich (“El sacrificio humano en Mesoamérica”, en Arqueología Mexicana, núm. 63), los primeros sacrificios fueron los de los dioses, y el rito, al recrear su muerte, equipara a la víctima con la divinidad, lo cual le abre las puertas a un nivel superior en el inframundo.
Imágenes muy similares han sido encontradas en una cancha de Chichén Itzá, en un relieve de Tajín y en un mural de Las Higueras. En el Museo Nacional de Antropología hay una pieza casi idéntica, proveniente del mismo sitio, y es muy probable que haya dos más en otras colecciones, pues se presume que estas lápidas marcaban las cuatro esquinas de una cancha. Desafortunadamente, el sitio de Aparicio ha sido poco estudiado.
Tomado de Maliyel Beverido Duhalt, “Lápida de Aparicio”, Arqueología Mexicana, edición especial 32, Museo de Antropología de Xalapa, p. 47.