Efigies de cerámica benizaa

Javier Urcid

Los dientes limados, la modificación intencional de la cabeza y lo que se infiere debieron ser orejeras de un material preciado, denotan una atribución de gran estima hacia lo que representaban estas tres extraordinarias efigies, que guardaban múltiples significados.

 

Hacia el fin de la época anterior a Cristo o principios de nuestra era, no muy lejos de Monte Albán, Oaxaca, un consumado artesano alfarero produjo varias efigies cerámicas casi idénticas. No obstante, sus características tan especiales las hacen a la vez singulares. Hoy día se conocen tres de esas piezas. Si poco sabemos acerca del pasado remoto de esos objetos, su historia más reciente es igualmente enigmática. Un ejemplar, el más completo, forma parte de las colecciones del Museo de Arte en Cleveland, Ohio; el otro, despostillado de una parte, está en el Museo de las Culturas de Oaxaca; y la tercera pieza, de la que sólo queda la cabeza, yace relegada en la bodega del Museo Nacional de Antropología. Las dos efigies que se encuentran en México llegaron a sus respectivos repositorios a finales del siglo XIX, y nada se sabe acerca de su procedencia precisa ni de cómo fueron descubiertas. La que está ahora en Oaxaca perteneció primero a José Juan Canseco, un cura de Ejutla. Antes de llegar al Museo Nacional, la cabeza había sido parte de la colección del arzobispo Francisco Plancarte y Navarrete. Por otra lado, el museo en Cleveland adquirió su estatuilla en 1954 de un coleccionista particular, y falta constatar si su manufactura es antigua o si es una reproducción aproximada de la pieza que aún se conserva en Oaxaca. Las dos efigies enteras miden aproximadamente 37 cm de altura.

 

¿Un escriba sin instrumentos de escritura?

 

Paradójicamente, la estatua en el Museo de las Culturas de Oaxaca adquirió a principios de la década de 1950 una fama especial basada en el deseo de legitimar su calidad estética al compararla con piezas del antiguo Egipto. De ahí que varios estudiosos la sigan llamando erróneamente “El Escriba de Cuilapan”. La maestría en la elaboración de las efigies zapotecas y egipcias es indiscutible, pero una comparación somera hace evidente que las de barro de Oaxaca no portan los instrumentos de un escribano, como en el caso de las esculturas de piedra africanas.

Sobre la procedencia del pretendido escriba, resulta que la pieza también ha sido atribuida a Zaachila, así como a un lugar intermedio. Tal vez el lugar del hallazgo fue un sitio que está un kilómetro al norte de San Raymundo Jalpan. Este asentamiento se halla entre Cuilapan y Zaachila y tiene evidencia de ocupación coetánea a la de la manufactura de las estatuillas. Curiosamente Nicolás León (quien escribió en 1896 el comentario más temprano que se conoce sobre la efigie en el Museo de Oaxaca), pensó que era maya-quiché, elaborada específicamente en Palenque o en Copán y adquirida por un mixteco mediante un intercambio comercial. Implícitamente, León fechó la estatuilla en los últimos siglos de la época prehispánica, cuando –según varias fuentes– un enclave de etnia mixteca se estableció en Sahayuco (“Al pie del Cerro [Monte Albán]”, hoy Cuilapan de Guerrero).

 

Urcid, Javier., “Efigies de cerámica benizaa”, Arqueología Mexicana, núm. 121, pp. 18-24.

 

• Javier Urcid. Doctor en antropología por la Universidad de Yale. Profesor asociado en el Departamento de Antropología de la Universidad de Brandeis, Boston Massachussetts.

 

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