Leonardo López Luján, Alfredo López Austin y José María García
En los siglos XV y XVI los mexicas y sus contemporáneos despojaron a la ya entonces ciudad arqueológica de Tula de muchos de sus monumentos escultóricos. Los transportaron a Tenochtitlan, Tlatelolco y Tlaxcala para rehabilitarlos en nuevos contextos y establecer así un vínculo con la Tollan mítica y su legendario gobernante Quetzalcóatl.
Viejas miradas hacia el pasado
Siempre han llamado nuestra atención las diversas maneras en que las sociedades mesoamericanas percibían y utilizaban el pasado: cómo lo recordaban, inquirían acerca de él, lo construían y lo recreaban, y para qué se valían de él en la política, la religión y el arte. Desde los años ochenta hemos estudiado las concepciones mexicas acerca de la antigüedad, basándonos en buena medida en los descubrimientos realizados por el Proyecto Templo Mayor en el recinto sagrado de Tenochtitlan. Nuestras excavaciones han revelado la fascinación de los mexicas por los vestigios materiales de las civilizaciones que los antecedieron, en especial la olmeca, la mezcala, la xochicalca, la maya, la teotihuacana y la tolteca.
Hoy sabemos que los mexicas y sus contemporáneos de los siglos XV y XVI visitaban asiduamente los grandes sitios arqueológicos del Centro de México para realizar allí una amplia gama de actividades. Algunas de ellas dejaron una marca indeleble en sitios como Chalcatzingo, Teotihuacan y Tula. Con fines analíticos, estas actividades pueden clasificarse en dos grandes grupos. En el primer grupo, se encuentran aquellas que hemos llamado aditivas, pues se trata de actividades que tienen como consecuencia la incorporación de nuevos elementos a las ruinas. Algunos elementos agregados son de carácter arquitectónico o escultórico, entre ellos templos, adoratorios, escalinatas de acceso, imágenes de culto y relieves. Otros son depósitos rituales, generalmente entierros y ofrendas, que fueron inhumados en el interior de viejos edificios o bajo los pisos de plazas y patios abandonados. En contraste, hemos calificado como sustractivas a un segundo grupo de actividades consistentes en excavaciones premeditadas, emprendidas con el fin de extraer rasgos arquitectónicos, esculturas, ofrendas y restos óseos. Muchos autores modernos han usado los términos peyorativos de “saqueo” y “pillaje” para definir tales acciones; sin embargo, salta a la vista que la mayoría de ellas no perseguían el lucro, sino la recuperación ya de materiales útiles en la construcción, ya de objetos sagrados como máscaras de piedra, recipientes de cerámica y ornamentos que consideraban obra de dioses, gigantes o pueblos legendarios, mismos que a su juicio podían recibir culto o usarse como fuentes de poder.
Debemos aclarar que las actividades aditivas y sustractivas no sólo tuvieron un fuerte impacto en los sitios arqueológicos, sino que también alteraron la fisonomía de las ciudades de quienes realizaron dichas actividades. El caso más espectacular es la ciudad insular de Tenochtitlan, donde el pasado se hacía presente por doquier. Esto se logró a través de dos tipos de manifestaciones: la imitación y la llamada en el léxico arqueológico reutilización secundaria.
La imitación y la reutilización secundaria
En lo que respecta a la imitación, es claro que las excavaciones llevadas a cabo por los mexicas en las ruinas de Teotihuacan y Tula fueron lo suficientemente amplias para que los artistas de la isla pudieran copiar viejos estilos arquitectónicos, escultóricos y pictóricos, además de escenas iconográficas completas. Esto les permitió reproducir en Tenochtitlan añejos cánones artísticos, aunque muchas veces sin respetar cabalmente la forma y el significado originales. Puede afirmarse que sus imitaciones reinterpretaron el pasado, entreverando eclécticamente lo antiguo con lo nuevo. De esta manera, sus arcaísmos fungieron más como evocaciones fragmentarias de tiempos extintos que como réplicas fieles e integrales de conjuntos plásticos específicos.
Acerca de la reutilización secundaria, dijimos que los mexicas emprendieron excavaciones premeditadas para recuperar antigüedades. Seguramente, una de sus motivaciones principales fue el aprecio que tenían por la calidad material y estética de estos objetos. Pero, ante todo, debieron de haberlos valorado por tratarse de reliquias, pues atribuían su elaboración a seres portentosos. En otras palabras, los consideraban objetos numinosos, cargados de poderes mágicos. Esto explica por qué los mexicas se dieron a la tarea de transportar sistemáticamente antigüedades hasta Tenochtitlan, para incorporarlas a nuevos contextos y darles nuevas funciones. En algunas ocasiones, las antigüedades eran exhibidas públicamente en lugares donde se les rendía culto; en otras, eran portadas como amuletos por individuos de alto estatus, y en otras más, eran reinhumadas en templos y palacios como parte de ofrendas dedicatorias y funerarias.
El chacmool tolteca y el mexica
Habiendo delineado brevemente algunas estrategias mexicas de recuperación del pasado, quisiéramos ahora profundizar en el tema de la imitación y la reutilización secundaria del arte tolteca. Con tal fin, tomaremos como ejemplo las trece esculturas de chacmool que han sido descubiertas hasta la fecha en las ruinas de Tenochtitlan, Tlatelolco y Míxquic. Antes de comenzar, queremos subrayar que varios especialistas han demostrado que el chacmool no era una imagen de culto, sino una eficaz mesa pétrea que formaba parte del rico mobiliario ritual mesoamericano. En efecto, era una base de gran estabilidad que solía colocarse en los epicentros de la actividad litúrgica para ser utilizada como mesa de ofrendas, como contenedor de corazones o como piedra sacrificial. A este último respecto, Hernando Alvarado Tezozómoc (2001, pp. 306-307) nos indica claramente que, en 1487, el rey Ahuítzotl sacrificó numerosos individuos en la cúspide del Templo Mayor, sobre un chacmool:
Y [en] saliendo [que] salió el sol, comiençan de [en]bixar a los que abían de morir con albayalde (tiçatl) y enplumalles las cabeças y, hechos esto, los suben [en] los altos de los templos y primero en el de Huizilopochtli [...] Y los quatro [que] an de acarrear a los miserables condenados estauan [en]bixados de negro, ahumados, prietos, [en]bixados de almagro pies y manos, paresçían a los mesmos demonios, [que] solo la bista de ellos estauan a los que los mirauan. Estaua parado el Ahuitzotl, rrey, ençima del tuchcatl [tajón sacrificial], una piedra figurada una figura [que] [e]staua y tenía torcida la cabeça, y [en] sus espaldas estaua parado el rrey y a los pies del rrey degollauan. Arrebatan los tiznados como diablos de los coxedores a uno y [en]tre quatro de ellos tiéndenle boquiarriba estirándolo todos quatro. Llegado el Ahuitzotl, come tierra del suelo, como decir umillaçión al diablo, con su dedo de enmedio y luego mira a quatro partes del mundo, de oriente a poniente, de norte a sur, el nabaxón [en] la mano, tirando rreziamente los quatro demonios, le mete el nabaxón por el coraçón y, abierto, le ba rronpiendo hasta [que] be el coraçón del miserable penitente, y le saca el coraçón [en] un ymprouiso, lo [en]seña a las quatro partes del mundo [...] y luego el Ahuitzotl otro tanto con otro coraçón, una mano casi saltando el coraçón [en] las manos, y luego los coraçones les ban dando a los tlamacazque, saçerdotes, y como se les ban dando coraçones, ellos a todo correr ban hechando en el aguxero de la piedra [que] llaman cuauhxicalli, que está aguxerado una bara en rredondo, que oy día esta piedra del demonio [en]frente de la Iglesia Mayor, y los sacerdotes tanbién, [en] tomando el coraçón [en] las manos, de la sangre [que] ba[n] goteando ban salpicando las quatro partes del mundo.
Todo parece indicar que los mexicas conocieron el chacmool a través de sus exploraciones en las ruinas de Tula, donde debieron haber exhumado más de una de estas efigies esculpidas entre los siglos X y XII. Recordemos que el chacmool tolteca representa a un individuo recostado sobre su dorso, con el tronco y las extremidades incómodamente semiflexionadas. Su cabeza está girada hacia la izquierda, en tanto que el pecho, el abdomen y los muslos conforman una superficie horizontal continua. Al centro de esta sólida superficie se encuentra un ara plana y rectangular, la cual es sujetada con las manos por el personaje. Al igual que el chacmool de Chichén Itzá, el chacmool tolteca figura a un adulto joven que luce indumentaria guerrera: banda frontal o casco de teselas, orejeras rectangulares, collar o pectoral de mariposa, delantal, pulseras, cuchillo sujeto al antebrazo, perneras y sandalias.
Inspirados en estos modelos, los mexicas comenzaron a producir sus propias efigies del chacmool en el siglo XIV. De este periodo, que se prolonga hasta finales del siglo XV, han llegado hasta nuestros días ocho esculturas. Todas se caracterizan por su esquematismo, sus superficies ásperas y su marcada desproporción corporal. Lo interesante es que incorporan dos rasgos novedosos y muy significativos. A nivel formal, el ara rectangular y plana se transforma en un ara cilíndrica y prominente. Esta adaptación, sin duda, hizo que la víctima sacrificial quedara en una posición más elevada, lo que facilitaba la extracción del corazón. En el caso del chacmool de Míxquic se llegó al grado de sustituir el ara cilíndrica por un téchcatl o tajón de sacrificios geométrico. A nivel iconográfico, el individuo representado perdió su carácter marcial y, en su lugar, adquirió la indumentaria, los afeites y las insignias del dios de la lluvia. Esto es importante porque, de acuerdo con Esther Pasztory, Tláloc fue para los mexicas una divinidad vinculada con los antiguos pueblos agricultores del Centro de México. Bajo esta perspectiva, el chacmool se convirtió en el Posclásico Tardío (1325-1521 d.C.) en una mesa más útil para sacrificar que para depositar ofrendas, y en símbolo de un pasado que no era el de los mexicas.
Con el paso del tiempo, el arte escultórico mexica se refinó, alcanzando una calidad técnica y estética nunca antes vistas. Esto se percibe nítidamente en las efigies de chacmool de la llamada fase imperial. Las cuatro esculturas que se conservan destacan por sus superficies redondeadas, su compleja decoración y su naturalismo. Sin embargo, al igual que sus predecesoras, tienen un ara cilíndrica prominente y atributos del dios Tláloc.
El chacmool de la Casa del Apartado
En 1995 fue encontrado en la ciudad de México el chacmool número trece. Esta escultura de basalto, sin embargo, es distinta a las anteriores, pues no corresponde estilística e iconográficamente a ninguno de los dos tipos mexicas recién mencionados. El descubrimiento se realizó justo en frente de la zona arqueológica del Templo Mayor, bajo la casa del Marqués del Apartado, en la calle de Argentina núm. 12. En el ángulo suroeste del patio de este palacio neoclásico del siglo XIX, un grupo de trabajadores excavaron un pozo de inyección de agua. Fue así como dieron accidentalmente con un chacmool decapitado (49 x 108 x 47 cm), el cual se encontraba en el ángulo suroeste del patio, a una profundidad de 1.7 metros. La escultura estaba recostada sobre el piso de lajas de la última etapa constructiva del Templo Mayor, pero formando parte ya de un muro de época colonial temprana. Esto nos indica claramente que el chacmool fue reutilizado por los españoles como material constructivo de una mansión del siglo XVI.
Como puede observarse, el chacmool de la Casa del Apartado no tiene un ara cilíndrica prominente, ni atributos del dios de la lluvia. Por el contrario, posee un ara rectangular plana y muestra las características propias de un guerrero joven. Esto nos hizo vislumbrar, desde un principio, que se trataba de una escultura tolteca cuya elaboración se remontaba al Posclásico Temprano (950-1150 d.C.). Lo anterior resulta más evidente en la tabla que aquí publicamos, donde se comparan las características de la escultura de la Casa del Apartado con las de los once chacmool toltecas que actualmente se conocen. Se observa que las dimensiones totales de la pieza, de la base y del ara son muy similares en todos los casos, quizás debido al uso de un patrón de medida. De manera significativa, todas tienen la cabeza girada hacia la izquierda, cabello largo, pulseras, delantal, braguero, perneras, sandalias y ara rectangular. Además, la mayoría de las esculturas, incluida la de la Casa del Apartado, poseen los dedos de las manos bien delineados y un cuchillo atado al antebrazo izquierdo.
Esta comparación demuestra que el chacmool de la Casa del Apartado es tolteca e indica que los mexicas lo transportaron desde las ruinas de Tula hasta Tenochtitlan, llevando a cuestas un peso de unos 700 kg a lo largo de 85 km. Debemos advertir que, de ser correcta nuestra identificación, éste no sería un caso aislado. Las fuentes históricas del siglo XVI hablan de otros ejemplos semejantes. Por ejemplo, la Historia de los mexicanos por sus pinturas (1965, p. 60) menciona que, en la primera mitad del siglo XVI, los tlatelolcas llevaron a su capital una escultura tolteca. Este texto dice a la letra: “El año 99 [1422 d.C.] fueron los de Tlatilulco a Tula y como [los toltecas] se habían muerto y dejado allí a su dios, que se decía Tlacahuepan, tomáronlo y trajéronlo a Tlatilulco”.
De acuerdo con Motolinia (Benavente, 1971: 78), una máscara y una pequeña imagen llevados desde Tula eran adorados en la pirámide principal de Tlaxcala junto con la escultura del dios patrono Camaxtli:
Luego vestían la estatua de su dios Camaxtle, que era de tres estados de altura, como arriba está dicho, y tenían un ídolo pequeño que decían haber venido con los viejos primeros que poblaron esta tierra; este ídolo ponían junto a la gran estatua de Camaxtle, y teníanle tanta reverencia y temor, que no le osaban mirar; aunque delante de él sacrificaban codornices, no osaban levantar los ojos a le ver. Aquí ofrecían al demonio después de haber vestido las vestiduras e insignias del dios de Chololla, que llaman Quezalcovatl: éste decían ser hijo del mesmo Camaxtle, las cuales vestiduras traían los de Chololla, que está de aquí cinco leguas pequeñas, para esta fiesta; y esto mesmo hacían los de Tlaxcalla, que llevaban las insignias de su demonio a Chololla, cuando allá se hacía su fiesta, las cuales eran muchas y se las vestían con muchas cerimonias, como hacen a nuestros obispos cuando se visten de pontifical. Entonces decían: “hoy sale Camaxtle como su hijo Quezalcovatl”. También le ponían una máscara, que ésta y el ídolo pequeño había[n] venido de Tulla y Puyahutla, de donde se dice que el mesmo Camaxtle fue natural, y también estos tlaxcaltecas, que hay de aquí allá cerca de veinte y ocho leguas.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología. Director del Proyecto Templo Mayor, INAH.
Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
José María García. Arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
López Luján, Leonardo, Alfredo López Austin, José María García, “El chacmool tolteca de la Casa del Apartado. Imitación, reúso y legitimidad”, Arqueología Mexicana núm. 130, pp. 22-29.
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