Encontrada a mediados del siglo pasado cerca de Tlalmanalco, estado de México, la escultura de Xochipilli constituyó durante algún tiempo un enigma para los estudiosos de la cultura nahua. Fue en las décadas de 1960 y 1970, durante el auge del estudio de las plantas con las que se obtenían experiencias místicas (a las que se designó como enteógenos), cuando se dio una explicación razonable para la expresión corporal de la escultura de Xochipilli y los vegetales que la adornan. Llama la atención el tamaño de su cuerpo que es, sin tomar en cuenta el pedestal, similar al de un niño. Ese pedestal representa un templo adornado con el hongo enteógeno identificado como Psilocybe aztecorum Heim.
Díaz, Daniel, “Xochipilli. Príncipe de las flores”, Arqueología Mexicana núm. 39, pp. 52-53.
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