Tras la huella del jaguar en Teotihuacan

María Elena Ruiz Gallut

Sol del inframundo, corazón del monte y día del calendario, el jaguar hace sentir su presencia en Teotihuacan: toma lugar en las procesiones, aparece ocupando el lugar de la cabeza en imágenes de personajes, se convierte en metáfora para ser signo y, finalmente, se humaniza.

 

La ciudad y el felino

Teotihuacan es la "ciudad de los dioses", la de la geometría cósmica, donde el paisaje del pequeño valle envuelve los volúmenes masivos de sus dos grandes pirámides para conferirles la sacralidad de un entorno natural, hoy incomprendido y poco valorado. Es la que, a partir de sus calzadas que la seccionan en cuatro, se desdobla y multiplica en cientos de calles, plazas y patios, la que guarda para sí los nombres de sus gobernantes y nos muestra sólo un rostro fragmentado de su esplendor. En ella, una presencia participa en los discursos de la piedra labrada, en los muros pintados y los tiestos de cerámica anaranjada, en los entierros de dignatarios y personajes de alto rango: el jaguar.

Concebido por otras culturas mesoamericanas como corazón del monte y día del calendario, Sol del ocaso que se encamina al mundo de los muertos y noche vasta que, como su piel, se tachona de manchas para ser inconfundible, el jaguar cobra vida en Teotihuacan y se atreve en las paredes de recintos, se detiene en los umbrales, se corona con diademas y penachos de plumas preciosas, transforma su naturaleza animal para convertirse en hombre.

Símbolo de poder, la imagen del jaguar dora de significado la investidura de los sacerdotes y los espacios sagrados teotihuacanos. Así, confiere y señala jerarquía al tiempo que recuerda, quizá, orígenes míticos que devienen en la celebración de fiestas y ritos.

Así, el jaguar es una de las manifestaciones plásticas más reiteradas en la iconografía de la gran urbe del Altiplano, a pesar de nunca haber sido parte de su fauna local y de que su imagen probablemente se importó de otras tierras.

Sin embargo, durante los siete siglos de historia de Teotihuacan su huella quedó impresa en los espacios de la ciudad, donde los habita recreado en esculturas, desempeñando un papel protagónico en las escenas pintadas de procesiones y, por último, convertido en signo que resume y sintetiza una esencia.

Como suave piel que cubre los muros, la pintura mural es el medio del expresión por excelencia en Teotihuacan. Desde su bidimensionalidad, las imágenes pintadas en las paredes de los pórticos y cuartos, en los tableros y en los taludes teotihuacanos, han de leerse vinculadas al plano espacial que las congrega. Ello es testimonio de una correspondencia que conjuga en Teotihuacan los tiempos sagrados con los del hombre, y en la que se complementan volúmenes y formas para dar sentido a una comunión: ciudad y jaguar.

 

Piel manchada y entrelaces: El jaguar en la pintura mural teotihuacana

No sólo los rasgos anatómicos y las características conductuales identifican al jaguar. Es e l patrón de manchas negras sobre una piel amarilla lo que lo distingue de una manera especial del resto de los felinos. Tal singularidad ha sido una constante en la recreación plástica del jaguar en distintas sociedades del México antiguo, lo que, a través de sus obras de arte, dio cuenta de la importancia de resaltar, entre otras cosas. el diseño particular de dicha piel. Así ocurre en Teotihuacan. En representaciones pictóricas tempranas. la mano de los artistas teotihuacanos imprime sobre las formas felinas el diseño natural de las manchas, lo que seguramente respondió, en su momento, a una interpretación más libre de la realidad. Sin embargo, al parecer dicho patrón se transforma luego para dar lugar a una retícula de entrelaces, los cuales simulan una red que cubre los cuerpos zoomorfos. Así se nos muestra el jaguar en la mayoría de los murales teotihuacanos descubiertos a la fecha: entrelaces sobrepuestos en patas, lomo, cola, cabeza e incluso orejas; retícula que adquiere un importante valor conceptual al convenirse, dentro del lenguaje visual, en un elemento aislado y significante por sí mismo: el entrelace es la metáfora del jaguar.

No obstante, hay algunas características formales que comparten las distintas representaciones de jaguares. Éstos muestran siempre sus largas garras retráctiles y su hocico abierto que deja ver dientes y colmillos. La mayoría de las veces una gran vírgula, elemento concebido por la imaginería teotihuacana para denotar algún tipo de sonido, se observa frente a sus fauces: ¿rugido? Otras, aquello que se ha interpretado como un corazón seccionado y en ocasiones sangrante aparece también delante suyo.

Veamos algunos casos de imágenes que dan cuenta de lo dicho. Magnífico ejemplo de las representaciones naturalistas del jaguar son los que se miran en el llamado Mural de los Animales Mitológicos. Aquí los pequeños jaguares dejan sentir al espectador su actitud agresiva al mostrar su cabeza ligeramente levantada y sus fauces abiertas: uno de ellos, con la piel pintada en ocre, devora una criatura fantástica que semeja en parte un pez y en parte un ave; otro, pintado en verde, abre su hocico para dejar salir un gran chorro de agua. En ambos ejemplos se observa la factura naturalista de los rosetones negros que distinguen al jaguar.

Dos ejemplos nos sirven para mostrar a los jaguares con entrelaces. El primero corresponde a la Zona 11, en donde los muros de un cuarto estuvieron pintados con las mismas imágenes. Se trata esta vez de la figura en perfil de un jaguar, de cuyo hocico también brota agua, señalada por los ojos y las pequeñas ondas que se enroscan en secuencia. Notemos la red que lo cubre en su totalidad y, en este caso, como en muchos otros de la ciudad, se enfatiza la jerarquía de la imagen del animal que porta penacho y tiene, además, plumas en las patas y la cola. Un gran jaguar sentado desdobla su rostro y nos mira de frente, recurso plástico utilizado en Teotihuacan que se crea al enfrentar dos rostros en perfil para formar uno frontal. De nuevo hay una asociación del personaje con aspectos acuáticos, ya que éste abraza una gran planta que remata en tres flores fantásticas, son ojos que las coronan y de las que surgen corrientes de agua.

La jerarquía del jaguar dentro de la iconografía teotihuacana se pone de manifiesto cuando éste ocupa el lugar de la cabeza en una representación que claramente es antropomorfa. Así, la imagen completa del jaguar reticulado se sitúa por encima del torso de un individuo sobre el que reposan unas manos. Su presencia se acentúa por el gran sonido que emite, señalado aquí por una doble vírgula.

Finalmente, una de las representaciones más notables que ponen en escena la esencia del jaguar es la que pertenece a la Zona 5 A. Ahí el discurso visual alcanza un alto nivel de complejidad al mostrar un personaje cuyas manos se sustituyen por garras de jaguar, y en el que el signo-entrelace denota al numen del felino al centro de la composición.

 

María Elena Ruiz Gallut. Doctora en historia del arte, especialista en pintura mural teotihuacana. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

 

Ruiz Gallut, María Elena, “Tras la huella del jaguar en Teotihuacan”, Arqueología Mexicana núm. 72, pp. 28-36.

 

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