Los hallazgos de cuerpos y restos momificados o parcialmente momificados en México se remontan a la época prehispánica y continúan en la actual; la mayoría provenían de sitios con clima árido o semiárido o microambientes semejantes, depositados en cuevas, criptas, subsuelo de iglesias o espacios donde los cadáveres se deshidratan. Existen también referencias acerca de embalsamamientos de grandes personajes, como arzobispos o virreyes, durante el virreinato, con el fin de trasladarlos a Europa.
Más tarde tenemos ejemplos como el del emperador Maximiliano de Habsburgo (1867), que fue embalsamado dos veces, y otros no menos célebres: la pierna de Antonio López de Santa Anna, la mano del general Álvaro Obregón o el cuerpo del presidente Benito Juárez García (1872). No obstante, en nuestro país las momias son en la mayoría de los casos producto de un proceso accidental de desecación, causado por una gran variedad de factores (clima, lugar y forma de depósito, ajuar funerario, preparación del lugar de la inhumación, edad, sexo y varios más), que generalmente actúan de manera coordinada.
En el acervo de la Dirección de Antropología Física del INAH se cuenta con una colección de momias que provienen de varios sitios y temporalidades. La más antigua hasta ahora procede del estado de Tamaulipas, fechada por carbono 14 en 670 a.C. Restos momificados o parcialmente momificados se encuentran además en Baja California, Coahuila, Chihuahua, Sonora, Durango, Zacatecas, Morelos, Guanajuato, Guadalajara, Tamaulipas, Querétaro, Hidalgo, Puebla, Oaxaca, ciudad de México, Yucatán y Chiapas.
El fenómeno de momificación en el periodo prehispánico se presentó generalmente en la zona norte, y en todos los casos proceden de cuevas mortuorias y abrigos rocosos, donde la protección de la cueva misma y el ecosistema semidesértico es favorable para la preservación orgánica.
Por otro lado, como parte de un rito funerario, los cuerpos eran envueltos en mantas tejidas con fibras vegetales absorbentes y/o en petates o pieles de animales, para conformar bultos mortuorios atados que también favorecen la rápida desecación tisular. Los órganos internos son los últimos en desecarse, lo que los hace susceptibles a la putrefacción y rara vez se conservan. Los difuntos eran colocados comúnmente en posición sedente (sentada), fuertemente flexionada, con los brazos y rodillas junto al tórax o en decúbito lateral con ambas extremidades igualmente flexionadas hacia el tronco (posición fetal); esta posición se conservó en general gracias a la sujeción del cadáver con las mantas, ataduras y petates que conforman el bulto mortuorio.
Los cuerpos en su mayoría muestran sobre la piel huellas de diferentes textiles “tule, yute, palma, ixtle, algodón”, y también los hay con plumas, hojas, pieles, etcétera. En algunos casos las momias tuvieron varias envolturas, y la final solían formarla petates de tule o ixtle, como los que conservan varios bultos infantiles encontrados hasta ahora.
Las momias encontradas hasta la fecha en Mesoamérica son sólo cuatro, todas de tipo natural; tres de ellas se hallaron en cuevas y la cuarta fue objeto de saqueo. Las tres primeras son cuerpos infantiles: una momia de casi tres años llamada ahora “Pepita”, encontrada en 2002 en el interior de un abrigo rocoso de la localidad de Altamira, Cadereyta, Querétaro, con una antigüedad de 2 300 años; una niña de cerca de año y medio, hallada en la Cueva de la Garrafa, Chiapas; y otra se encontró en la Cueva del Gallo, Morelos, y corresponde al periodo Preclásico o Formativo. La última correspondía a un individuo adulto masculino, cuyos datos arqueológicos se perdieron a causa de los ladrones de tumbas.
Estudios en México
En México el estudio sistemático de momias es reciente; sin embargo, la primera referencia se remonta a 1889, cuando al describir el cuerpo incompleto de un hombre momificado, Leopoldo Batres concluyó que se trataba de la primera momia antigua descubierta en territorio mexicano. El hallazgo ocurrió en Comatlán, Huajuapan de León, Oaxaca. Su adscripción a la cultura tolteca se debe a los dibujos geométricos encontrados en los brazos, que Batres identificó como toltecas.
El 30 de agosto de 1934, Roberto Palazuelos presentó un informe en el que describía dos momias encontradas en la cueva de Pitahayo, en la región del Mezquital, Durango. Las momias habían llegado al Departamento de Antropología Física del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía para su estudio y dictamen, pues se afirmaba que se trataba de pigmeos.
En otro trabajo, publicado en 1974 por Heinemann (en Aufderheide, 2003), se describe una momia infantil encontrada en una cueva cercana a la ciudad de Durango. Se le determinó una antigüedad de 950 ± 300 años y entre tres y tres y medio años de edad; no se pudo determinar el sexo, y el estudio xerodiográfico reveló la existencia de una masa en el tórax cuya etiología no pudo establecerse en los análisis histológicos.
En 1985, Tyson y Elerick publicaron un estudio que refiere sus hallazgos en el cuerpo incompleto de un infante y en el de una adolescente cuyo vientre conservaba un feto, cuya cronología era de entre 1040 y 1260 d.C. Ambas momias fueron sustraídas de la Sierra de Chihuahua en 1966 y llevadas a California.
Tomado de Josefina Mansilla Lory y Ilán Santiago Leboreiro Reyna, “Historias de vida. El fenómeno de la momificación en el México prehispánico”, Arqueología Mexicana núm. 97, pp. 22-29.
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