La evidencia ósea de la guerra en la antigüedad no está limitada a las heridas que conducían a la muerte. La toma y el sacrificio de cautivos, la recolección, modificación y preservación de partes corporales de los enemigos era una práctica común en las sociedades en guerra, en todo el mundo. En el Nuevo Mundo, las representaciones iconográficas de la captura y exhibición de cautivos son muy bien conocidas en Mesoamérica (particularmente en el área maya) y en los Andes (especialmente entre los moche, nasca y wari). Además, las fuentes etnohistóricas describen estas prácticas de los mexicas y los incas, los dos estados militaristas dominantes en América al momento del contacto con los españoles en el siglo XVI. Los esqueletos de cautivos atados de manos y pies son conocidos tanto en Mesoamérica (como las elaboradas ofrendas del Templo de la Serpiente Emplumada en Teotihuacan) como en varios sitios arqueológicos en la costa norte del Perú. Estos individuos atados se caracterizan por la posición de sus cuerpos y, en casos donde la preservación arqueológica es especialmente buena, por los restos de cuerdas que se usaron para contenerlos. Las cabezas trofeo momificadas, las vasijas ceremoniales hechas con cráneos humanos y las empalizadas de cráneos (tzompantli) se encuentran entre los mejores ejemplos de la exhibición de enemigos derrotados. Sabemos que otras partes corporales también fueron recolectadas, modificadas y preservadas. Los bioarqueólogos han contribuido a la interpretación de estos objetos mediante el cuidadoso examen de los procedimientos mediante los cuales fueron preparados.
Tomado de John Verano, “La bioarqueología de la guerra”, Arqueología Mexicana núm. 140, pp. 30-35.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-bioarqueologia-AM143