La fortaleza de Quiotepec

Raúl N. Matadamas Díaz

Al norte del estado de Oaxaca existe un espacio geográfico, un angosto corredor entre la Sierra Mazateca y la serranía Mixteca-Chocholteca, en donde la belleza del paisaje natural impide darse cuenta que se va descendiendo de los 1 600 m, desde la parte fría boscosa de pinos, hasta los 500 m de altura sobre el nivel medio del mar, y sólo la temperatura promedio de 35 centígrados hace que se sienta el clima característico de la Cañada de Oaxaca. Esta región integra la mayor parte de lo que se denomina Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, tierra de flora y fauna endémicas, con notoria abundancia de cactáceas, como los cardones llamados candelabros (Pachycereus weberi).

Quiotepec y su contexto multicultural

Siete ríos que nutren al río principal, actualmente llamado río Grande o Papaloapan Alto, humedecen y dan vida a esta tierra; por el lado poniente los ríos Tomellin, Apoala, Sabino y Salado; al oriente, el de Las Vueltas, y otros dos ríos que bajan abruptamente de las montañas donde estuvo el señorío de Papaloticpac, el Chiquito y el Cacahuatal. En la parte baja de este último hubo muchos conflictos desde que gobernó el gran señor cuicateco Tiñaña, de Cuicatlán, y el gran señor mazateco Tico, de Quiotepec, por la colindancia de sus tierras. En 1676 estuvo en manos de Rosalía de Monjarás, nombrada cacica de Quiotepec y quien residía en el Rancho de Cacahuatal (Van Doesburg, 2001, p. 89).

En este espacio habitan cuicatecos, mixtecos, chocholtecos, ixcatecos, mazatecos y zapotecos. En el siglo XVI, hasta la llegada de los españoles, convivieron en esta cañada señoríos como Alpitzahua, Tutepetongo y Cuicatlán, que son cuicatecos, así como Jaltepetongo, mixteco, y Quiotepec (del náhuatl cerro del quiote o flor del maguey), mazateco.

Lo que para nosotros son sitios arqueológicos, para los habitantes de la región son lugares “donde están los que se enterraron”, a los que se decía chentiles (gentiles hombres), que siguen dominando los pisos ecológicos donde vivieron y domesticaron las plantas que sirven para alimento y también para curar soñando.

Región multiétnica y lingüística, su diversidad exige poner mucha atención en lo que se ve y se oye. Sabemos que en las lenguas tonales las palabras se escriben igual, pero según la tonalidad de la pronunciación significan cosas distintas, que pueden referirse a su pasado o a su futuro. Los casos más comunes se pueden encontrar en un mercado tradicional, por ejemplo, al preguntar a una señora que ofrece su mercancía: “¿Qué vende usted?” “Yo vendo capulines negros”. “¿Pero por qué están rojos?” “Pues porque están verdes”.

En los linderos del agua y del quiote se localiza la ciudad vieja de Quiotepec, que tiene una extensión de aproximadamente 95 km cuadrados. Por más de 1 500 años se construyeron casas, grandes muros de contención, y dos excepcionales juegos de pelota, uno, el más antiguo, en el aluvión cercano al río Grande o Papaloapan Alto, y el otro en la cumbre del cerro acondicionado para albergar al poblado que cuidaba los linderos de los mazatecos o chjota énna en el siglo XVI. Se pueden ver edificios de piedra careada, aún con los orificios donde se empotraron los andamios para construirlos; en otros casos aún se conservan fragmentos de dichos andamios.

Destaca un edificio del Conjunto Ceremonial IV que presenta una doble escalinata que conduce al posible templo en la parte superior, desde donde se domina todo el paisaje, con muros de más de diez metros que perduran a pesar de las inclemencias del tiempo y sustentan construcciones al filo de los acantilados naturales de piedra arenisca.

Una ciudad de casi 1 000 m cuadrados se concentra sobre un cerro en la junta de dos ríos, el Salado y el Papaloapan Alto, que después de pasar por Quiotepec cambia de nombre a río Santo Domingo, para desembocar en el Golfo de México.

Lo sencillo y lo monumental se combinan y reflejan la existencia de un plan coherente en cuanto al manejo del espacio. La arquitectura se ajusta al cerro mismo, como si la ciudad le diera forma a la naturaleza. La piedra tallada surge de la roca madre y pareciera que nunca hubiera sido trasplantada; las paredes cubiertas de estuco “torteado” sin aplanar, con infinitos brillos de fina arena, poseen una apariencia rugosa, como la piel de las lagartijas que recorren incansables de arriba abajo el cerro.

Del gobernante de Quiotepec Tico (Di-Cu, Señor Serpiente en cuicateco, y Nai-Ye, en mazateco) y de su esposa Naqha-Nihñna proviene una extensa genealogía que llega hasta nuestros días; integrantes de esa familia aún conservan documentos originales del siglo XVI.

 

 

Raúl Noé Matadamas Díaz. Investigador del Centro INAH Oaxaca. Coordinador de proyectos en la región de la Cañada, Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, de 1993 a 2000. Coordinador del proyecto de investigación y encargado del sitio arqueológico Copalita, Huatulco.

 

Matadamas Díaz, Raúl N., “La fortaleza de Quiotepec”, Arqueología Mexicana, núm. 155, pp. 64-71.

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