El despertar
Todo el mundo debía despertarse temprano. Cada mañana al levantarse, las mujeres esparcían copal sobre el fuego a modo de ofrenda al Sol. Las mujeres empezaban sus labores domésticas y los hombres se preparaban para sus afanes cotidianos: en el campo, los talleres, la obra pública, etc. Normalmente llevaban consigo su itacate.
El fuego
La primera actividad en los hogares al llegar el día era el encendido del fuego. Éste era fundamental no sólo para la preparación de los alimentos, sino también para iluminar la noche, para ofrendar aromas a los dioses y en muchos procesos productivos. Además, el fuego poseía importantes cualidades simbólicas, al grado que cada 52 años se le dedicaba una gran ceremonia de renovación.
El control del tiempo
Aunque no se sabe con certeza cómo se medía el tiempo diario, es posible suponer que la amplia gama de actividades en la ciudad, mundanas y rituales, requerían de por lo menos una noción para su inicio y su fin. Según algunas fuentes, se señalaban –sonando tambores desde algún templo– entre seis o nueve momentos a lo largo del día y de la noche.
El mandado
Una actividad prácticamente cotidiana era la obtención de las materias primas necesarias para las labores domésticas, la producción artesanal y la preparación de las grandes fiestas. En el Códice Mendoza se cuenta que una de las primeras tareas que un padre asignaba a su hijo era salir a conseguir lo necesario para la casa. Es posible imaginarse que las calles de la gran ciudad se llenaban de gentes de todas las edades que acudían al mercado a obtener lo necesario, o que incluso las conseguían ellos mismos en el lago y sus orillas.
El baño
Es bien conocida la costumbre de toda la población de bañarse con regularidad en el lago y los ríos. Las casas tenían un baño de vapor, y el temazcal la mayor parte de las veces estaba reservado para ocasiones especiales. En el baño, a modo de jabón, se utilizaba un fruto de un árbol llamado copalxócotl. El baño no sólo era un acto higiénico, también tenía connotaciones rituales; se dice que Moctezuma se lavaba el cuerpo hasta dos veces al día y los jóvenes del calmécac debían bañarse con agua fría cada noche. Sólo se dejaba de lado esta costumbre por motivos rituales; los comerciantes se abstenían de bañarse hasta el regreso de alguna expedición y durante la fiesta de atemoztli no se podía usar jabón.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique, “Un día cualquiera”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 75, pp. 64-69.