Es preciso situar los tetzáhuitl o presagios en el contexto mental de su época y reconocer en ellos una profunda filosofía, coherente con su concepción del mundo y el orden de las cosas. Formaban parte de su corpus intelectual para explicarse desde la concepción del tiempo, de la historia y de la naturaleza de los dioses, hasta la percepción e integración del otro en el marco de categorías indígenas propias.
Tras 11 volúmenes que retratan lo más fielmente posible vida, costumbres, fiestas e historia nahua, la monumental obra de fray Bernardino de Sahagún cierra con uno de los libros más citados por los estudiosos de la historia. El libro XII relata la dramática caída de Tenochtitlan y Tlatelolco, cuyo objetivo, de acuerdo con Sahagún, es que se conocieran los términos de “las cosas de la guerra”, a la vez que quedara testimonio sobre lo que ocurrió en el bando indígena durante el asedio, utilizando como base las narraciones de los supervivientes.
El texto no inicia con el encuentro diplomático de los bandos enemigos, las primeras batallas o el desembarco en alguna costa del ejército español. Los indígenas decidieron comenzar el relato histórico –casi historiográfico– diez años antes; la cuenta regresiva del fin de los mexicas se desata con un presagio o tetzáhuitl: la aparición de una espiga de fuego en los cielos. A éste seguirán siete en el primer capítulo de este libro XII; se encuentran un par más a lo largo de la obra y, finalmente, el último gran presagio ocurre el 12 de agosto de 1521:
El día siguiente, cerca de media noche, lluvía menudo y a deshora, vieron los mexicanos un hoego [fuego], así como torbellino, que echaba de sí brasas grandes y menores, y centellas muchas remolineando y respendando, estallando. Y anduvo alrededor del cercado o corral de los mexicanos, donde estaban todos cercados, que se llamaba Coyonacazco. Y como hubo cercado el corral, tiró derecho hacia el medio de la laguna. Allí desapareció. Y los mexicanos no dieron grita, como soelen hacer en tales visiones. Todos callaron por miedo de los enemigos (Sahagún, lib. XII, cap. 1).
Los tetzáhuitl han llamado la atención de muchos especialistas y su interpretación ha generado controversia, ¿los indígenas creían en presagios y tomaban decisiones con base en ellos? ¿O más bien se trata de un relato inventado por los cronistas españoles, a juzgar por las semejanzas con presagios de la historiografía europea? ¿Quizá pudiera ser que fueran historias a posteriori que se fraguaron para justificar la conquista? En este número especial de Arqueología Mexicana no pretendemos agotar el tema, sino exponer nuestra postura al respecto a modo de diálogo con los lectores y con los demás especialistas que ya lo han abordado en este mismo foro.
Los tetzáhuitl: una forma de explicarse el devenir humano
Para muchos, los tetzáhuitl, presagios, podrían parecer estrategias incomprensibles, casi artificiales o demasiado complejas. Esta apreciación probablemente se debe a que se compara la visión mesoamericana con nuestra forma occidental moderna de ver el mundo y entender el mecanismo de las cosas.
Los estudios antropológicos nos permiten comprender que el ser humano ha forjado una gran diversidad en sus formas de pensar, de explicarse el mundo y el devenir de su propia existencia. Tendemos a comprender de distintas formas lo que nos ocurre, echando mano de los conocimientos que tenemos a nuestro alcance. Los presagios, milagros y adivinaciones fueron la respuesta más común de muchas civilizaciones para hacer frente a las incertidumbres, las tragedias y las victorias.
Se recurre a los presagios y augurios cuando los hombres tienen que explicar el devenir, intentando darle sentido y orden a lo aparentemente caótico. Muchas sociedades recurrieron a ellos para tomar decisiones y dirigir sus acciones en algunos momentos. Éstas incluyen desde las complejas prácticas chinas, griegas y romanas hasta las europeas propias del siglo XVI e incluso en la actualidad.
Es preciso situar los tetzáhuitl en el contexto mental de su época y reconocer en ellos una profunda filosofía, coherente con su concepción del mundo y el orden de las cosas. Formaban parte de su corpus intelectual para explicarse desde la concepción del tiempo, de la historia y de la naturaleza de los dioses, hasta la percepción e integración del otro en el marco de categorías indígenas propias. Provienen de sociedades que se saben finitas, que creen en un tiempo cíclico movido por la lucha dialéctica entre Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, que conviven con fuerzas divinas que influyen mas no imponen, y que consideran al ser humano capaz de modificar su destino; formas de ver la vida y el mundo distintas de las nuestras.
Es sorprendente la cantidad y variedad de los relatos que dan cuenta de sucesos inéditos y extraordinarios que fueron interpretados como anuncios de la llegada de los españoles y la caída del imperio mexica. Estos textos combinan, generalmente de manera sutil, elementos de procedencia occidental con motivos de origen prehispánico.
Con seguridad, los presagios referentes a la caída de los mexicas fueron enriquecidos tras haber conocido los indígenas letrados los presagios bíblicos y los provenientes de otras culturas; es innegable su influencia. Sin embargo, como lo sustenta López Austin, la cosmovisión indígena, más que desaparecer ante las nuevas formas de pensar, incorporó elementos occidentales, ajustándolos en su percepción, en ocasiones traslapando o cubriendo con un velo retórico los antiguos nombres por los nuevos términos; otras veces, realizando equivalencias y enriqueciendo las explicaciones filosóficas originales.
Tanto la concepción cíclica del tiempo, como la presencia de tetzáhuitl en la forma de registrar la historia, tiene un firme sustrato mesoamericano. Existen evidencias arqueológicas prehispánicas que dan cuenta de las cinco eras o soles; de igual forma, la presencia de presagios en los relatos de las caídas de otras sociedades delatan su raíz prehispánica.
La caída de Tollan, por ejemplo, fue precedida por una serie de tetzáhuitl de extraordinaria complejidad: estrellas humeantes en el firmamento, cadáveres pestilentes, piedras de sacrificios que cayeron del cielo, entre otros.
Fray Diego Durán registra, por su parte, los tetzáhuitl que presencia un anciano en Tlatelolco, quien los reporta a toda prisa a su tlatoani Moquíhuix: animales y objetos inanimados que hablan, y que habrán de anunciar la caída de la ciudad y la muerte de su gobernante ante los guerreros del tlatoani tenochca Axayácatl.
De esta forma, podemos pensar que la historiografía nahua concebía el devenir humano de forma cíclica; todas las ciudades tarde o temprano llegan a su fin, los dioses deben alternarse en un eterno movimiento espiral. La conversión se hacía preceder por una serie de signos o presagios que advertían el dramático cambio por venir.
Patricia Ledesma Bouchan. Maestra en arqueología por la ENAH. Directora del Museo del Templo Mayor.
Ledesma Bouchan, Patricia, “Presentación”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 89, pp. 8-16.