Este periodo se caracteriza por el apogeo de algunas de las ciudades más importantes de toda la época prehispánica, como Monte Albán y Teotihuacan. En ellas se refleja la consolidación de un extenso sistema de relaciones económicas y políticas, en el que participaban las distintas regiones de Mesoamérica.
Alrededor del año 150 d.C., el alto grado de desarrollo que habían alcanzado las culturas de diversas regiones de Mesoamérica se evidenciaba en la complejidad de los sistemas religiosos, la monumentalidad de sus pirámides y otras estructuras cívico-ceremoniales, el refinamiento de los estilos artísticos, así como en la destreza de los artesanos y su habilidad para trabajar gran variedad de materiales (aun cuando la metalurgia se desarrolló plenamente hasta el Clásico Tardío). La agricultura de subsistencia se basaba sobre todo en el maíz y se complementaba con el cultivo de frijol, calabaza y muchas otras plantas domesticadas. En las regiones más áridas, la irrigación por medio de canales ya se utilizaba desde tiempo atrás.
Si bien la individualidad de las distintas regiones era manifiesta, las unía el intercambio de ideas y de objetos valiosos. En algunos lugares ya habían surgido grandes centros urbanos, como Teotihuacan en la Cuenca de México y Monte Albán en el valle de Oaxaca, y se habían desarrollado plenamente sistemas de escritura en la región maya, en Oaxaca y en las tierras bajas del Golfo. La mayoría de los pueblos mesoamericanos utilizaba un complejo calendario ritual basado en ciclos entrelazados de 13, 20, 260 y 365 días, mientras que los mayas y algunos pueblos vecinos utilizaban la llamada cuenta larga para registrar fechas precisas. Por otra parte, los sistemas políticos de Teotihuacan y Monte Albán habían alcanzado un grado de complejidad e integración tal, que es apropiado considerarlos como estados. Durante el Clásico Temprano –aproximadamente desde el año 150 o 200 d.C. hasta el 650 d.C.– estas tendencias adquirieron un grado de desarrollo aún mayor.
Tal vez el cambio más reciente de opinión respecto al Clásico Temprano es la aceptación de que no fue un periodo exento de enfrentamientos bélicos, como se pensó originalmente. Abunda la evidencia de simbolismos bélicos e incluso hay indicios de que se libraron guerras durante este periodo. La dimensión y finalidad de los combates en las distintas regiones aún es objeto de controversia. Tal vez en algunos lugares se trató de incursiones en pequeña escala con miras a la glorificación personal del grupo gobernante, la eliminación de rivales, la obtención de víctimas para el sacrificio y otros propósitos similares. No obstante, en otros casos, como los de Monte Albán y Teotihuacan, la guerra o la amenaza de guerra probablemente eran parte integral del expansionismo del Estado.
Esto no significa que las sociedades del Clásico Temprano estuvieran dominadas por elementos militares o por intereses y actitudes materialistas. Por el contrario, la religión era una fuerza omnipresente, como lo comprueba la existencia de sacerdotes, templos y rituales. La religión tenía que ver principalmente con mantener el orden del cosmos, la fertilidad, el bienestar general y con acontecimientos como el nacimiento, el matrimonio y la muerte.
Sin embargo, como salta a la vista en la actualidad, las sociedades con conceptos y prácticas religiosas altamente desarrollados pueden ser bastante belicosas, como sucedió con los mexicas y probablemente también durante el Clásico Temprano. Aun así, sabemos muy poco de la frecuencia, la dimensión y los objetivos de las contiendas en las distintas regiones durante esa época, y posiblemente la guerra fue más limitada de lo que llegaría a ser posteriormente.
Comercio
De igual manera, es limitado lo que conocemos de las instituciones económicas en el Clásico Temprano. Abundan las evidencias del comercio a gran distancia para intercambiar pequeñas cantidades de ciertos objetos especiales, principalmente artículos de valor que se intercambiaban entre miembros de la élite gobernante para hacerse de prestigio local y forjar alianzas. La ausencia de transporte terrestre de tracción animal y el limitado acceso al fluvial en gran parte de Mesoamérica provocó que los productos de subsistencia y otros bienes a granel no se transportaran de manera rentable más allá de unos cuantos cientos de kilómetros. Esto, sin embargo, no impidió la existencia de una próspera clase comerciante entre los mexicas: los pochteca. No se sabe a ciencia cierta a qué época se remontan las instituciones y prácticas económicas de los mexicas. Durante el Clásico Temprano resulta difícil identificar una clase especial de comerciantes, y tal vez el número e importancia de los intercambios comerciales era mucho menor comparado con periodos posteriores.
La población no era tan numerosa como en la época de los mexicas, por lo que el número de posibles clientes desde cualquier centro también era menor. Y si bien es posible que las comunidades de los templos fueran unidades de producción importantes, esto no se sabe con certeza. En general, los templos no parecen estar relacionados con el almacenamiento masivo y sólo en algunos casos se les relaciona con talleres artesanales. El papel del gobierno en el comercio tampoco es claro; gran parte de la producción y el intercambio pudo haber sido organizado y realizado por pequeños grupos de personas, con poca supervisión de las instituciones estatales o religiosas.
Organizaciones políticas
Las estrategias de organización política eran diversas. En algunos casos, el control se centralizaba en manos de un solo gobernante. Esto es evidente en las Tierras Bajas mayas, donde se encuentran inscripciones en monumentos de piedra y en otros materiales que glorifican a gobernantes. Sin embargo, en otros casos, el gobierno tal vez era de tipo oligárquico, compartido por los grupos de la élite, y las facultades de los jefes de Estado eran más limitadas. Éste parece haber sido el caso en Teotihuacan, donde se han identificado pocas referencias a gobernantes individuales. Dejemos a un lado las generalizaciones sobre Mesoamérica en el Clásico Temprano para enfocarnos en algunas regiones y sitios específicos.
Teotihuacan
Esta gran ciudad dominaba la Cuenca de México hacia el año 150 d.C. Cuicuilco, centro formado con anterioridad en la zona sur de la cuenca, resultó afectado por la lava del volcán Xitle y ya no era un rival de consideración. Ya en 100 a.C. Teotihuacan abarcaba varios kilómetros cuadrados; 50 años más tarde su extensión era de 20 km cuadrados, aproximadamente, y su población de alrededor de 100 000 personas. Los teotihuacanos construyeron un magnífico centro ceremonial donde se alzaba la gigantesca Pirámide del Sol, junto a la amplia Calzada de los Muertos, así como otros templos y estructuras cívico-ceremoniales que abarcaban varios kilómetros. En el extremo norte de la calzada se encontraba la Pirámide de la Luna, ya de enormes dimensiones, que posteriormente fue agrandada aún más. En una fecha cercana a 200 d.C. se construyeron enormes plazas alrededor de la Ciudadela –estructura de 400 m por lado–, dentro de la cual poco después se levantó el Templo de Quetzalcóatl. Todas estas grandes construcciones cívico-ceremoniales de Teotihuacan habían alcanzado casi la mitad de su tamaño actual antes de 300 d.C.
Posteriormente, la atención se centró en la construcción de más de 2 000 complejos residenciales con gruesos muros exteriores y múltiples subdivisiones internas a manera de habitaciones, donde vivía la gran mayoría de la población. Algunos complejos albergaban aposentos espaciosos cuyos muros estaban decorados con frescos en el distintivo estilo teotihuacano. Dispersos entre estos complejos había otros bien construidos, aunque menos espaciosos, para moradores menos opulentos. Sin embargo, incluso estos lugares sencillos eran sólidos, y pocas personas vivían en estructuras pequeñas o frágiles, tan comunes en la Cuenca de México en periodos anteriores y posteriores. En los barrios, normalmente se mezclaban residentes de alta y baja jerarquía social.
Estos grandes complejos residenciales son una de las características más distintivas de la sociedad teotihuacana, y quizá el Estado intervino en su planeación y construcción. Los muros exteriores se apegan a la dirección norte-sur y este-oeste, común en los templos teotihuacanos, pero la distribución interior presenta grandes variaciones.
En contraste con otros grupos, como los mayas y los zapotecos, con quienes los teotihuacanos tenían contacto, en Teotihuacan existen pocas evidencias de un sistema de escritura. No obstante, se han encontrado indicios suficientes, particularmente en los últimos 20 años, para demostrar que Teotihuacan contaba con un sistema de registro acorde a las necesidades de una sociedad compleja. El sistema de notación probablemente incluía nombres, números, conceptos y categorías, pero carecía de gramática. Tal vez se trataba de un sistema semejante a los utilizados en el siglo XVI por mexicas y mixtecos –si bien los signos difieren considerablemente– y fue adoptado deliberadamente para que lo pudieran leer personas de diversas lenguas. La evidencia de barrios extranjeros en la ciudad indica que se hablaban varias lenguas, aunque no se sabe cuál era la dominante. Pudiera ser que ésta fuera la lengua que posteriormente originó el náhuatl, hablado por los mexicas, pero existen otras posibilidades, como el otomí y el totonaco.
La gran trascendencia de la religión en la sociedad teotihuacana se manifiesta en el trabajo dedicado a las monumentales pirámides y a los múltiples templos-pirámide más pequeños, así como a las innumerables representaciones de seres sobrenaturales y de sacerdotes en esculturas de piedra, pinturas murales, vasijas de cerámica decoradas y figurillas de cerámica. Algunas deidades teotihuacanas están claramente relacionadas con dioses bien conocidos del siglo XVI. El dios teotihuacano de la tormenta/lluvia comparte muchos atributos con el Tláloc del siglo XVI, aunque no podemos suponer que todas las características del panteón existente en ese siglo estuvieran presentes en Teotihuacan.
La Serpiente Emplumada es una deidad de suma importancia que abarca diversos aspectos, pues se le relaciona con la fertilidad, el planeta Venus y probablemente con la guerra y el gobierno. En muchos sentidos es predecesora del Quetzalcóatl del siglo XVI, pero carece de algunas de sus características. Si bien parece que la religión y la cosmovisión de los teotihuacanos manifestaba una continuidad en el siglo XVI, también se observan rupturas. Muchos símbolos teotihuacanos carecen de equivalentes en el siglo XVI y es probable que su ausencia se deba a que los conceptos subyacentes no sobrevivieron a la destrucción del Estado teotihuacano.
George L. Cowgill. Profesor de antropología en la Arizona State University, Tempe, Arizona. Ha trabajado en Teotihuacan desde 1964, primero como miembro del Proyecto de Planimetría de Teotihuacan del Dr. René Millon y, posteriormente, en el Templo de Quetzalcóatl, con el arqueólogo Rubén Cabrera C. y el Dr. Saburo Sugiyama.
Cowgill, George L., “Teotihuacan, la gran ciudad del Clásico”, Arqueología Mexicana, núm. 47, pp. 20-27.
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