Los colores de Coatlicue en el Códice Florentino
Probablemente el tláhuitl es la hematita, sin embargo, el cinabrio es también un mineral que se obtiene en minas y en este sentido ambos comparten la misma categoría telúrica. En oposición al mineral tláhuitl, los colorantes rojos (nocheztli y achiotl) son manufacturados, respectivamente, a partir de un insecto que vive en las pencas de nopal y con las semillas de un fruto; ambos son productos que crecen en la superficie de la tierra gracias a la luz del Sol; es decir, pertenecen, en la visión nahua del mundo, a otro ámbito cósmico, el luminoso, caliente, ligero y masculino supramundo solar. Esta división en dos tipos de materia, comenta Alfredo López Austin, está en el origen del mundo, cuando los dioses hacen emerger a la tierra, que es un gran cocodrilo cósmico llamado Cipactli, del fondo oscuro de las aguas primigenias y la dividen en dos: “en su mitad superior se crean los dioses y las fuerzas calientes, secas y luminosas; en su mitad inferior, lo frío, húmedo y oscuro”.
La creación es un proceso en el que las distintas fuerzas, provenientes de las dos mitades de Cipactli, el monstruo de la tierra, se mezclan en distintas proporciones. De la misma forma, los pintores mezclan pigmentos minerales y colorantes orgánicos en una acción ritual similar a la realizada por los dioses en el origen del tiempo: la diosa Coatlicue, como la tierra misma, está pintada con ambas materias: la de la tierra húmeda, oscura y creativa (mediante el pigmento rojo mineral tláhuitl), y la de la luz solar, que hace crecer a las plantas (mediante el colorante orgánico hecho de flores), y es un ser completo y poderoso. Por otro lado, los días cipactli y xóchitl, como signos del tiempo y por ser el principio y el final de la cuenta calendárica, también exhiben ambos materiales, ya que el tiempo se define por ser el resultado de la alternancia de estas fuerzas oscuras y luminosas, cuya proporción va cambiando de acuerdo a la hora del día y a la estación del año.
Diana Magaloni Kerpel. Doctora en historia del arte por la Universidad de Yale. Fue directora del Museo Nacional de Antropología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Tomado de Diana Magaloni Kerpel, “El Códice Florentino”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 90, p. 46.