Cuando Hernando Ruiz de Alarcón dio a conocer en el siglo XVII la concepción indígena de los dos siglos o los dos mundos, hizo referencia a que esta opinión llevaba a los creyentes a la conclusión de que podían comunicarse en sus conjuros con los astros y con las criaturas mundanas, puesto que astros y criaturas tenían dentro de sí la capacidad de comprensión que habían tenido en el otro siglo. Si hacemos un listado de los seres a quienes iban dirigidos los conjuros que recogió el bachiller, podemos formar un conjunto de problemas interesantes. En los conjuros de Ruiz de Alarcón son invocados como seres provistos de alma inteligente el bastón, la estera, el cabezal de madera, el hacha, la red, las sandalias, la cuerda, la trampa para venados, la nasa, la caña de pescar, el anzuelo, la coa, el palo para plantar y muchos otros artefactos. A partir de estas peticiones de ayuda, los artefactos adquieren una condición semejante al resto de los dioses creadores-criaturas del hipermito. ¿Es posible pensar en su existencia como seres antropoicos del tiempo-espacio divino? ¿Es posible pensar que, como cualquier ser antropoico del otro tiempo-espacio, recibían culto sobre la Tierra? ¿Es posible pensar que, pese a su condición de objetos, eran personajes de los mitos?
Numerosos testimonios antiguos y actuales hablan de la creencia de que los artefactos existieron y existen como entes personales en el otro tiempo-espacio. Mencionan que los ancestros protocriaturas podían “trabajar” sin esforzar los músculos, pues sólo tenían que silbar para animar a sus utensilios y dirigirlos a la obra. Los objetos obedecían dócilmente los silbidos. Se habla de ellos como seres que existen en el interior del Monte Sagrado con fuerza motriz propia; también se encuentran en la morada de los rayos o en las profundidades del Inframundo: machetes, hachas, palas, picos, agujas, barretas, azadones, navajas, espadas, flechas, etc. Un ejemplo notable es la Casa de las Navajas de Xibalbá, lugar de tormento al que fueron condenados los primeros gemelos en el Popol Vuh.
Aparte de su movilidad anterior a la creación del mundo, los artefactos tenían el poder de la comunicación. Antonella Fagetti recogió las siguientes palabras de labios de Carmen Castro Montalvo, partera y médica tradicional de la región de Tehuacán: “Antes que amaneciera, cuando estaba oscuro, cualquiera hablaba: hablaba el metlapil, la olla, los te[na]maztles, los petates...” (p. 71). Sabemos, a partir del hipermito, que la facultad de comunicación abierta se perdió con los primeros rayos del Sol; pero aquellos seres antropoicos quedaron como almas en el interior de los objetos.
La potencialidad de acción llegaba a presentar un gran peligro cada 52 años. Al debilitarse las fuerzas solares en un final de siglo, los objetos podían liberarse y salirse de la cubierta que los protegía de la luz diurna para vengarse de aquellos seres humanos que los habían hecho trabajar en el tiempo de vigor solar. Cuando el ciclo de 52 años fenecía, debían extinguirse todos los fuegos. Poco antes de apagarlos, los mexicas tenían la precaución de romper todos sus metates, ollas y platos, pues así evitaban ser víctimas de aquellos servidores que ahora podían transformarse en sus enemigos mortales.
Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
López Austin, Alfredo, “Los artefactos”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 92, pp. 43-47.