Existe en la tradición mesoamericana un conjunto de creencias y prácticas rituales en torno a seres sagrados que viven aletargados dentro de cuerpos pétreos. Poseen tales poderes que, en caso de volver a la acción, dañan o benefician a quienes entran en contacto con ellos, por lo que se ha establecido un conjunto de medidas rituales para aprovechar sus dones y para evitar los daños que de ellos emanan. Estas creencias y prácticas han sido ampliamente estudiadas desde tiempo atrás por distinguidos etnólogos enfocados a la vida de los pueblos otomianos. Sin embargo, es necesario aclarar que tales concepciones no pueden limitarse a estas etnias, pues muchos otros grupos indígenas participan de ellas. Los cuerpos que contienen a estos seres sagrados son diversos. Pueden ser piedras de formas extrañas, de colores verdes o azules, de obsidiana, de cuarzo; megalitos o peñascos; piedras modificadas por la caída de un rayo y restos arqueológicos. Generalmente se dice de la figura de estos seres encerrados que fueron gigantes; pero muchos los consideran enanos. Independientemente de su figura, son tenidos por personajes “antiguos”, “ancestros”, xantiles, debiéndose entender por estas denominaciones que pertenecieron a la dimensión espacio-temporal previa a la creación del mundo, pues se asegura que antecedieron a Cristo y que quedaron atrapados en el momento en que, tras la crucifixión, cantó el gallo. Se les reconoce personalidad. Suelen formar grupos familiares. Su dominio sobre el cuerpo humano es suficiente para enfermarlo o para curar sus males. Generan fertilidad y abundancia. Cuidan del hogar, la milpa, el territorio, los manantiales; pero sus poderes cesan cuando empieza el día. La extensa información sobre estos seres, al parecer confusa, fue sintetizada y explicada magistralmente en 1990 por Jacques Galinier:
Extraño discurso, y sin embargo de una claridad asombrosa cuando se le examina a la luz de materiales cosmológicos. Todos los testimonios coinciden al presentar al universo antediluviano como un mundo de oscuridad. Durante ese periodo, los gigantes construyeron los cerros, las pirámides y los santuarios. La “bendición del mundo”, fórmula cristiana, anuncia el nacimiento del Sol, réplica del de Jesucristo, en una fecha que marca el fin del ciclo anterior, la “revolución” y la metamorfosis de los “gigantes” (p. 515).
Cuando un creyente reconoce en una piedra la presencia de un personaje sagrado, la recoge y la guarda devotamente en su propio hogar. Allí le brinda protección y le rinde culto en espera de una respuesta favorable de la divinidad encerrada. Es la mayor proximidad doméstica que puede tener una persona con un personaje mítico; éste entra así, físicamente, en contacto familiar, doméstico, con los seres humanos.
Imagen: Izquierda: Tanto las piedras de formas extrañas como los grandes promontorios pueden ser reconocidos por los fieles como contenedores de gigantes o enanos, quienes poblaron el mundo antes del diluvio. Peña de Bernal, Querétaro. Foto: © Roman Lewcke. Derecha: Las piezas arqueológicas, ya de piedra, ya de cerámica, son llamadas xantiles, palabra derivada del español “gentiles”. Se considera que contienen en latencia almas de las protocriaturas. Foto: Archivo Digital de las Colecciones del MNA / INAH-CANON.
Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
López Austin, Alfredo, “Los testigos”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 92, pp. 72-76.