La mona que acabó en tahona. Reutilización de esculturas prehispánicas en el México virreinal
La advocación de la mona
De gran utilidad hubiera sido conocer la cabeza de la escultura original, pues sus insignias seguramente nos habrían revelado a qué deidad del panteón se vinculaba la mona araña. Las orejeras caladas y en forma de gota (oyohualli) –de carácter ígneo/solar/ diurno y asociadas con el renacimiento y Venus en el amanecer– nos indicarían su adscripción a la esfera de Xochipilli- Macuilxóchitl, dios solar, patrono de los nobles y los señores, así como numen de las flores, las artes, la música, la danza, el juego de pelota y los excesos.
Recordemos que el mono araña fue considerado por los mesoamericanos como el símbolo por excelencia de la glotonería, la sexualidad/ fertilidad, la transgresión y el placer en general (por lo que era la antítesis del ethos mexica de la templanza). Las sociedades del Posclásico del Centro de México creían que quienes nacían en el calendario adivinatorio durante la trecena 1 ozomatli (“1 mono”, con Xochipilli como regente) serían amigables, alegres e inclinados a la música y las artes suntuarias.
Por su parte, los nacidos en los días 5 y 7 ozomatli tenderían a los placeres y se distinguirían como individuos simpáticos y bromistas, en tanto que las mujeres serían ricas y hábiles para el comercio. En este mismo sentido, evoquemos que los mercaderes solían iniciar sus expediciones comerciales en un día 1 ozomatli y llevar consigo una mano de mono para propiciar mágicamente las ventas rápidas. Los campesinos también invocaban los poderes multiplicadores de este animal al emplear durante la siembra coas decoradas con su rostro, según lo ha subrayado el antropólogo Jaime Echeverría.
Las orejeras en forma de gancho (epcololli) –de carácter acuático/infraterrenal/nocturno y asociadas con los torbellinos y Venus en el atardecer– señalarían sin ambages la adscripción de la mona al ámbito de Ehécatl-Quetzalcóatl, el dios del viento, de la creación y del soplo vital. Tal y como lo ha señalado el historiador Gabriel Espinosa, para las sociedades del Centro de México los monos araña eran la epifanía misma de dicha deidad, junto con el tlacuache, los halcones ehecachichinqui y ehecatlohtli, el pato mergo ehecatótotl, el pelícano blanco atotolin, el cormorán acóyotl, el zambullidor acitli, la serpiente ehecacóatl, la araña ehecatócatl, la hormiga y el caracol tecciztli.
En el caso específico del mono araña, las conexiones con el dios del viento parten de la forma que adopta su cola al enrollarse en espiral y su cuerpo al contorsionarse, pero sobre todo de sus veloces, caprichosos y muy ruidosos desplazamientos a través de las copas de los árboles, los cuales evocan las intempestivas ráfagas de aire que “rugen” y “aúllan” a decir de los colaboradores indígenas de Sahagún. Según la cosmogonía nahua, al final de la era conocida como ehecatonátiuh (“sol de viento”), presidida por Ehécatl-Quetzalcóatl, los seres humanos se transformaron en monos araña como consecuencia de violentos ventarrones.
Regresando a la muela del Valle de Toluca, vemos allí que el cuerpo de la mona luce un pectoral de piel de jaguar (ocelocózcatl), aderezado con 14 caracolillos del género Olivella. En la iconografía del Centro de México, este pectoral es atributo tanto de Xochipilli como de Ehécatl, aunque el segundo suele portarlo con mayor frecuencia.
Más reveladores son los listones anudados en torno a las muñecas y los tobillos del animal, idénticos a los que porta la célebre escultura simiesca de Ehécatl –en actitud de aullar/soplar– que forma parte de las colecciones del Musée du quai Branly en París. Notemos, por último, que nuestra mona sostiene con la mano izquierda un par de espinas autosacrificiales (huitztli) y una bolsa de incienso con remates de borlas (copalxiquipilli), clásicos símbolos de penitencia y oblación que nos remiten a la vida ascética y la devoción religiosa.
Imagen: Escultura prehispánica del Valle de Toluca reutilizada como muela de tahona. Museo de Antropología e Historia del Estado de México. Fotos: E. Escalante, Cortesía MAHEM.
Mono araña con orejeras de Ehécatl (epcololli) en actitud de soplar/aullar. Musée du quai Branly. Foto: L. López Luján, Cortesía MOB.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Universidad de París Nanterre, director del Proyecto Templo Mayor-INAH y miembro de El Colegio Nacional.
Eduardo Escalante Carrillo. Maestro en gestión de sitios arqueológicos por el University College London y director del Museo de Antropología e Historia del Estado de México.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
López Luján, Leonardo y Eduardo Escalante Carrillo, “La mona que acabó en tahona. Reutilización de esculturas prehispánicas en el México virreinal”, Arqueología Mexicana, núm. 180, pp. 68-77.