Existen numerosos mamíferos cuyo ambiente natural son parajes cercanos a ríos, lagos, pantanos, ciénagas o, incluso, mares. Estos seres semiacuáticos llamaron la atención, desde luego, de numerosos grupos indígenas que les atribuyeron características especiales o los vincularon con el mundo sagrado relacionado con los dioses. Fray Bernardino de Sahagún, en su conocida obra denominada Códice Florentino, registró a varios mamíferos que tienen como hábitat algún sitio acuífero como, por ejemplo, la nutria o el mapache. No obstante, el franciscano también llega a mencionar a otros seres de condición acuática con rasgos muy peculiares que parecen pertenecer, más bien, al ámbito sobrenatural, como el acóyotl, “coyote del agua” (entidad que no se puede identificar en la zoología actual), o al afamado ahuítzotl, animal que remite al nombre de un destacado tlatoani mexica.
Eduard Seler ya había notado la naturaleza fantástica de este animalito por ser una especie de monstruo que sumergía a los hombres usando su cola prensil, los cuales, después de algunos días, emergían flotando, pero ya carentes de ojos, dientes y uñas. Seler consideró que el origen de esta creatura mitológica estaba en el puerco espín, cuyo nombre en náhuatl es uitztlaquati o uitztlaquatzin, “tlacuache de espinas”, por lo que interpreta que el ahuítzotl es la imagen del astro acuoso, la “luna que brilla con pálida luz”.
En tiempos más recientes se ha propuesto la hipótesis de que el prototipo de animal que derivó en el ahuítzotl fue la nutria, debido a una serie de rasgos o características que comparten entre sí: ambos son mamíferos cuadrúpedos, tienen pelo negro, el agua es su hábitat, poseen una larga cola y son depredadores carnívoros. Sin embargo, ya el propio Sahagún había señalado que el ahuítzotl es muy parecido al teuih, un pequeño perro sin pelo, gordo, suave y resbaladizo, por lo que lo distingue claramente de la nutria. De esta manera, me parece acertada la conclusión de Escalante Betancourt de no identificar, necesariamente, al ahuítzotl con el tlacuache, el perro o la nutria, pues sugiere que se trata de una síntesis elaborada a partir de dichas especies en concordancia con una compleja visión del mundo.
Tomado de Manuel A. Hermann Lejarazu, "El ahuítzotl: ¿mensajero de los dioses, ejecutor o dueño del agua?", Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 121, pp. 76-79.