Arqueología de la tradición herbolaria

Xavier Lozoya Legorreta

Monólogos, ecos, voces que parecen llegar hasta nosotros desde el incendio de la conquista. El choque fue total y abarcó todos los ámbitos. La sabiduría de los vencedores opaca a la de los vencidos. Y sin embargo, ésta ha persistido -secreta, subterránea-, porque los dones de la tierra siguen ahí. Las plantas que curan, que alimentan y que dan sazón, así como aquellas que envenenan, atontan o iluminan: el ahuacatl o el nanacatzin: ambos pueden ser la Carne de Dios.

 

I

Cuentan los viejos que durante el tiempo en que Moctezuma llhuicamina, el Mayor, era el tlalticpactli, dueño de la tierra, Tlacaelel, su hermano y consejero, le dijo:

Señor, una memoria deseo que dejes en este mundo. En la provincia de tierra caliente como es Cuauhnáhuac, en el cerro de Oaxtepec, del que tengo noticias que posee abundantes fuentes y tierras muy fértiles, sería justo que mandes se haga, en la parte de arriba del cerro, una pila grande de piedra donde se recoja el agua y suba todo lo que pudiere subir para que luego, bajando por apantli (acequia) con ella se pueda regar toda la tierra que alcance en Oaxtepec y que, luego, envíes gente a la provincia de Cuetlaxtlan donde reina en tu nombre Pinotl y le hagas traer árboles de hueynacaxtli, de izquixóchitl, de cacahuaxóchitl, de xochinacaztli, de yoloxóchitl, de cocitzapotl, de ahuacatl y de todos los géneros de hierbas que en aquella costa se dan para que formen, con las plantas de Oaxtepec, un gran jardín que sirva de recreación y desenfado tuyo, y para la cura y salud de tu pueblo.

Al tlatoani le pareció muy bien el consejo; ordenó que en Oaxtepec se cercaran las fuentes, acarreando piedras para atrapar el agua en una gran poza desde donde el líquido fue guiado por canales en todas direcciones, y junto a ellos se construyeron terrazas grandes y chicas, como jardineras, con tierra negra y de hoja, donde cultivar las preciadas plantas. Después, despachó a sus mensajeros en varias direcciones para que trajeran con cuidado y solicitud, todas aquellas plantas reconocidas por su belleza y virtudes, y que con ellas vinieran los agricultores (tlamaiti) para que ellos mismos con sus manos las plantas en conforme al tiempo y modo que en sus tierras guardaban. Estos tlalmaiti trajeron los árboles con las raíces envueltas en petates, las yerbas apretadas en tinajas de barro y las plantaron en las terrazas, distribuyéndola según su uso, su aroma, su belleza y costumbre, al tiempo que las salpicaban con sangre que se sacaron de la lengua y de los brazos, haciendo muchas ceremonias y quemando incienso, para los buenos augurios, y que todo se diera florido y hermoso como lo quería el tlatoani.

De aquí mismo sacaron las piedras, el barro y el estuco para construir los aposentos de los señores y todas las demás casas que usa la gente que viene al lugar. En algunas paredes de los recintos más grandes, los tlacuilos pintaron sobre el estuco las plantas más hermosas y que servían para curar, a la manera como en el pasado lo habían hecho sus maestros toltecas. Éstos, los dueños del tlamatiliztli, los creadores del conocimiento, enseñaron a los hombres en el principio de los tiempos las artes de curar, y les señalaron las yerbas y los árboles más hermosos y útiles. Allá en su sitio, en Tepantitla, en la casa de Tláloc, la ciudad sagrada, nos dejaron memoria y los tlacuilos guardan las pinturas de nuestros ancestros que muestran, en las paredes de estuco rojo, las plantas que el hacedor de la lluvia nos da para curar.

El tlatoani Moctezuma, el Viejo, gustaba de coleccionar las riquezas del pasado, de guardar la tlalnamiquiliztli, la herencia, la memoria de nuestros antepasados y, por ello, ordenó que en este lugar se conservaran las plantas, como después ordenó que se hiciera lo mismo con los animales, las aves, las culebras, en las casas de Tenochtitlan que hoy cuidan y guardan para Moctezuma Xocoyotzin, el Joven.

Cuando Tlacaelel vio lo que se había construido en Oaxtepec, quedó muy satisfecho y feliz. Las plantas crecieron por doquier y el lugar se llenó de pájaros cantores y de aves de mucho colores que se quedan en los arroyos a la sombra del ahuehuetl, y de mariposas y flores que colorean durante todo el año este jardín que parece Tlalocan.

Aquellos hombres que ves allá, con el pelo largo hasta los hombros y la risa en los ojos, son titici, los sanadores de la gente; ellos escogen el tiempo en que han de cortarse las plantas y cómo deberán usarse, son uei tlamatini, sabios, que dialogan con el picietl, escuchan el granizo y las voces de la montaña.

¡Cuidado! Sé prudente, aquí está la flor de hueso, la que produce la podredumbre del pene, ¡cuídate de no orinar sobre ella!, y aléjate de la flor de cuero, que su aroma te enferma.

Los titici seleccionan el iztahuyátl, el epázotl, las hojas del xalxócotl, las varas de malinalli, las raíces del chilcuan, las semillas y flores de tzompantli, en fin, todos los productos que se envían en las trajineras que van a Tenochtitlan y cuidan que siempre haya flores para curar la tristeza del corazón, de yólotl.

 

 

Xavier Lozoya Legorreta. Médico cirujano con especialidad en Neurofisiología) Farmacología. Jefe de Evaluación y Coordinación de la Investigación Médica, IMSS.

 

Lozoya Legorreta, Xavier, “Arqueología de la tradición herbolaria”, Arqueología Mexicana núm. 14, pp. 3-9.

 

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