Nuestro país tiene una larga tradición arquitectónica. El mundo prehispánico fue testigo de los primeros asentamientos en los que las sociedades comunales construyeron aldeas que más tarde se constituyeron en ciudades planificadas que guardaban conjunción con la naturaleza.
Así, ocupaban un espacio dentro de un tiempo determinado, cuya presencia se remonta más de mil años antes de nuestra era hasta el momento de la conquista española. En alguna ocasión escribí un artículo para el libro Arquitectura de paisaje, publicado por la División de Estudios Superiores de la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM.
En éste discurrí acerca de tres formas de entornos que observamos en los conjuntos y monumentos del pasado y que se refieren a la pérdida del contexto original en que fueron erigidos:
1. Entorno urbano. Es aquel en que el monumento o conjunto de edificios prehispánicos ha quedado rodeado por una ciudad actual. Casos de este tipo de entorno los tenemos en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en Tlatelolco, Tenayuca, etc.
2. Entorno natural. Es aquel que rodea los asentamientos prehispánicos y que, en términos generales, ha sufrido variaciones pero aún conserva sus características desde el momento en que se edificó la ciudad o conjuntos arquitectónicos. Buen ejemplo es Teotihuacan, donde incluso las montañas aledañas son parte del paisaje y algunos edificios adoptan sus formas.
Imagen: Templo Mayor, Ciudad de México. Foto: Boris de Swan / Raíces.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Arqueología y arquitectura”, Arqueología Mexicana, núm. 176, pp. 16-21.