En cuanto a los cocodrilos −uno inhumado durante el gobierno de Motecuhzoma I (1440-1469) y el resto (19 individuos y 8 dientes) en receptáculos pertenecientes al de Axayácatl (1469-1481)−, tomando en cuenta su distribución actual y considerando la extensión del imperio mexica de entonces, podrían haber arribado al recinto sagrado desde varios lugares: Veracruz, Tabasco, Campeche, Guerrero, Oaxaca o Chiapas. Esto quiere decir que, para traerlos, los antiguos pobladores debían recorrer a pie largas distancias a través de territorios accidentados: desde las remotas zonas tropicales hasta el Centro de México; es decir, entre 200 y 900 km aproximadamente.
El traslado de los cocodrilos desde provincias tan lejanas sin duda implicaba una compleja planeación que iniciaba con su caza o captura, lo que requería del conocimiento del entorno, instrumentos adecuados y mucha destreza. Había dos formas de obtenerlos: vivos o muertos. La primera exigía personas adiestradas en su manejo, ya que la manipulación de tales animales es una actividad peligrosa; es bien sabido que al momento de sentirse atrapados, dan giros tan vigorosos sobre sí mismos para escapar, que pueden dislocar los brazos de sus captores...
Si los cocodrilos eran transportados vivos a Tenochtitlan, había que alimentarlos durante el recorrido, y seguramente sus captores los ataban o encerraban en jaulas de madera para protegerse de posibles ataques. También es factible que los hayan trasladado sin vida, pues según fray Diego Durán (1995, pp. 259-263), los muy diversos animales que arribaban a la ciudad podían llegar tanto vivos –en ollas o en jaulas– como muertos –en barbacoa, tostados o convertidos en pieles–:
…y de todo género de aues galanas y pintadas águilas, buarros, gauilanes, cernícalos, cuervos, garzas, ánsares, ansarones grandes, animales campesinos de todo género, dellos les tributaban leones, tigres vivos y gatos monteses, de todo género de animales barous los trayan en jaulas; pues culebras grandes y chicas ponçoñosas, brabas y mansas, era cosa de ver los géneros de culebras y sauandijas que tributaban en ollas, hasta ciento piés, alacranes, arañas […] De otras provincias y lugares trayan venados y conejos, codornices, dellos en barbacoa […] Tributaban langostas tostadas […] cueros de animales curados y ricos, culebras grandes y chicas, bravas y mansas, pescados frescos y en barbacoa…
Al llegar a Tenochtitlan, los cocodrilos debían ser resguardados en un lugar que cumpliera con las condiciones necesarias para su manutención y cuidado.
Erika Lucero Robles Cortés. Licenciada en arqueología por la ENAH y miembro del Proyecto Templo Mayor desde 2009.
Robles Cortés, Erika Lucero, “Animales exóticos en Tenochtitlan. Los cocodrilos encontrados en las ofrendas del Templo Mayor”, Arqueología Mexicana, núm. 155, pp. 24-31.
Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestras ediciones impresa o digital:
Tehuacán-Cuicatlán. Patrimonio de la Humanidad. Versión impresa.
Tehuacán-Cuicatlán. Patrimonio de la Humanidad. Versión digital.