“El Escriba de Cuilapan” ¿era verdaderamente un escriba?

Javier Urcid

¿Un escriba sin instrumentos de escritura?

Hoy día se conocen tres de esas piezas. Si poco sabemos acerca del pasado remoto de esos objetos, su historia más reciente es igualmente enigmática. Un ejemplar, el más completo, forma parte de las colecciones del Museo de Arte en Cleveland, Ohio; el otro, despostillado de una parte, está en el Museo de las Culturas de Oaxaca; y la tercera pieza, de la que sólo queda la cabeza, yace relegada en la bodega del Museo Nacional de Antropología.

Paradójicamente, la estatua en el Museo de las Culturas de Oaxaca adquirió a principios de la década de 1950 una fama especial basada en el deseo de legitimar su calidad estética al compararla con piezas del antiguo Egipto. De ahí que varios estudiosos la sigan llamando erróneamente “El Escriba de Cuilapan”.

 La maestría en la elaboración de las efigies zapotecas y egipcias es indiscutible, pero una comparación somera hace evidente que las de barro de Oaxaca no portan los instrumentos de un escribano, como en el caso de las esculturas de piedra africanas.

Curiosamente Nicolás León (quien escribió en 1896 el comentario más temprano que se conoce sobre la efigie en el Museo de Oaxaca), pensó que era maya-quiché, elaborada específicamente en Palenque o en Copán y adquirida por un mixteco mediante un intercambio comercial. Implícitamente, León fechó la estatuilla en los últimos siglos de la época prehispánica, cuando –según varias fuentes– un enclave de etnia mixteca se estableció en Sahayuco (“Al pie del Cerro [Monte Albán]”, hoy Cuilapan de Guerrero, Oaxaca). Ahora sabemos que para entonces, tanto Palenque como Copán –ciudades mayas, no quichés– ¡ya tenían varios siglos de haber sido abandonadas! [...]

Tres detalles en las estatuillas dejan entrever modificaciones corporales. Una concierne a los dientes limados, aunque el patrón dental que involucra ese limado en los incisivos centrales superiores no ha sido documentado aún en restos humanos de Oaxaca. Es evidente que originalmente las tres cabezas tenían orejas con grandes lóbulos perforados, horadaciones en las que seguramente se insertaron discos de otro material, tal vez jade, concha, alabastro u obsidiana. El hecho de que las tres piezas estén rotas de los lóbulos sugiere que los ornamentos fueron arrancados, posiblemente al momento de su descubrimiento. Una vista de perfil de las cabezas indica la representación de una marcada modificación intencional de la cabeza, una alteración evidente a pesar del bonete que portan las efigies.

Metáforas corporales múltiples

Hay que recalcar que no se trata de urnas, pues no hay recipiente atrás. Lo que sí se aprecia en la parte posterior del gorro es una abertura simulada de la que cuelga un haz de cabellos largos. El bonete cubre lo que en las vasijas efigie que personifican al maíz es una extensión sobre la cabeza que forma la embocadura del recipiente. Esta extensión generalmente tiene líneas verticales paralelas, a veces aún con pintura amarilla, para imitar las barbas del jilote.

Los dientes limados, la modificación intencional de la cabeza y lo que se infiere debieron ser orejeras de un material preciado, denotan una atribución de gran estima hacia lo que representaban estas efigies. La juventud y el haz de cabellos en las cabezas puntiagudas igualmente sugieren que podrían ser una alusión antropomorfa al elote tierno, y por extensión metonímica, al origen de mujeres y hombres a partir del maíz. Tal vez ese alfarero consumado produjo cuatro estatuillas para que su mecenas formara un retablo que imitara la estructura cuatripartita del cosmos, asignándolas a cada uno de los cuatro rumbos.

Una vez que las efigies se utilizaron en algún ritual, posiblemente al momento de colocarlas como ofrenda se les aplicó pintura roja, pues al menos las piezas en los museos de Oaxaca y Cleveland tienen aún restos de ella. 

Las tres efigies llevan inciso sobre la parte anterior del bonete el glifo 13 agua, ubicación que tiene un paralelo con ciertas urnas, sobre todo las que personifican al dios de la lluvia. La mayoría de las veces, éstas portan ahí el glifo C, es decir, el signo que hace referencia a la lluvia. El glifo agua, el cual representa líquido que corre, exhibe pequeñas variaciones en cada una de las estatuillas. El ejemplar en el Museo Nacional de Antropología tiene, además del flujo acuático, una serie de volutas que denotan nubes. Las dos piezas más completas tienen inciso sobre el pecho el glifo 13 pedernal, lo que insinúa que la tercera pieza también lo tuvo. Tampoco parece caprichosa la colocación de este otro glifo en esa parte del cuerpo, pues el signo zapoteca representa un cuchillo bifacial sobrepuesto a las costuras que se hacían en la piel de los desollados para cerrar la incisión pectoral, a través de la cual se les había extraído el corazón.

Tal vez los glifos marquen importantes días rituales en el calendario adivinatorio (13 agua es el último día de la treceava trecena, y 13 pedernal corresponde al último día de la sexta trecena, y entre estas fechas hay 13 trecenas completas). Pero igualmente posible es que los glifos se refieran a los nombres calendáricos de dos personajes importantes: una pareja de desposados o incluso los miembros intergeneracionales consecutivos de un linaje. De ser así, la posición de los glifos nominales en las efigies tendría un referente más; además de nombrar a dos personajes y marcar dos días del calendario ritual, aluden a una serie de significados sagrados en relación con el cuerpo humano: la inmolación por extracción del corazón (el signo pedernal en el pecho) es una ofrenda para pedir la lluvia (el signo agua en la cabeza, la parte del cuerpo que apunta al cielo), y el agua que cae de las nubes provee el maíz, la sustancia de la cual se origina la humanidad y el alimento que permite la reproducción social.

Javier Urcid. Doctor en antropología por la Universidad de Yale. Profesor asociado en el Departamento de Antropología de la Universidad de Brandeis, Boston Massachussetts.

Tomado de Javier Urcid, “Efigies de cerámica benizaa”, Arqueología Mexicana, núm. 121, pp. 18-23.

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Arqueología del siglo XXI