Un famoso quetzalapanecáyotl
El penacho de Moctezuma, que en náhuatl recibe el nombre de quetzalapanecáyotl (Aguilera, 2003, p. 76), es un ejemplo del excelso quehacer de los plumajeros mesoamericanos. Las técnicas de elaboración tuvieron como propósito el ocultamiento de su estructura y de millares de nudos, para que coloridas plumas y elementos metálicos lucieran en todo su potencial simbólico-visual. En movimiento, brillos e iridiscencias eran parte de un mensaje ritual. Las incógnitas en torno al penacho durante los episodios que inician con la llegada de Hernán Cortés a las costas de Veracruz y que culminan con la caída de Tenochtitlan son varias: ¿se trata de un atuendo que el conquistador recibió a bordo de su navío para envestirse de Dios? ¿Es un objeto que formó parte de los lotes de regalos enviados a Carlos V? ¿Es producto del saqueo hispano a las arcas del palacio del tlatoani? A estas preguntas, que aún no tienen respuesta, se suman las de su traslado al Viejo Continente y llegada al Castillo de Ambras en Austria. La fama mediática de esta pieza generalmente se relaciona con esos momentos de la historia en los que no es posible afirmar o negar rotundamente que perteneció a Moctezuma II. Sin embargo, son sus cualidades técnicas, materiales y estéticas las que en realidad la ubican como ejemplo excepcional del arte universal.
Estancia en Europa e identidad mexicana
La historia documentada del penacho empieza en 1596 con una descripción de los inventarios de la sucesión hereditaria de Fernando II de Tirol –sobrino de Carlos V–, en la que se denomina “sombrero morisco” e incluye “…un pico todo de oro”. En este lugar, al norte de los Alpes, el tocado permaneció hasta 1703. Luego de varios traslados llegó a Viena en 1806 y después de ocho años se expuso en el palacio de Belvedere Bajo. En 1819 Eduard von Sacken atribuye su procedencia a México. En 1878 se le envió al Gabinete de Historia Natural y se restauró alterando sus propiedades mecánicas, pues se consideraba un estandarte. La interpretación de Zelia Nuttall, como atavío para la cabeza, fue aceptada en el contexto del Congreso Internacional de Americanistas celebrado en la capital austriaca en 1908 (Feest, 2012, pp. 6-13). Veinte años después se inaugura en la misma ciudad el Museo de Etnología y el penacho se incorpora a sus colecciones. Este recinto cambia de nombre y en 2017 abre nuevamente al público como Museo del Mundo de Viena. Desde entonces el penacho de Moctezuma es la pieza central de las colecciones americanas.
Colaboración entre plumajeros y orfebres
Al contar con un diseño predeterminado, un plan de construcción, hilos, cordeles, papeles, textiles, pieles, adhesivos, palos, varillas y redes, maestros de las plumas ricas y los metales preciosos trabajaron de manera conjunta para ensamblar un tocado ligero y dinámico que, además de sumamente atractivo a la vista, cumpliera con las especificaciones iconográficas requeridas. Las técnicas de manufactura aseguraban la permanencia de todos los componentes durante un uso prolongado. A 500 años de su creación, este objeto, único en su género, posee un singular esplendor y conserva parcialmente laminillas de oro en forma de discos, lunas y torrecillas. El color, el brillo y la iridiscencia de las plumas –colocadas por el frente, por detrás y en un gorro– son el reflejo de una tradición mesoamericana con más de 15 siglos de antigüedad. Su estructura permitía abrir y cerrar ambas secciones laterales –emulando las alas del ave en vuelo–, sin que las plumas verdes largas sufrieran maltrato o perdieran su forma ondulante natural. El quetzalapanecáyotl de Moctezuma es como un códice en el que se descifra la producción en cadena y el trabajo especializado; se considera una pieza de alta ingeniería artesanal.
María Olvido Moreno Guzmán. Restauradora y doctora en historia del arte. Titular del seminario “Plumaria de México: arte y tecnología”, en la UNAM. Sus publicaciones se encuentran en www.mariaolvidomoreno.blogspot.com
Melanie Ruth Korn. Maestra en conservación-restauración por la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berlín, Alemania. Participó en el estudio y restauración del penacho de Moctezuma.
Moreno Guzmán, María Olvido y Melanie Ruth Korn, “El penacho de Moctezuma”, Arqueología Mexicana, núm. 159, pp. 62-66.
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