El ppolom, mercaderillo o regatón

Isabel Fernández Tejedo

Mucho se ha afirmado que los mercados públicos eran un rasgo común a todas las culturas que se desarrollaron en Mesoamérica; no obstante, debido a algunas variantes de carácter ambiental e integración sociopolítica regional, sería más correcto hablar de una presencia desigual de mercados en la región. En el área maya en particular, encontramos dos realidades completamente diferenciadas: al despuntar el siglo XVI, en las Tierras Altas de Chiapas y Guatemala había muchos mercados públicos, mientras que en las Tierras Bajas (península de Yucatán, Tabasco, Belice, Honduras y parte de Guatemala) fueron muy escasos o prácticamente inexistentes.

Las Tierras Bajas: zona saturada

La simbiosis y competencia entre áreas ecológicamente diferenciadas resaltan el claro contraste físico y ambiental entre las Tierras Altas, con factores determinantes de heterogeneidad ecológica y diversidad de productos entre zonas relativamente próximas, cálidas, templadas y frías, y las Tierras Bajas, que presentan mayor homogeneidad física y ambiental en una vasta extensión de territorio. Así, la selva tropical se ha definido como una zona saturada, con pocas posibilidades de intercambio de productos diferenciados; no obstante, su homogeneidad no era total, pues poseía algunas diferencias como resultado de la existencia de tierras más fértiles y lluvias más propicias para el cultivo de ciertos productos. El cacao, por ejemplo, crece mejor en tierras profundas con mucha lluvia, como las de la zona meridional, mientras que el algodón se adapta mejor al clima seco y los suelos poco fértiles del centro de la península.

Esas características determinaron la especialización de ciertos productos agrícolas y dieron origen a dos zonas productoras de cacao en el sur –Honduras y Tabasco y las regiones adyacentes– y una de algodón en el área noroccidental, mientras que sólo los depósitos de sal de la costa norte y ciertos productos de origen marino –como las conchas y el pescado, además del pedernal de la sierra Puuc– constituyeron variantes fundamentales de la producción. Sin embargo, los productos de consumo corriente eran accesibles en la mayor parte del territorio: los de subsistencia –maíz, frijol, calabaza–, los de recolección del bosque –miel, copal, cera, frutas y muchas plumas de aves tropicales–, cierto tipo de caza –venados, pecaríes, pieles de jaguar, iguanas y aves– y los principales recursos naturales necesarios para la construcción de viviendas –madera, palma y bejucos–, todos, sin excepción, se podían obtener en cualquiera de las llamadas zonas de selva tropical; por ello el comercio de productos diferenciados de consumo local fue muy limitado y los mercados públicos, innecesarios.

Fragmentación sociopolítica y territorial

El complejo sistema de organización geopolítica que imperaba en las Tierras Bajas en el siglo XVI se basaba en el dominio político de uno o varios miembros de los principales linajes, con fluctuaciones entre la autoridad centralizada, despótica y absoluta del halach uinic sobre todo un territorio y la más descentralizada de los batabs, miembros de un mismo linaje que gobernaban confederadamente los pueblos de un cacicazgo.

Aunque falta por estudiarse la compleja red de relaciones entre los distintos linajes que controlaban los cacicazgos, así como la de los señores supremos con los jefes locales, caciques y mandones, sabemos que no existía un reconocimiento piramidal entre los distintos jefes, sino más bien un sistema político de alianzas y rivalidades: “entre tres casas de señores principales, que eran los Cocom, Xius y Cheles, hubo grandes bandos y enemistades” (Landa, 1982). Las alianzas, que se traducían en el intercambio que hacían los señores de visitas y regalos, se convertían en acuerdos de buena vecindad e implicaban el reconocimiento de fronteras, el acceso a recursos naturales, el intercambio de productos especializados, el libre tráfico de comerciantes y el respeto a los peregrinos en marcha hacia los lugares de culto (Cozumel, Chichén Itzá, Maní e Itzamná); asimismo, las peticiones de sometimiento y tributo pasaban por entrevistas, en las que se obsequiaban productos muy estimados. Pax Bolón, gobernador de Tixchel, ofrecía a los rebeldes de Zapotitlán “canoas con cargas de sal, camisas y mantas para usarlas como vestidos”, y siempre que deseaba someterlos “procedía con regalos y caricias”. Las rivalidades, por otra parte, surgían de desacuerdos en lo tocante a los mantenimientos porque el “Chel no quería dar pescado ni sal al Cocom, y el Cocom no dejaba sacar caza ni frutas al Chel” (ibid.). Además, las frecuentes hostilidades se manifestaron en el clima político de extrema rivalidad en que vivían los mayas al momento del contacto con los españoles, así como en la fragmentación de los territorios y en las disensiones entre los distintos linajes.

Formas de intercambio: reciprocidad, redistribución y comercio

Los mayas practicaron múltiples y ricas formas de intercambio de productos y regalos. Su espíritu pródigo y generoso –“partidos y hospitalarios”, dice Landa– se expresaba en el frecuente intercambio de dones con ocasión de todo tipo de actividades de carácter social, sobre todo fiestas y ceremonias: durante los trabajos de carácter comunitario, como la agricultura, la caza, la pesca y la producción artesanal; en los nacimientos, bautizos, casamientos y defunciones; en el tráfico comercial; en los litigios y pleitos, etc. En ese tipo de intercambio, conocido como reciprocidad, cada grupo de la escala social, sobre todo en el hogar y dentro de cada comunidad, establecía relaciones de ayuda mutua solidarias y amistosas y sus exigencias eran mínimas, de tal manera que las obligaciones de unos equivalían a las de los otros.

Los tributos y en general todos los bienes producidos por la comunidad eran concentrados por los dirigentes conforme a un sistema estricto de jerarquías, derechos y privilegios establecido con sus súbditos. La distribución posterior de esos bienes, llamada redistribución, podía ser parcial o total, según que beneficiara a un grupo o a toda la sociedad, y se efectuaba mediante regalos, banquetes y grandes fiestas, así como en eventos públicos y celebraciones de carácter político y religioso.

Por último, mediante el comercio, entendido como el mecanismo que facilita el encuentro de distintos individuos con el fin de intercambiar bienes diferentes, se realizaban tanto los intercambios a larga distancia, es decir, el tráfico de mercancías, como las transacciones locales o internas, que es cuando recibe el nombre de “mercado”. Así, cuando decimos que no existen evidencias de la presencia de mercados entre los mayas de las Tierras Bajas, nos referimos específicamente al intercambio local en un lugar público, el tianguis, término nahua con el que se designa la plaza.

 

Isabel Fernández Tejedo. Doctora en historia por l‘École des Hautes Études, de París, y miembro activo de la Asociación Autónoma de Historiadores. Investigadora del Centro de Estudios Mayas, UNAM. Trabaja con documentos coloniales y tiene varias publicaciones sobre temas económicos y sociales entre los mayas.

Fernández Tejedo, Isabel, “El ppolom, mercaderillo o regatón”, Arqueología Mexicana, núm. 28, pp. 46-53.

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