Durante la conquista de América los españoles utilizaron la palabra “reducción” para designar el vasallaje de la población conquistada, pero también la necesidad de transformarla en los aspectos social, cultural y religioso. En sentido literal, “reducir a los indios” significaba obligarlos a dejar sus antiguas normas y costumbres y adoptar el cristianismo, así como cambiar sus formas de organización social para adecuarlas a las instituciones sociales y políticas diseñadas para ejercer el dominio colonial, como fueron las repúblicas, las encomiendas y los cabildos. A fin de cumplir con ese doble propósito, las reducciones implicaban tanto el traslado de los habitantes de los asentamientos de menor tamaño a las cabeceras, para la creación de los pueblos, como la persecución y extirpación de las llamadas idolatrías, es decir, de las manifestaciones de la religiosidad nativa.
En Yucatán, las reducciones espaciales fueron emprendidas por los franciscanos en los años inmediatos a la Conquista, y el traslado de la población maya dio como resultado la formación de poco más de 200 repúblicas indígenas en la parte noroeste de la península, pueblos que sobrevivieron a la época colonial. En esos pueblos de indios convertidos al cristianismo mediante bautizos masivos, los frailes se dieron a la tarea de enseñar los preceptos de la nueva religión y de desarraigar creencias y rituales asociados a la religiosidad maya. Pero si la congregación espacial fue una labor relativamente fácil, la conversión verdadera y profunda de la conciencia y la cultura nativas nativas, en cambio, nunca se pudo completar. Ni las enseñanzas de los frailes, ni los procesos en contra de los idólatras emprendidos por fray Diego de Landa en 1561, ni las campañas posteriores consiguieron romper la continuidad cultural y religiosa de los mayas yucatecos. Es verdad que los indios adoptaron y reelaboraron la religión cristiana, pero también es cierto que al desaparecer los rituales públicos se mantuvieron vigentes, en la intimidad y resguardo de los hogares, en pueblos y montes, numerosos rituales antiguos que pusieron en evidencia el fracaso de la lucha contra la idolatría.
El balché, símbolo de resistencia cultural
La lectura de documentos históricos relativos a la población maya yucateca pone de relieve que la resistencia social y cultural de esa población fue mucho más amplia y radical de lo que hasta ahora se ha considerado. En la época colonial se registraron motines y sublevaciones en el área colonizada y en la zona limítrofe con los territorios libres de la costa oriental y el sur de la península.
Asimismo, la documentación histórica ofrece valiosa información sobre la resistencia cultural, lo que indica claramente la existencia de símbolos trascendentes que nos hablan precisamente de la sobrevivencia de la cultura y de la identidad recreada de los mayas yucatecos. Uno de los símbolos que evidencian esta continuidad es el balché, un árbol (Lonchocarpus violaceus) con cuya corteza se elaboraba una bebida embriagante del mismo nombre, la cual era empleada en los rituales nativos y fue prohibida por los conquistadores. La importancia del balché como símbolo de resistencia cultural deriva de su persistencia en el tiempo y de su presencia geográfica. Hay referencias a él tanto en documentos coloniales tempranos como en los registros etnográficos actuales, y su empleo abarca prácticamente toda la península de Yucatán y se extiende hacia el sur, hasta el Petén guatemalteco y la Lacandonia.
El balché, bebida ritual
Diversas noticias sobre la utilización del balché como bebida ritual permiten ilustrar su importancia ideológica para la resistencia. Así, en el año de 1606, cuando el obispo efectuaba una visita al partido de Valladolid, se descubrió que en varios pueblos los indios se reunían en cuadrillas para llevar a cabo prácticas idolátricas. En uno de ellos, más de 80 indios acudían a una cueva en la que veneraban “ídolos” de barro fabricados por ellos mismos, “de malísimas figuras”, a los que llamaban Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo y Santa María, así como con otros nombres de santos, y les hacían sahumerios y ceremonias. Según el obispo, cuando se reunían a idolatrar, “comienzan bebiendo una maldita bebida que ellos hacen de ciertas raíces que llaman balché siendo de pestilencia el hedor y sabor, según dicen”.
En la documentación colonial, las referencias al balché están asociadas con hechos de resistencia social y cultural, que desde luego incluyen una forma peculiar de resistencia activa entre los mayas yucatecos, vigente hasta bien entrado el siglo XVIII, que consistía en la huida a “la montaña”, es decir, hacia los territorios libres del sur y del oriente de la península, desde donde se convocaron diversas insurrecciones.
Pedro Bracamonte y Sosa, “El sagrado balché”, Arqueología Mexicana, núm. 37, pp. 66-69.
Pedro Bracamonte y Sosa. Doctor en antropología por el CIESAS. Autor de varios libros. Actualmente investiga sobre la tenencia de la tierra y sobre la resistencia entre los mayas de la época colonial.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-mayas-hallazgos-recientes--AM037