El tonalpohualli en el códice Tonalámatl de los pochtecas

Miguel León-Portilla

El cómputo clave en este manuscrito es el que se conocía en Mesoamérica como tonalpohualli entre los nahuas, pije entre los zapotecas y tzolkín entre los mayas. Para mejor comprender su funcionamiento conviene situarlo en el contexto de las otras principales cuentas calendáricas prehispánicas.

El xíhutil o año solar se computaba con una duración de 365 días. Estaba dividido éste en 18 “veintenas” o grupos de 20 días. Cada una de estas veintenas tenía su propio nombre y sus correspondientes patronos. En cada una se celebraba una fiesta principal con sacrificios y otros muchos rituales. Al total de días transcurridos a lo largo de las 18 veintenas (18 x 20 = 360), se sumaban otros cinco, los llamados por los nahuas nemontemi, o uayeb por los mayas, que tenían un destino aciago y que se situaban al final de la cuenta del año.

Cada año se designaba con el nombre de uno de entre cuatro signos de los días -ácatl (caña), técpatl (pedernal), calli (casa) y tochtli (conejo)- precedido, a modo de prefijo, por uno de los numerales del 1 al 13. El conjunto de los cuatro signos, cada uno con los distintos numerales del 1 al 13 (13 x 4 = 52), integraba un xiuhmolpilli o “atadura de años”, el ciclo básico. Entonces, entre otras cosas, se renovaba el fuego.

La estructuración del tonalpohualli o cuenta de 260 días implicaba el empleo de 20 signos distintos, uno para denotar cada día, y también de los numerales del 1 a 13. La palabra pohualli significa “cuenta”, y tonalli, “día, destino, signo del día”. Los 13 numerales y los 20 signos de los días se combinaban en secuencia no interrumpida de tal suerte que, si a los 13 primeros signos correspondían los numerales del 1 al 13, con el signo decimocuarto volvía a hacerse presente el número 1 y así sucesivamente, hasta que las series de los 13 números se combinaban con todos los 20 signos y formaban las 20 “trecenas” que integran una cuenta de días o tonalpohualli. En el contexto del xíhuitl-año solar de 365 días- se incorporaba la cuenta del tonalpohualli. Ella era la que daba nombre a cada uno de los días del xíhuitl. Como es obvio, siendo 260 los días del tonalpohualli, en el xíhuitl entraba una de estas cuentas completas y otros 105 días de la siguiente.

Para mejor comprender lo más sobresaliente en el gran conjunto de implicaciones del tonalpohualli hay que añadir que a cada uno de los días que lo integraban correspondía un destino (tonalli) que podía ser aciago, venturoso o indiferente. También debe tomarse en consideración que cada signo de los días tenía un dios patrono y cada uno de los numerales un sino variable. Algo semejante ocurría con cada grupo de trecenas, y cada cuarta y quinta partes del tonalpohualli. Por otro lado, en toda “lectura” e interpretación de las implicaciones de cualquier fecha de este calendario eran asimismo elementos de suma importancia la orientación cósmica de sus trecenas y las otras divisiones, los atributos (aciagos, venturosos o indiferentes) de los “acompañados” o “acompañantes”, los Nueve señores de la noche y los Trece del día, así como las características propias del mes o “veintena” y del año en que se situaba la correspondiente fecha.

Como puede verse, el manejo del tonalpohualli, para múltiples fines de “diagnósticos” y “pronósticos”, implicaba amplios conocimientos religiosos y astrológicos. Importaba desde luego percibir lo más completamente posible los atributos de un día determinado para realizar en él con éxito la acción deseada, o para encontrar otra fecha adecuada que contrarrestara las consecuencias aciagas de aquella con la que existía una vinculación, como en el caso de haber nacido en ella. Precisamente porque este libro en sus distintas secciones incluye series determinadas del tonalpohualli, correlacionadas con sus dioses, orientaciones cósmicas y otras significaciones, para establecer en función de ellas diagnósticos y pronósticos constituye valioso ejemplo de los antiguos tonalámatl, “libro de los días y los destinos”.

 

Miguel León-Portilla (1926-2019). Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.

Tomado de Miguel León-Portilla, “Estudio introductorio”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 18, pp. 11-12.