Insectos comestibles

Julieta Ramos-Elorduy

Parece mentira que un grupo animal tan abundante y adaptado como el de los insectos pueda ser desconocido para gran número de personas, pero la realidad indica que así es, no sólo por cuanto se refiere a los habitantes de las ciudades, sino también por los que viven en el área rural. Voces locales del náhuatl, el otomí, el zapoteco o el maya denominan ciertas especies de insectos de interés comestible, medicinal, o mágico y místico, pero la palabra insecto, que deriva del latín y en consecuencia vino con la conquista española, no tiene equivalente en las lenguas nativas.

Pero si los insectos son ignorados, aún mayor es el desconocimiento de los beneficios que nos brindan en forma natural al intervenir en las diferentes cadenas alimenticias de diversos grupos animales. Algunos de ellos son además recicladores por excelencia de la materia orgánica (como las moscas) o devoradores de cadáveres (como los escarabajos), y ayudan así a la reiniciación de los ciclos biológicos. Han sido útiles al hombre desde tiempos inmemoriales, como las abejas con o sin aguijón, que son productoras incansables de miel, polen y cera. Además, las crías de insectos son ingeridas de diferentes maneras desde la época de las cavernas, como lo testimonian los bajorrelieves encontrados en las cuevas de la Araña en Valencia, España, que datan del Paleolítico.

De una manera general puede decirse que los insectos son el grupo animal dominante en la Tierra. Constituyen cuatro quintas partes del reino animal, y prácticamente han conquistado todos los hábitats existentes en el planeta. Tratándose de insectos, la multitud de formas, tamaños, colores, tipos de vida, medios de locomoción, lugares donde se encuentran, territorios que ocupan, tipos de desarrollo, alimentos que consumen, materiales que degradan, individuos que conforman las diferentes especies, daños y beneficios que causan, y ritmos de actividad, es tan amplia que realmente resulta difícil lograr un conocimiento aproximado.

En las culturas autóctonas encontramos muchos ejemplos de la influencia de los insectos sobre los seres humanos, a quienes sirven como modelos a seguir. Entre los tzeltales, por ejemplo, los nombres de algunos insectos sirven para adjetivar una acción o una persona, y además, según su forma, tipo de vida, etc., se les imita para mejorar las capacidades del cuerpo o de la mente (como tener pechos desarrollados, ser fuerte, trabajador, astuto, organizado o capaz). En el hombre moderno quedan aún reminiscencias de estas ideas, pues hay expresiones tales como “laborioso como una hormiga”, “fuerte como un escarabajo”, “organizado como una abeja”, “bella como una mariposa”, “agudo como un aguijón”, “duro como un torito”, etc.

Muchas personas se sorprenderían al saber que no existe mejor estructura y organización social que la de los insectos, ni mayor fuerza para el trabajo que la de algunos de ellos, ni mayor belleza que la de una mariposa, pero la invasión de otras estructuras y formas de vida nos ha hecho perder la sensibilidad y sobre todo el conocimiento real, pues es bien sabido que, por ejemplo, la forma del nido de las hormigas granívoras le indicó a Quetzalcóatl que el maíz debería almacenarse para contar con alimento durante todo el año. Prácticamente podemos decir que sin insectos no podríamos vivir, y que gracias a ellos tenemos muchos de nuestros alimentos, pues polinizan diversos frutos y verduras y nos proveen, a través de su ingestión, de nutrientes de alto valor biológico.

Es una paradoja que, para muchos de nosotros, los insectos sean molestos, dañinos, peligrosos, feos o desconocidos, mientras que para otras culturas sean las “divinas flores de Dios”, como los mayas llamaban a las langostas (chapulines) del género Schistocerca; o las “virgencitas” de los lacandones, que son pupas de escarabajos barrenadores de troncos; o los portadores del alma de los muertos hacia el cielo, como los huicholes consideran a diversas especies de avispas, o portadores del alma como fue para los teotihuacanos la mariposa llamada xochiquétzal, que pertenece a la especie Papilio daunus, lo que nos muestra la gran divergencia entre el sentido que en la cosmogonía de los pueblos mesoamericanos tenían estos animales y el que tienen en la llamada cultura “occidental”. En algunas de las culturas antiguas los insectos se constituyen en dioses o totems, con variados significados. En México tenemos al dios Ah Mucen Cab en la cultura maya, y a Xómitl en la náhuatl, en tanto que en Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Guinea y África algunos insectos son deidades diversas.

Los insectos han habitado la Tierra desde hace más de 300 millones de años, mientras que el hombre existe hace apenas un millón de años. A lo largo de su evolución se han adaptado a los diferentes hábitats de la tierra y han mostrado una organización social altamente desarrollada. Su potencial reproductivo suele ser muy elevado y su ciclo de vida generalmente corto, por lo que su biomasa es enorme.

Los insectos son comestibles

Muchas especies de insectos son extremadamente valiosas para el hombre, entre otras razones porque son comestibles. Los insectos son consumidos en todo el mundo por muchos grupos étnicos y forman parte de sus tradiciones y de sus hábitos alimenticios. La mayoría de las especies se comen en estado inmaduro, aunque en algunos casos la ingestión incluye todos los niveles de desarrollo.

En México todas las etnias nativas los han consumido y los consumen hoy en día. Las especies aprovechadas han sido numerosas, y ello ha tenido mucho que ver con la diversidad de ecosistemas en que esas especies se asientan. Tan sólo el Códice Florentino registra 96 especies de insectos comestibles de diverso tipo para una sola región de México, y esa cifra resultó de la apreciación de alguien no calificado.

Julieta Ramos-Elorduy. Bióloga. Maestra y doctora en biología por la Universidad de París. Investigadora titular del Instituto de Biología de la UNAM, y profesora de posgrado de la Facultad de Ciencias de la misma institución.

 

Ramos-Elorduy, Julieta, “Insectos comestibles”, Arqueología Mexicana, núm. 35, pp. 18-23

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