El mundo maya se encuentra regido por una concepción sagrada del entorno en donde la interacción con las entidades divinas es fundamental para la subsistencia mutua, “los dioses nos crearon para que los alimentemos”. Y entre todas las ofrendas destaca el balché, bebida sagrada por excelencia que se ha empleado desde tiempos prehispánicos y funge como el conducto de comunicación con las divinidades.
Para elaborarlo es necesario tener un motivo significativo y debe ser una persona especializada quien lleve a cabo su preparación, generalmente un sacerdote, j-men. La bebida se obtiene a partir de la fermentación de tres sustancias: agua, proveniente de una “fuente pura” o suujuy ja’; miel de abejas, xunaan cab (Mellipona beechii), y tiras de la corteza del árbol balché (Lonchocarpus longistylus Pittier).
La procedencia de las sustancias es clave, ya que no sólo se trata de la combinación de ingredientes sino de un conjunto de actividades en las que se entraman saberes, costumbres, prácticas e imaginarios heredados desde la antigüedad, tal como la cosecha de la miel, la búsqueda o peregrinaje a lugares sagrados como cenotes o cuevas; la búsqueda o “cacería” del árbol; la conservación de las cortezas, y el recipiente para la fermentación.
Los trozos de corteza de balché se ponen a hervir brevemente, para “curarlas”; más tarde se dejan secar. La cantidad de agua que se emplea es proporcional al número de participantes que consumirán la bebida sagrada, pues ésta no se puede desperdiciar. A un tanto de agua se le agrega medio tanto de miel y pequeños pedazos de corteza; la preparación, tapada, se deja macerar al menos durante 24 horas.
Imagen: Ceremonia del balché. Foto: Francisco Ávila.
Francisco Javier Ávila Silva. Historiador por la UNAM y pasante de licenciatura en arqueología por la ENAH.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Ávila Silva, Francisco Javier, “La persistencia del balché”, Arqueología Mexicana, núm. 183, p. 68.