La Quemada, Zacatecas

Peter Jiménez Betts

Lo que distingue a La Quemada de la mayoría de los grandes centros ceremoniales de Mesoamérica es que se trata de un sitio "colgado" de un cerro. Para revestir el cerro con los numerosos edificios que hoy día se aprecian, los antiguos habitantes del valle de Malpaso desarrollaron técnicas constructivas que caen en el ámbito de la ingeniería pesada. El conjunto monumental sur del sitio con más de seis grandes basamentos, tres de ellos con dimensiones de 80 x 50 m y con más de 6 m de altura cuya construcción tuvo el propósito de crear las superficies planas sobre las cuales se edificaron los conjuntos arquitectónicos. Para lograr esto se tuvieron que controlar los empujes del peso de miles de toneladas de relleno de piedra sobre los costados y pendientes del cerro mediante la elaboración de pesados taludes. Los miles de toneladas de relleno, fueron extraídas. Transportadas y colocadas a mano. Si tomamos en cuenta que los 170 km de calzada fueron levantados y pavimentados con lajas. podemos afirmar que el valle de Malpaso resguarda vestigios que en sí son un monumento a la modificación del medio y al trabajo tenaz.

Es muy probable que sobre pocos sitios arqueológicos se haya especulado tanto como sobre La Quemada, Zacatecas, un lugar al que historiadores y arqueólogos han atribuido, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, diversas funciones y relaciones. Con el patriotismo criollo del siglo XVIII, en vísperas de la Independencia, se despertó la inquietud sobre esta monumental ruina a la que se relacionó con el legendario Chicomóztoc, por donde pasaron los mexicas en su peregrinación rumbo al Anáhuac.

Por su parle, los arqueólogos del siglo XX la han visto como un enclave teotihuacano, un imperio tolteca, un centro tarasco, un bastión contra intrusiones chichimecas y la capital de todos los grupos sedentarios al norte del río Santiago. Ha sido hasta las últimas dos décadas cuando los trabajos arqueológicos han traído a la luz el papel de La Quemada en el Norte de Mesoamérica durante el periodo Clásico.

Las excavaciones en los tiraderos o basureros prehispánicos del sitio han revelado que el medio semiárido del valle de Malpaso, donde hoy se encuentra La Quemada, es producto de más de dos siglos de tala para abastecer de madera a las haciendas de beneficio de mineral del Zacatecas virreinal. Esos datos arqueológicos indican que en lugar de ser una zona seca y relativamente inhóspita, el valle de Malpaso era, desde por lo menos el siglo IV, propicio para el asentamiento de numerosas aldeas. La expansión de la llamada “frontera septentrional” de Mesoamérica, allende el eje Lerma-Santiago, es hasta la fecha una de las interrogantes más acuciantes para los investigadores de esa amplia región. Aún no es claro si se trató de una colonización repentina por parte de grupos sedentarios procedentes del Bajío o si los grupos nómadas, o seminómadas, adoptaron paulatinamente el modo ele vida aldeana de Mesoamérica durante los primeros siglos de nuestra era. Se sabe que, hacia finales del siglo V, los habitantes del valle ya edificaban grandes basamentos y, sobre los costados del cerro, terrazas de mampostería para la construcción de templos y espacios de uso ceremonial. Durante los siguientes cuatro siglos (ca. 550-950 d.C.) el sitio creció y llegó a tener más de 50 grandes terrazas de uso ceremonial y habitacional. Del centro ceremonial de La Quemada partían más de 100 km de calzadas hechas de laja que se extendían a lo largo del valle y enlazaban a más de 220 aldeas, poblados mayores y sitios ceremoniales secundarios. Esta extensa red de calzadas con sus numerosos sitios asociados representa un conjunto arqueológico único en Mesoamérica.

Ya que La Quemada fue un sitio ceremonial de características mesoamericanas, su conjunto monumental funcionó como un paisaje ritual en el que las distintas estructuras y complejos arquitectónicos eran sede de importantes ceremonias del ciclo ritual agrícola. Los perfiles de los horizontes serranos, tanto al oriente como al poniente, fueron utilizados para marcar los amaneceres y atardeceres correspondientes los los equinoccios, fechas trascendentales para la recreación de eventos cosmogónicos para los rituales correspondientes, llevados a cabo, a lo largo del año, en los distintos conjuntos arquitectónicos que se distribuían sobre el cerro.

Visto de esta manera, lejos de ser monumentos estáticos, los grandes centros, como La Quemada, eran escenarios en los que los sacerdotes antiguos reproducían el “drama mítico-cósmico-ritual” relacionado con el ciclo agrícola que iba de la temporada de secas a la de lluvias, incluyendo las frágiles transiciones entre ellas.

 

Peter Jiménez Betts. Arqueólogo del INAH . Fue Director del Proyecto La Quemada, Zacatecas.

 

Peter Jiménez Betts, “La Quemada, Zacatecas”, Arqueología Mexicana, núm. 67, pp, 80-87.

Tomado de Peter Jiménez Betts, “La Quemada, Zacatecas”, Arqueología Mexicana núm. 67, pp. 80 - 87.

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